En un mundo cada vez más dividido por los separatismos nacionalistas, los fanatismos religiosos, con potencias nucleares mostrándose los dientes y la irrupción de movimientos xenófobos y segregacionistas, es imperioso que como país encontremos un espacio común donde –a partir del reconocimiento de los hechos imperdonables de nuestra historia reciente y en la aceptación de nuestras diferencias– seamos capaces de comprometernos con la paz social, la tolerancia y el respeto mutuo y desoír los llamados populistas que se suman a la banalidad e irresponsabilidad del actual presidente de Estados Unidos y de los movimientos de carácter neonazi que han irrumpido en la escena europea.
En las recientes elecciones federales de Alemania, un sector que representa a la extrema derecha xenófoba, racista y con peligrosos visos neonazis –denominado Alternativa para Alemania, AfD– sacó una muy respetable cantidad de votos, convirtiéndose en la tercera fuerza política de ese país, al conseguir más de 90 escaños en el Bundestag (Parlamento alemán). Algo similar sucedió en Austria y en Francia con el Frente Nacional de Le Pen.
Estos movimientos son de un nacionalismo extremo y contrarios, en términos generales, a la Unión Europea como organismo comunitario. Asimismo, se manifiestan contra el libre comercio y el Acuerdo de París en materia de cambio climático. Por si fuera poco, en esta escalada segregadora, son antiinmigración y también antiislam y quieren cerrar las fronteras de sus respectivos países a los refugiados por razones humanitarias.
Que se produzca en Alemania esta irrupción, en lo que la fue la cuna del nacionalsocialismo, allí donde germinó la semilla que terminaría en el Holocausto, es un asunto que no nos puede dejar indiferentes. Es un pésimo indicador de que la memoria de los pueblos no alcanza para generar un consenso en torno a lo que debe ser incuestionablemente condenado, si no se quieren repetir las barbaridades del pasado.
En este caso, y nos toca a nosotros como militantes de la DC chilena, el crecimiento de este movimiento se produjo, en gran medida, a costa de la Unión Demócrata Cristiana alemana, CDU.
Desde mi perspectiva, la mayoría de los integrantes de Alternativa para Alemania, fueron CDU en algún momento, pero consideraron que este partido había girado más a la izquierda al provocar la apertura de las fronteras germanas y permitir el ingreso de más un millón de refugiados desde países como Siria, Afganistán, Irak y Kosovo.
La baja de Angela Merkel en las elecciones tiene que ver con eso y también con la pérdida de influencia de las izquierdas a nivel mundial.
[cita tipo=»destaque»]Desde mi perspectiva, la mayoría de los integrantes de Alternativa para Alemania, fueron CDU en algún momento, pero consideraron que este partido había girado más a la izquierda al provocar la apertura de las fronteras germanas y permitir el ingreso de más un millón de refugiados desde países como Siria, Afganistán, Irak y Kosovo. La baja de Angela Merkel en las elecciones tiene que ver con eso y también con la pérdida de influencia de las izquierdas a nivel mundial.[/cita]
A este cuadro se suma el conflicto entre EE.UU. y Corea del Norte, que amenaza la paz y la seguridad internacional, dos objetivos fundamentales de Naciones Unidas, al constituirse después de la Segunda Guerra Mundial para preservar a las futuras generaciones del flagelo de una guerra, como la Segunda, que le costó a la humanidad 55 millones de muertos.
Si se llegara a producir, sería una conflagración devastadora para toda la humanidad por el uso de armas nucleares.
Lo que hace aún más oscuro el panorama es la actitud del presidente Donald Trump, quien entra en el juego de las amenazas y bravatas, violando un principio básico de la Carta de Naciones Unidas, que no solo prohíbe el uso de la fuerza para la solución de los conflictos, sino también penaliza la amenaza de utilizarla.
Como integrante del Consejo de Seguridad, Estados Unidos debe ser un país tremendamente prudente y cuidadoso con el fin de preservar el objetivo fundamental que es la paz mundial, es decir, la resolución pacífica de las controversias internacionales. La Carta de la ONU, donde se plantea ese imperativo entre las naciones del mundo, fue firmada, precisamente, dicho sea de paso, en San Francisco, Estados Unidos, el 26 de junio de 1945.
En un mundo cada vez más dividido por los separatismos nacionalistas, los fanatismos religiosos, con potencias nucleares mostrándose los dientes y la irrupción de movimientos xenófobos y segregacionistas, es imperioso que como país encontremos un espacio común donde –a partir del reconocimiento de los hechos imperdonables de nuestra historia reciente y en la aceptación de nuestras diferencias– seamos capaces de comprometernos con la paz social, la tolerancia y el respeto mutuo y desoír los llamados populistas que se suman a la banalidad e irresponsabilidad del actual presidente de Estados Unidos y de los movimientos de carácter neonazi que han irrumpido en la escena europea.