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El día después

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La ciudadanía que desee participar el domingo 19 de noviembre se pronunciará solemnemente en la primera vuelta presidencial y en la parlamentaria. Los resultados de tales actos electorales no serán neutros. Allí se determinará el peso de todos y cada uno de los partidos políticos y también de sus dirigentes.

No es lo mismo obtener el 7,0%,  el 10% o el 15  por ciento más en la elección presidencial, y no es lo mismo obtener 12, 15, 20 o más diputados, o tres, cuatro, cinco o más senadores. Esta es la encrucijada en que se encuentra la Democracia Cristiana, cuya situación y destino tiene por sus características políticas especial relevancia.

El día después del 19 de noviembre no se podrá controlar o manejar mediante simples acuerdos o propósitos acordados o concordados artificialmente, sin escuchar la voz de la cifra que arrojen las urnas electorales. ¿Cómo tomar seria y vinculantemente una resolución “el día después”? Desde luego, pensando en qué es lo más sano y mejor para el país y por cierto para las grandes mayorías en los próximos cuatro años, porque los partidos no pueden moverse solos por intereses particularísimos.

Habrá que examinar con atención, si la candidata demócrata cristiana no pasa a la segunda vuelta, qué candidato de los que concurran al acto electoral final, ofrecen mayores fortalezas morales y políticas de confiabilidad y conocimiento para asumir la Presidencia de la República. Habrá que medirlos y analizar sus intervenciones públicas, sus programas de gobierno, la seriedad o no de sus proposiciones, su trayectoria, sus equipos de trabajo, los partidos políticos que los apoyan, las características de éstos, sus últimas definiciones y orientaciones, como obviamente la coherencia para desarrollar las labores de gobierno.

[cita tipo=»destaque»]Habrá que construir una nueva política. Es el reto que se impondrá “el día después”, por eso abrir las puertas y escuchar al pueblo soberano Demócrata Cristiano, es una exigencia de los tiempos que se avecinan. Habrá que asegurar progreso y gobernabilidad, valores difíciles de afirmar con certeza en el Chile de hoy, pero sin los cuales no se podrá sostener una democracia que postule amplios espacios para la participación de la ciudadanía.[/cita]

En una democracia como la nuestra, en la que los partidos se hallan en un proceso sostenido de deterioro indudable y muy lamentable y cuando se reclama una mayor participación en las decisiones políticas –no una democracia vertical– sería un gran error que las definiciones fueran tomadas en círculos reducidos. La democracia indirecta –consejos o juntas nacionales– así lo creemos, no responde a los requerimientos indispensables para resolver el camino que habrá que trazar. Difícilmente los que votan o siguen a la Democracia Cristiana podrán ser conducidos o arrastrados por decisiones meramente copulares, máxime cuando nos hallaremos ante un nuevo escenario político nacional producto de la voz silenciosa del electorado.

Por qué no consultar al pueblo soberano del Partido Demócrata Cristiano en un referéndum vinculante? Ppara ello habrá tiempo y recursos. No existen excusas. No querer oír a ese soberano y pretender orientarlo sólo a través de acuerdos tomados en las buhardillas o sótanos de la política, sólo producirá un efecto: nadie, salvo la cúpula o nomenclatura, se sentirá motivada o inducida por una decisión dispuesta a través de medios no idóneos, para una situación como la que vamos a enfrentar.

La dirigencia política y también todos los militantes políticos, el día después, deberán entrar en un estado de profunda y verdadera reflexión. Sin precipitarse, tendrán que razonar, si les es posible, mucho más allá de la tentación de pretender, no sabemos cómo, preservar escuálidas parcelas de poder. La ciudadanía partidaria, a no dudar, quiere más democracia y participación y el sentido común y una ciudadanía más informada, obliga a que estas decisiones se tomen por una militancia activa que se ha refichado recientemente.

La decisión que fuere y que fluya del referéndum que sugerimos, no solo será vinculante, sino que y es lo más importante, tendrá repercusión en el país. Decisiones de grupos dirigentes superiores, sin respaldo directo de las bases, tiene poco efecto en la comunidad y debilitan los lazos y compromisos comunitarios en la política, que es lo que justifica la real existencia de los partidos políticos.

Vemos que hay preocupación. Cartas y múltiples declaraciones anuncian que el tema es trascendente. Sin embargo, se observa mucha desorientación en la dirigencia, un evidente temor por lo que viene. Pareciera que no tienen certezas o seguridades. El futuro, desgraciadamente, no se puede amarrar con los dichos apresurados de hoy o con resoluciones anteriores al pronunciamiento electoral del 19 de Noviembre. Habrá que construir una nueva política. Es el reto que se impondrá “el día después”, por eso abrir las puertas y escuchar al pueblo soberano Demócrata Cristiano, es una exigencia de los tiempos que se avecinan. Habrá que asegurar progreso y gobernabilidad, valores difíciles de afirmar con certeza en el Chile de hoy, pero sin los cuales no se podrá sostener una democracia que postule amplios espacios para la participación de la ciudadanía.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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