Ni Sebastián Piñera, el mejor aspectado para el triunfo este domingo, ha logrado instalar un relato en torno a su candidatura que lo proyecte más allá del crecimiento económico y la vigorización del empleo, como si eso fuera en sí mismo una visión de país. En la vereda de enfrente, tampoco han conseguido sortear la trampa de creerse amparados por la mayor honestidad, confiablidad y cercanía que les atribuyen las encuestas, como si estos fueran atributos suficientes para ganar la elección. Por cierto, poco contribuyen al debate político las refriegas internas de la Nueva Mayoría, dándole la razón a quienes advirtieron que la fragmentación y la falta de primarias los llevaría al despeñadero.
Café habitual de día lunes. Tema obligado de la semana: la elección del domingo. Conversación relajada hasta que la apelación de un apasionado ex Nueva Mayoría a las encuestas sube el tono. Se pregunta algo molesto cómo es posible que, según las mismas encuestas, los chilenos quieran priorizar la educación pública sobre la particular subvencionada; estén de acuerdo con prohibir la selección de alumnos; estén a favor de la gratuidad universal en educación superior y, simultáneamente, afirmen que Sebastián Piñera ganará holgadamente la primera vuelta.
Ante la falta de respuestas contundentes por parte de sus contertulios, reclama encolerizado a este encuestólogo que la ciudadanía cambió, que ya no valora los liderazgos autoritarios y asimétricos, que busca un próximo Presidente confiable, honesto y cercano. En ese escenario, Piñera no tiene opciones de ganar la Presidencia, reclama. Para rematar –o rematarme– cierra con convicción: “Las encuestas mienten”.
Pues bien, veamos qué nos están diciendo las porfiadas encuestas de cara a la elección. Efectivamente, una lectura superficial nos llevaría a creer lo que plantea el apasionado militante. Esta interpretación ingenua también devela una contradicción en el hecho de que Piñera y su coalición, Chile Vamos, no representan particularmente las expectativas o sueños de país, ni el tipo de liderazgo esperado y, al mismo tiempo, una mayoría de personas está dispuesta a votar por él este domingo.
Un repaso más detallado de los datos muestra que esta aparente incongruencia no es tal. En primer lugar, y lo más preocupante, los sondeos dan cuenta de una tremenda desafección de la ciudadanía con la elección y, en general, con la democracia representativa. En las encuestas más optimistas se proyecta una participación de menos de la mitad del electorado en la primera vuelta, habiendo otras que la empinan apenas al 40%.
[cita tipo=»destaque»]Que la baja participación electoral sea un fenómeno extendido en el mundo no reduce los nocivos efectos de la progresiva limitación de la representación política, más evidente a partir del voto voluntario. Desafecto expresado en la escasa valoración de la institucionalidad democrática; la desconfianza en su capacidad de mejorar la calidad de vida de sus representados; en los juicios lapidarios sobre la real vocación de quienes se dedican a la política y el consiguiente descrédito de diputados, senadores y del Congreso en general, así como en la mala evaluación de las coaliciones políticas.[/cita]
Que la baja participación electoral sea un fenómeno extendido en el mundo no reduce los nocivos efectos de la progresiva limitación de la representación política, más evidente a partir del voto voluntario. Desafecto expresado en la escasa valoración de la institucionalidad democrática; la desconfianza en su capacidad de mejorar la calidad de vida de sus representados; en los juicios lapidarios sobre la real vocación de quienes se dedican a la política y el consiguiente descrédito de diputados, senadores y del Congreso en general, así como en la mala evaluación de las coaliciones políticas.
Respecto de los candidatos presidenciales, en la última encuesta CEP solo tres de los ocho que van a la papeleta este domingo tienen un poco más de evaluaciones positivas que negativas. Adicionalmente, ninguno, entre todos los candidatos a presidir el país, logra que más de cuatro de cada diez encuestados diga que tienen una opinión positiva de ellos.
Por otra parte, los sondeos de opinión nos anticipan que esta elección será recordada como la más pragmática –seguro la menos épica– de las que hayamos tenido registro desde el retorno a la democracia. Pese a tener el potencial de haber sido una elección ideologizada en torno al tipo de sociedad a la que aspiramos, ha devenido en un ejercicio pragmático, enmarcado por consignas generales sobre economía, flojera, AFP, narcotráfico, ética, empresas zombis y otros titulares de un día.
Ni Sebastián Piñera, el mejor aspectado para el triunfo este domingo, ha logrado instalar un relato en torno a su candidatura que lo proyecte más allá del crecimiento económico y la vigorización del empleo, como si eso fuera en sí mismo una visión de país. En la vereda de enfrente, tampoco han conseguido sortear la trampa de creerse amparados por la mayor honestidad, confiablidad y cercanía que les atribuyen las encuestas, como si estos fueran atributos suficientes para ganar la elección. Por cierto, poco contribuyen al debate político las refriegas internas de la Nueva Mayoría, dándoles la razón a quienes advirtieron que la fragmentación y la falta de primarias los llevaría al despeñadero.
Con el nivel de desafección de la ciudadanía con la próxima elección y con una mejor gestión económica como único aliciente para movilizarse a las urnas, ¿qué esperaba, usted, que le dijeran las encuestas?