Desde el inicio de su segundo mandato la presidenta Michelle Bachelet comenzó a implementar su proyecto de gobierno que implicaba concretar las reformas estructurales con el objetivo de provocar profundas transformaciones para disminuir la gigantesca brecha de desigualdad entre los estratos socioeconómicos más altos y los más pobres, incluyendo a la clase media empobrecida.Y así lograr un Chile con mayor justicia social, dando un paso contundente hacia el desarrollo.
El sólo anuncio, sin embargo, de estas reformas provocó un terremoto grado diez en los grupos económicos y la derecha. Desde los inicios de la reforma tributaria que subiría los impuestos a los más ricos para obtener recursos para la educación y redistribuir mejor el ingreso, comenzaron los grandes empresarios junto a la derecha a descalificar la reforma diciendo que era un “desastre” que no habría más inversión, comenzaría la fuga de capitales y por ende se dispararía el desempleo.
Por otra parte, con la reforma laboral, que empoderaba a los sindicatos para lograr una mayor simetría en la negociación con los empleadores, volvía a tocarse los intereses y privilegios de los poderosos. Entonces la misma cantinela. La reforma era tildada como un “desastre”, que obstaculizaba el empleo y por lo tanto aumentaría drásticamente el desempleo. Una campaña sistemática del terror.
Conjuntamente se llevaba a cabo la reforma educacional que, para comenzar, otorgaría gratuidad hasta el quinto decil de los jóvenes para ingresar a la universidad. En la educación pública se pondría fin al copago y a la selección de los alumnos. Todo esto para poner fin al lucro y cristalizar la inclusión de los niños, niñas y adolescentes. Una vez más se tiraron en picada. La derecha defendía a viva voz el copago y el lucro en los colegios. Y es que una vez más se remecían las bases del sistema neoliberal, pasando a llevar los privilegios de la élite conservadora.
[cita tipo=»destaque»]Cuando les conviene inculcan pánico no sólo en una población pasiva y temerosa, sino también en sectores masa crítica y de la misma clase política oficialista. Así las cosas, han sido capaces, de inocular en el imaginario colectivo que en el gobierno de Michelle Bachelet todo se hizo terriblemente mal, ya que nada responde a los verdaderos intereses de la gente.Que existe un rechazo mayoritario a su gobierno y reformas desde que asumió su mandato. Que la obsesión ideológica e inflexibilidad de la mandataria, practicando lo que ellos llaman la retroexcavadora, habrían provocado esta hecatombe.[/cita]
Así continuaron los mensajes apocalípticos, tales como “el equivocado camino del gobierno, su mal rumbo, pésima gestión, gran retroceso de todo lo logrado en gobiernos anteriores etc.” Incluso el candidato de Chile Vamos, Sebastián Piñera, se atrevió a afirmar que su gobierno hizo en 20 días lo que ninguno hizo en 20 años y que el actual es el peor en 30 años. Sus aliados, los grandes conglomerados y economistas de su coalición, señalaban que durante esta administración se obtuvo la menor tasa de inversión también en 30 años.Según ellos, la debacle económica se debía a las malas reformas y la pésima implementación de ellas.
La gran incertidumbre y las reglas no claras eran la justificación para el sofocamiento de la inversión y el aumento en el desempleo.El boicot perfecto para instalar en el imaginario colectivo un Chile que se está cayendo a pedazos.Y quedó muy bien instalado. Ya que esto no se quedó en las palabras ni en una mera campaña del terror.
Independientemente del mal escenario económico internacional y el bajo precio del cobre, los empresarios frenaron drásticamente las inversiones, como una sorda resistencia a los anuncios de las reformas de Bachelet. Y provocaron ex profeso un persistente aumento del desempleo, una gran disminución del crecimiento y de la productividad. (lo más maquiavélico es que al no invertir ellos no pierden ni un centavo de sus multimillonarias utilidades, pero sí las maximizan disminuyendo mano de obra). Esta es una de las formas de “movilización” empresarial: el boicot abierto. Con lo cual queda a la vista que los grandes grupos económicos hacen una activa intervención en la política nacional.
Cuando les conviene inculcan pánico no sólo en una población pasiva y temerosa, sino también en sectores masa crítica y de la misma clase política oficialista. Así las cosas, han sido capaces, de inocular en el imaginario colectivo que en el gobierno de Michelle Bachelet todo se hizo terriblemente mal, ya que nada responde a los verdaderos intereses de la gente.Que existe un rechazo mayoritario a su gobierno y reformas desde que asumió su mandato.Que la obsesión ideológica e inflexibilidad de la mandataria, practicando lo que ellos llaman la retroexcavadora, habrían provocado esta hecatombe.
Que el rechazo al proyecto minero Dominga habría infundido tanto temor que las inversiones del sector minero habrían disminuido en un 44%.La presidenta era denostada sistemáticamente, incluso esta vez, sin importarles que el rechazo a Dominga –por el cual renunció el Ministro de Hacienda Rodrigo Valdés, el subsecretario de la cartera Alejandro Micco y el Ministro de economía Luis Felipe Céspedes – había sido para salvaguardar el medio ambiente. Una vez más confirmaban que para ellos el fin (la ganancia) justifica los medios (destruir el medio ambiente).
Así las cúpulas empresariales y sus representantes políticos han provocado un caos artificial que cruza toda la sociedad chilena, generando un clima de percepción económica de desorden para desestabilizar los cimientos del gobierno.
Lamentablemente, la carencia de política comunicacional de parte de la administración gubernamental para informar en manzanitas los beneficios de las reformas al ciudadano común y corriente, junto al caso Caval en los inicios de este mandato y la falta de reacción adecuada de la presidenta, han provocado una muy baja aprobación hacia ella en las encuestas. A su vez una gran disminución de la credibilidad en su conducción.
Esta baja aprobación se potencia a mil con el bloqueo económico empresarial y la muy buena campaña comunicacional de la derecha. En especial del candidato Sebastián Piñera, al repetir una y otra vez, como un mantra, que este gobierno es un desastre, que el país está estancado, que el legado de la presidenta es un legado de grandes deudas. Provocando la sensación de un hoyo negro, un pantano profundo, y por lo tanto él en su probable futuro gobierno “enmendaría el rumbo”, prometiendo “tiempos mejores” para “salvarnos” de esta catástrofe.
La satanización total de Bachelet y su segundo mandato.Una campaña del terror que un amplio sector de la población percibe como si fuese una verdad. Por otra parte, la repetición sistemática de los mensajes apocalípticos han calado el subconsciente de parte de una élite intelectual que termina creyendo de que Chile está en ruina.
El único que se ha atrevido a mencionar este boicot fue el candidato progresista Alejandro Guillier, quien a principios de su campaña afirmó: “Los grandes grupos económicos están ganando como nunca y no quieren invertir” y enfatizó “Un grupo de privilegiados está bloqueando el desarrollo de Chile” Guillier fue tapizado con ataques y críticas a sus dichos desde todos los sectores políticos y del ámbito empresarial.
Fue castigado duramente por “satanizar” a los grandes empresarios. Nunca más se le escuchó ni la más leve mención al tema. A todas luces esta oposición y clara obstrucción a todos los proyectos, decisiones, ideas, del gobierno de Michelle Bachelet, es, por definición, un siniestro boicot.
Lo que no se comprende es ¿Por qué en especial los periodistas, pero tampoco los políticos de la coalición de gobierno, ni los Ministros de Estado, ni la presidenta, por su propio beneficio, no se atreven a hablar de este boicot y decir basta!? y en vez de informar al chileno común y corriente prefieren camuflar esta verdad? Da para pensar que una vez más la gran influencia de los grandes conglomerados económicos en la política nacional cubre con su manto del terror a la élite gubernamental y periodística. El terror a la reacción de los poderosos.