A Putin interesa debilitar a la UE, sea con quien sea, y por supuesto, a su figura más simbólica: Angela Merkel. Con toda seguridad Merkel ya sabe que el inescrupuloso Schröder dará la batalla por la dirección de la socialdemocracia y que, en representación indirecta del gobierno ruso, puede llegar a ser un día su principal enemigo político: nada menos que la mano alemana de Putin.
Julian Assange y su red internacional de infundios, Wikeleaks, se han puesto al servicio de la causa independentista de Cataluña.
Assange –dicen los periódicos- es jefe de una inmensa agencia informativa dependiente del Kremlin. Sus difamaciones a Hillary Clinton durante la campaña de Trump ya son parte de la historia universal de la maldad política. De tal modo que cuando Assange se convirtió en un patriota separatista pro catalán, no cupo ninguna duda de que estaba actuando bajo la orden del jefe. La pregunta obvia fue: ¿Por qué interesa a Putin la independencia de Cataluña?
La verdad, le interesa un pepino. Lo que sí le interesa es la desestabilización de la UE. Eso pasa por apoyar a todo movimiento disgregador, sea fascista, ultranacionalista o socialista. Esa es al fin la doctrina de Putin con relación a Europa: todo lo que sea malo para la UE es bueno para Rusia. En ese punto Putin no se diferencia demasiado de su antecesor, Stalin.
Por de pronto, después de que tuvieron lugar las elecciones en la república checa (15-O) la influencia de Rusia sobre Europa alcanza aproximadamente la misma magnitud de los años 50 del pasado siglo, bajo Stalin. Casi toda Europa central y del Este pertenece hoy a la zona de influencia rusa. Sus puntales son la Hungría del ultracatólico Viktor Orban y ahora la Chequia del nacionalista extremo, el multimillonario Andrej Babis y su partido, Alianza de Ciudadanos Descontentos. El gobierno de Polonia aún teme a Rusia, pero su proximidad ideológica con el católico-confesional húngaro es excesivamente estrecha como para no pensar en que pronto Polonia pasará a contarse en la ya larga lista de países amigos de Putin, como ya lo es la Turquía de Erdogan.
De antiguo rival, Erdogan ha comenzado a congeniar perfectamente con el cristianismo ortodoxo de Putin y con el catolicismo integrista de Orban.
Más aún: si miramos el mapa político de la Europa actual, nos encontraremos con una poco agradable sorpresa. En el Sur, sobre todo en Grecia, el partido de gobierno, Syriza, es abiertamente pro-Putin. En Francia gracias a la fanática admiradora de Putin, Marine Le Pen, y recientemente en Italia, con la también ultranacionalista y separatista Liga Norte, Putin ha encontrado estrechos aliados. Pues bien: son esos exactamente los mismos países donde los partidos comunistas dirigidos desde la URSS llegaron a ser los más numerosos del mundo.
Faltaba solamente España. El trío Puigdemont, Junqueras y Forcadell abrió una brecha. Y entonces apareció Assange, manejado con la mano de Putin.
Tanta es la similitud del actual radio de influencia de Putin con el estalinista de los años cincuenta que, incluso en la Alemania de Merkel los bastiones del nacional-putinismo se encuentran en el Este del país (antigua RDA.) Para nadie es un misterio que la ex dirigente de AfD, Frauke Petry (nacida y formada en el Este), viajaba constantemente a Moscú, y no para hacer turismo. Putin cuida además sus relaciones con los sectores más conservadores de la CSU de Baviera. Y por si fuera poco, dentro de la propia socialdemocracia, tiene aliados. El más importante es el ex canciller Gerhard Schröder a quien Putin convirtió de la noche a la mañana en multimillonario al nombrarlo director ejecutivo de la enorme empresa energética rusa Rosneft.
No olvidemos que Schröder, aún en los días en los cuales Putin enviaba sus tropas a Ucrania, seguía repitiendo con escandalosa monotonía: Mirado con cristalina lupa, Putin es un demócrata.
Después que los socialistas conducidos por Martin Schulz pasaron a la oposición, el putinista Schröder ha anunciado su retorno a la política activa. ¿Casualidad? Para Putin no lo es. Para Putin no existe la palabra casualidad.
Probablemente más de algo tuvo que ver el presidente ruso con la liberación del defensor alemán de los derechos humanos Peter Stauder, preso en las cárceles de Turquía. De otra manera no se explica que su delfín Schröder, haya actuado como si fuera jefe de un gobierno paralelo al de Merkel, a favor de esa liberación. Sin dar a conocer una palabra a la embajada alemana y ni siquiera a su amigo, el ministro del exterior Sigmar Gabriel, Schröder medió directamente con Erdogan y obtuvo de inmediato la liberación de Stauder. ¿Qué le habrá prometido a cambio? Eso nadie lo sabe.
Usemos nuevamente la palabra probablemente. Probablemente Putin llamó directamente por teléfono a su nuevo mejor amigo Erdogan para que concediera a Schröder los honores de la liberación de Stauder. Probablemente Putin pensó que Schröder subiría su hasta ahora muy baja popularidad. Y así ocurrió. Erdogan y Schröder posaron frente a la prensa como dos viejos amigos. Erdogan, por lo menos tan astuto como Putin, entendió que, pese a que llamó a los turcos-alemanes a no votar por la socialdemocracia, una SPD con vínculos putinescos puede ser una alternativa de poder en contra de Merkel.
A Putin interesa debilitar a la UE, sea con quien sea, y por supuesto, a su figura más simbólica: Angela Merkel. Con toda seguridad Merkel ya sabe que el inescrupuloso Schröder dará la batalla por la dirección de la socialdemocracia y que, en representación indirecta del gobierno ruso, puede llegar a ser un día su principal enemigo político: nada menos que la mano alemana de Putin.