Desde hace algunos años en Chile ha surgido un cine de los hijos de la dictadura. Se ha tratado de una serie de documentales y películas dirigidos en general por hijos de diversas víctimas de violencia política (ejecutados y exiliados) quienes han ido elaborando una visión propia sobre los legados del pasado. Esto ha permitido ir entendiendo otras de las consecuencias que tuvo el régimen cívico-militar en la sociedad chilena, esta vez, en la vida íntima y la transmisión de memorias e identidades políticas al interior de las familias. El martes 3 de octubre, en su pre- estreno en Chile, El Pacto de Adriana profundizó o tal vez revirtió ese proceso; el tiempo permitirá entenderlo. Se trata de un documental que la directora y guionista Lissette Orozco, en compañía de Benjamín Band, su compañero de formación, hacen sobre su tía Channy: Adriana.
El documental nos cuenta sobre una tía que vivía en Australia y que durante sus visitas a Chile ilusionaba a Lissette con sus historias cosmopolitas y carácter fuerte. Era un modelo a seguir para una niña educada por mujeres: tías y abuela, sin madre. En una de esas visitas a la Tía Channy la dejan detenida en el aeropuerto, y Lissete se entera que había una denuncia en su contra por participación en torturas durante los años que trabajó como secretaria y mujer de confianza de Manuel Contreras. Desde ese instante en adelante, durante los años que dura el proceso judicial y la filmación del documental, la tía lo niega, rotundamente, y asegura que esto es una venganza y que ella fue inculpada.
Ahí empieza el documental. Lissete nos deja entrar en el secreto de familia, que empieza a ser, de pronto, el secreto del país. Al inicio, Lissete se propone hacer un documental, no sabemos si para limpiar la imagen de la tía, o para interrogar ese proceso de autoexamen en lenguaje cinematográfico. Pero esta retrospectiva, que se inicia desde un lugar filial, alcanza con el tiempo y con la información histórica, un lugar público. Tras años de investigación, estudio del proceso judicial, entrevistas con expertos e incluso entrevista con Jorgelino Vergara (“El mocito” en el libro de Javier Rebolledo) Lissette abandona, o re-articula en conflicto, su lugar de sobrina y nieta, y deja paso a la producción de un examen crítico. Deja ver al público una búsqueda imparcial, que logra hilvanar afectos familiares, investigación periodística, algo de vergüenza y sobre todo, el desarrollo de su propia respuesta moral.
[cita tipo=»destaque»]Muestra y nos permite entender las dinámicas privadas de la división de la memoria en Chile, nos muestra la vida íntima de ese discurso que no es hegemónico, pero que se reproduce de manera soterrada: la falta de emociones asociadas a la culpa, el remordimiento o la vergüenza, en el plano privado, la justificación y relativización de la deshumanización. Nos deja ver la dinámica íntima del círculo de silencio.[/cita]
Esta es a mi juicio, el aspecto más relevante de la película y su mayor diferencia con otro documental que este año fue presentado en Chile: El Color del Camaleón (Andrés Lubbert). Éste cuenta la historia de hijo que intenta conocer el secreto de su atormentado padre, y descubre que éste fue reclutado por la DINA. Pese a ser un trabajo valiente, que entra en un terreno hasta ahora prohibido (los grises de la colaboración y la complicidad de la CTC), no logra pasar de la reflexión biográfica a una toma de posición más aguda respecto del impacto que pudiera tener la película, o las formas en que ésta puede ser leída (lo que podemos entender por tratarse de un director extranjero que tal vez desconoce las dinámicas locales de la memoria).
El Pacto de Adriana, en cambio, logra contener el drama afectivo y entender que ante esos secretos familiares se requiere más que los recursos del lenguaje privado. Pienso en casos como las recientes declaraciones negacioncitas de la segunda generación de colaboradores de la dictadura: la militante de la UDI, Loreto Letelier, al negar el caso Quemados, las declaraciones continuas del grupo de defensa de Punta Peuco y en la performance pública que ha tenido y el espacio que se le ha dado a Loreto Iturriaga Neumann, cuyo principal objetivo es defender a su padre condenado por su participación en la operación Cóndor.
Todos, suponemos, han sido enfrentados al dilema de Antígona, y han creído que tienen que elegir entre la verdad de la familia o la verdad del Estado, optando por la familia. Lissete Orozco, en cambio, elabora otra respuesta, mostrando una ruta alternativa al dilema excluyente. Muestra y nos permite entender las dinámicas privadas de la división de la memoria en Chile, nos muestra la vida íntima de ese discurso que no es hegemónico, pero que se reproduce de manera soterrada: la falta de emociones asociadas a la culpa, el remordimiento o la vergüenza, en el plano privado, la justificación y relativización de la deshumanización.
Nos deja ver la dinámica íntima del círculo de silencio. Escuchamos conversaciones de la Channy con sus antiguas compañeras de trabajo, donde entre ellas todo lo niegan y desconocen cualquier información. Saben que pueden estar siendo escuchadas. Reaccionan en bloque, están entrenadas para la disociación. La tía Channy acusa a Lissete y la culpa por no creerle, invierte así el proceso de indagación, e intenta detenerlo. Al confrontar a su tía con la verdad, Lissete se enfrenta a las formas cotidianas de la negación, y nos muestra los efectos de la disociación entre los individuos y su vida familiar o privada, y sus acciones, roles y omisiones en la participación y colaboración con la dictadura.
Resulta iluminador entender el proceso a través del cual funciona la negación: el querer proteger a la abuela (madre de Channy), las lealtades familiares, las nociones de incondicionalidad y la dimensión afectiva que tiene la política. Lissette nos muestra cómo estas dinámicas afectivas son una de las principales obstáculos para quien busca una verdad histórica (digamos, al menos, jurídica), y se enfrenta a la posibilidad de generar una reflexión sobre el pasado. Lissette no tira piedras a su tía, tampoco la abandona, pero entiende rápidamente (al menos en lo que nos deja ver en el documental) la diferencia entre el perdón intrafamiliar y la responsabilidad y deuda que tiene su tía con el país y la justicia. Entiende que el perdón no es el lenguaje con que ese tipo de secretos, debe ser abordado. Probablemente Lissette pudo hacer esta película porque era la sobrina y no la hija de Channy, pero nos muestra que puede existir efectivamente el ejercicio de responsabilidad intergeneracional.