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Cómo manipular a los votantes

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Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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El escritor Jorge Luis Borges, en una entrevista del año 1976 con Bernardo Neustadt en el programa Tiempo Nuevo de Telefé, dijo:

«Para mí la democracia es un abuso de la estadística. Y además no creo que tenga ningún valor. ¿Usted cree que para resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la gente? Yo diría que no; entonces ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales.”

Quizá Borges tenga razón. Y la manera a través de la cual esos sinvergüenzas a que alude podrían timarnos son los sesgos cognitivos, poderoso fenómeno que le granjeó el Nobel de Economía 2002 al psicólogo norteamericano-israelí Daniel Kahneman, quien lo investigó extensivamente.

¿En qué consiste? Haselton, Nettle y Andrews, académicas del Departamento de Psicología de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), definen el sesgo como un patrón sistemático de desviación de la racionalidad en el juicio. Se trata de una distorsión de la percepción. Aunque esta definición se restringe al efecto negativo, el que aquí trataremos, el sesgo cognitivo puede significar también un atajo cuyo resultado coincida finalmente con el del proceso de raciocinio, es decir, que se condiga con la realidad de los hechos.

[cita tipo=»destaque»]Nosotros, como ciudadanos del nuevo milenio, por supuesto, estamos llamados a superar la vieja política, sus resabios, a imponernos sobre aquellas prácticas arteras tan habituales tanto en la izquierda como en la derecha tradicionales.[/cita]

El sesgo cognitivo es uno, pero admite una variedad de tipos dependiendo del contexto en que tenga lugar.

Uno de ellos es el “sesgo de arrastre”, que es la tendencia a hacer o creer cosas porque muchas otras personas las hacen o creen. La probabilidad de que una persona adopte una creencia aumenta en función del número de personas que adhieren a ella. Esta es una poderosa forma de pensamiento de grupo y viene a explicar aquello que llamamos “Espíritu de la Tribu”. Es decir, si a usted le dicen que Hitler está a la cabeza de las encuestas, que el 99,99% de sus compatriotas le apoya, existe una alta probabilidad de que usted, por no sentirse marginado del grupo, vote a Hitler como Reichspräsident de Alemania en lugar de al mariscal Von Hindenburg, y colaborará en el ascenso del líder nazi al poder y en la subsecuente ruina de la patria y del mundo al término de la Segunda Guerra Mundial.

Otro tipo de sesgo es el de autoridad. No porque un candidato sea médico, significa que es probo ni que contribuirá a la salud general de la ciudadanía. Lo mismo que si alguien tiene un doctorado en economía en Harvard, no significa que, como experto financiero, no vaya a desfalcar un banco en San Clemente –comuna colindante con Talca –y que más tarde, aprovechando el olvido que cultivan los años, como si nada, se postule a presidente de la república, ni tampoco implica que salvaguardará las finanzas de todos y cada uno de sus compatriotas, ni que una vez finalice su mandato no arregle algún decreto que financieramente favorezca a sus amigos del rubro inmobiliario, por ejemplo.

El “sesgo de impacto” es otro. Acá podrían decirnos que si no gana el candidato X la bolsa de valores se desplomará apocalípticamente, que comenzarán los despidos masivos, que no percibirá ni la mitad de su sueldo presente y que verá a Satanás dando los discursos oficiales desde La Moneda. Por consiguiente, usted correrá velozmente a votar por el candidato X, más si quien ha hecho la abusiva declaración es el Presidente de la Bolsa de Comercio de su país y amigo y prosélito del candidato X.

Con todo, puede que los sesgos más peligrosos sean el “sesgo de disconformidad” y el “punto ciego”. El primero es la tendencia a ver e interpretar las cosas en función de nuestro marco de referencia ideológico. Se busca más información favorable a nuestras ideas que alguna que la contravenga. Por ende, si tal es el amor añadido a las prescripciones de la infancia, que solo por afecto y gratitud acabamos pregonando el mismo ideario que nuestros padres, entonces aprobaremos y rechazaremos muchas de las cosas que ellos mismos aprueban o rechazan sin más fundamento que aquella honra amorosa. El “punto ciego”, por su lado, dice relación con que no somos conscientes de nuestros propios sesgos; los vemos clarísimos en los demás, pero no nos damos cuenta cuando nosotros caemos en uno.

No debe el ciudadano dejarse engañar. Los sesgos cognitivos han sido una poderosísima herramienta de manipulación en todos los tiempos y latitudes, adoptando las formas más cotidianas, y de esto dio cuenta el padre de la ciencia política moderna, Maquiavelo, en su tratado Il Principe. Dice allí:

“Ningún príncipe, y menos un príncipe nuevo, puede practicar todas las virtudes que dan crédito de buenos a los hombres[…] Su carácter ha de tener la ductilidad conveniente para plegarse a las condiciones que los cambios de fortuna le impongan[…] En cuanto se le vea y se le oiga ha de parecer piadoso, leal, íntegro, compasivo y religioso[…] Los hombres juzgan más por los ojos que por los demás sentidos[…] Todos verán lo que aparenta, pocos lo que es.”

Nosotros, como ciudadanos del nuevo milenio, por supuesto, estamos llamados a superar la vieja política, sus resabios, a imponernos sobre aquellas prácticas arteras tan habituales tanto en la izquierda como en la derecha tradicionales.

Un voto debe ir más allá de una sonrisa o de la promesa de la satisfacción de una necesidad inmediata. Un voto tiene implicaciones sobre toda la orgánica de un Estado, de la vida personal y pública del votante, de su albedrío, así como de la existencia de las generaciones que se están formando para sucedernos y de las que están por venir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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