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Por un Socialismo Burocrático

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Pareciera que entramos ya de lleno en ese futuro vislumbrado, décadas antes del explosivo ascenso de la Internet, por el pensador católico Marshal MacLuhan, para quien, después de la televisión, vendría el día en que nos veríamos irreversiblemente inmersos en un vasto medio de predominio audiovisual, una suerte de museo o enciclopedia interactiva que contendría en su seno, entre otras muchas, infinitas cosas, los archivos enteros de la televisión.

Según MacLuchan nos habría tocado en suerte ir dejando para atrás la galaxia Gutenmberg, esa era de la imprenta donde el pensamiento se podía formar al riguroso compás de la lectura, haciendo florecer, en secas y solitarias secuencias de precisos movimientos ocualres, el espectro del individuo, fomentado su despliegue y su cultivo, la época de oro de las memorias personales, de las cartas íntimas y las escritas confesiones, las biografías y las autibiografías, los diarios de vida y los diarios de viaje, y esas dos damas de la más alta alcurnia: la novela decimonónica y la prensa escrita, el medio a través del cuál la recién entronizada burguesía se mantendría bien informada para tomar las mejores decisiones de negocios.

Dejando atrás esos auges y sus ulteriores transformaciones, volveríamos de modo paulatino hacia una etapa anterior pero transfigurada por la tecnología, donde primarían de nuevo por sobre el individuo la tribu, y por sobre la palabra escrita, la transmisión audivisual de la cultura.

Dicho y hecho: este fin de semana me gasté unas buenas horas escuchando las últimas conferencias de Slavoj Zizek, ese divulgador pós-moderno de las ciencias sociales, que publica muchos libros pero que además, consciente de la época y deseoso de influir, concurre también al expansivo entorno de la transmisión audivisual. Me entretuve particularmente con el YouTube de una charla recientemente dictada por él ante un atento y risueño auditorio español. La charla se llama A Plea for a Bureocratic Socialism, que podemos traducir así: Alegato a favor de un Socialismo Burocrático. En dicho YouTube el filósofo esloveno se pone a cuestionar, una vez más, ciertos vicios ideológicos de las izquierdas contemporáneas, esas costumbres de moda que, en su análisis, conducen a la impotencia y en último término a la inviabilidad histórica.

[cita tipo=»destaque»]Que los legisladores, o mejor aún, los delegados de una futura Nacional Constituyente, nos redacten una nueva carta fundamental donde queden bien claros y parados nuestros derechos básicos como colectivos de ciudadanos, es apenas la mitad de la solución. La otra mitad es que existan las oficinas y los funcionarios que nos aseguren el ejercicio de esos derechos en la vida cotidiana, los mesones y teléfonos y sitios web donde ir a reclamarlos, donde gestionarlos y hacerlos válidos.[/cita]

En esta línea se cuestiona el deslumbramiento por la épica, el arrobo ante la marcha multitudinaria, la pasión liberada a partir de la acampada heorica en la plaza pública, la convulsión de la marea humana en torno a algún asediado palacio de gobierno. Postales familiares, espigadas de las últimas décadas, se vienen a la mente, desde las protestas antiglobalización en Seatle o Davos, a las turbulencias emotivas de la primavera árabe (tan desafortunadamente devenida rápidamente en verano tórrido de guerra santa), o los diferentes campamentos de indignados en varias connotadas ciudades euroamericanas, de Madrid a Nueva York, o aquellas jornadas de movilización que acabaron, hace no mucho y de manera abrupta, con los gobiernos del Palacio Quemado y de La Casa Rosada. De esta pequeña lista yo diría que apenas lo del Palacio Quemado entraña, por contraste, una suntanciosa lección para la izquierda: luego de la turbulencia y la huída del Sánchez de Lozada en helicóptero, como de la Rua, hacia los Estados Unidos, abrióse el camino que traería rápido los años más prósperos de la historia de Bolivia, debidos a los gobiernos sucesivos de Evo Morales, campesino sindicalista y cocalero. En cuanto al resto de los casos, disipada la pasión y llegado el día siguiente, la vuelta a la vida normal incluyó invariablemente una oclusión de los sueños libertarios, y aún en algunos casos un empeoramiento de la situación, una aplicación de lo que Naomi Klein llamó la doctrina del shock, esa entronización de un capitalismo aún más rabioso, como los desenlaces de los recientes movimientos de masas en Ucrania, Grecia y Brasil.

En esta charla de YouTube Slavoj Zizek nos invita a pensar no el instante álgido y romántico en que la historia se suspende, no en el vértigo de la protesta y del estado de excepción, sino en el plano día siguiente y en la grisura de la vida cotidiana. Dice, a mi juicio con razón, que el desafío de la izquierda ahora es pensar un Socialismo Burocrático, un tipo de gobierno elaborado por oficinas (burocracia), pero bajo una lógica distinta a la del capitalismo.

Pienso entonces en el Chile actual, en su anatomía de filas para el acceso a cualquier servicio público, incluyendo aquellos muy privatizados, como electricidad y agua potable, transportes y telecomunicaciones. Pienso en las filas formadas antes del alba ante las puertas cerradas y los desiertos mesones de consultorios periféricos, la escenografía de mi infancia en plena dictadura, y en las listas de espera actuales, hijas de las anteriores, pero que la derecha oportunista del piñerismo sin memoria quiere hacer aparecer como defectos intrínsecos del que después de todo ha sido el mejor gobierno que hemos tenido desde que concluyó la dictadura, el único que le ha hecho mella al binominal, y que bien que mal ha sido el único que ha intentado, hasta ahora, tomarse en serio algunos temas sacados a colación por la politización de las calles, como el fin al lucro en educación, y su feliz réplica ulterior, ese bis de las pensiones.

Porque después de todo el sello del neoliberalismo es el de las oficinas que no funcionan, oficinas casi siempre escasas y medio mal atendidas, contestadoras automáticas que llevan a llamadas que se cortan, números y mesones de informaciones y reclamos que no funcionan, sustituidos casi por la compasión interesada de cierta rancia prensa sensacionalista y amarilla, las notas al pie y la letra chica de contratos que regulan temas tan importantes como la salud y la enfermedad (“planes”, claro está, de las ISAPRE), filas de cuadras y cuadras de inmigrantes esperando acceder a una remota oficina, y aún así lo que no deja de pedir siempre la derecha es aún menos Estado.
Lo que yo quiero es tener mi vida de lector de libros y consumidor de películas, dice entusiasta el eslavo Slavoj, y que los servicios básicos funcionen, la electricidad y el agua potable y el transporte: no quiero tener que preocuparme de ellos.

Que los legisladores, o mejor aún, los delegados de una futura Nacional Constituyente, nos redacten una nueva carta fundamental donde queden bien claros y parados nuestros derechos básicos como colectivos de ciudadanos, es apenas la mitad de la solución. La otra mitad es que existan las oficinas y los funcionarios que nos aseguren el ejercicio de esos derechos en la vida cotidiana, los mesones y teléfonos y sitios web donde ir a reclamarlos, donde gestionarlos y hacerlos válidos.

Y lo mismo pasa con el tema medioambiental: no nos interesa un espectacular Parque Tantauco, lo que queremos es el poder de las muchas oficinas distribuidas por todo el país que, bajo un régimen de ecosocialismo burocrático, puedan atender oportunamente los asuntos urgentes de todos nuestros barrios, esas sequías galopantes extendidas como fuego por un sur saturado de pinos y eucaliptus, esas infancias mapuche maltratadas por agentes impunes de una policía corrupta en sus más altos niveles, y que por esos campos de dios se saben portar como guardias de seguridad privadas de megaempresas, esas lluvias ácidas y vertederos que nos han conducido a acuñar esta expresión impresionante: zona de sacrificio ambiental. Porque sinceramente parece harto más probable contrarestar el copioso avance de dichas zonas, a través de un cerco bien orquestado de eficientes oficinas públicas, inscritas en el horizonte de un régimen ecosocialista, que lograrlo a través de campañas onda greenpeace y ejércitos de neohippies buenos para la meditación y el reciclaje.

Destaque:

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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