Quienes sostengan después de los resultados de las elecciones presidenciales del domingo que Chile cambió y eso llevó a errar en los diagnósticos, están equivocados. Chile no cambio. El grave problema es que los analistas políticos de todos los sectores, encuestadores y opinólogos no supieron “leer” la realidad, ni interpretar a los ciudadanos.
El primer error de los análisis apuntó a sobreestimar la intención de voto de Sebastián Piñera. Finalmente, lo que pasó en las urnas es que derecha, que en este caso sería la suma de los votos de Piñera y José Antonio Kast, obtuvo un 44% de los sufragios. Ese número corresponde, ni más ni menos, a la votación histórica de ese sector.
El segundo error fue deducir que la baja aprobación del gobierno de Michelle Bachelet se debía al rechazo a sus reformas estructurales. Justamente, la propuesta de hacer realidad esas grandes transformaciones la llevaron al poder hace cuatro años apoyada por 62,16% del electorado.
El 22,70% de ciudadanos que el domingo se inclinó por Alejandro Guillier espera que los cambios, a lo menos, sigan. Mientras que el 20,27% de chilenos que sufragó por Beatriz Sánchez desea más que eso: que las reformas continúen y se profundicen.
En esa línea, la baja adhesión al actual mandato, al parecer, tiene otras explicaciones. Es probable que la gente evalúe que las reformas no fueron bien hechas o perdieron credibilidad de mano de Bachelet a partir del Caso Caval -que para muchos marcó el principio del fin de su gobierno-. O lo que es aún más probable: los ciudadanos, en particular los jóvenes, desean y esperan que esos cambios los hagan figuras nuevas y no de la vieja política.
[cita tipo=»destaque»]Los representantes del establishment no son sinónimo de cambio para ellos, como son los casos de Piñera, Carolina Goic, Marco Enríquez-Ominami y otros políticos tradicionales, como los legisladores de larga data que perdieron las recientes elecciones parlamentarias. Por su parte, Guillier sería percibido como un rostro nuevo en el mundo del poder.[/cita]
Por eso, los representantes del establishment no son sinónimo de cambio para ellos, como son los casos de Piñera, Carolina Goic, Marco Enríquez-Ominami y otros políticos tradicionales, como los legisladores de larga data que perdieron las recientes elecciones parlamentarias. Por su parte, Guillier sería percibido como un rostro nuevo en el mundo del poder.
Siguiendo lógica tradicional, hoy muchos especulan que más que sumarse a un proyecto político, quienes se inclinaron por el Frente
Amplio se unirán a los adherentes de Guillier, MEO y parte de los de Goic para derrotar a Piñera.
Aunque es altamente probable que la mayoría de los votantes de esos cuatro candidatos tengan su domicilio político en la izquierda, a la luz de los recientes resultados, nadie puede estar tan seguro como para afirmar que el antipiñerismo bastará para unirlos.
Las 1.336.622 personas que votaron por Beatriz Sánchez buscan grandes cambios en el sistema actual -como el fin de las AFP y las deudas del crédito CAE- y un recambio generacional -que deje fuera a los corruptos, “apitutados” y a los que buscan el poder por el poder-.
De esa forma, es posible que ni la campaña de terror de la derecha -que, entre otros slogans, sostiene que Guillier es igual a Maduro y que con él no se reactivará el país, ni habrá trabajo-, ni la calculadora política de la centroizquierda -que busca solo sumar y sumar para ganarle a Piñera-, impacten a ese electorado.
Así, si los analistas, los encuestadores y opinólogos, que en general son parte del mismo establishment que los políticos tradicionales, continúan usando las mismas lógicas de siempre seguirán errando en sus pronósticos y más grave aún: no entendiendo lo que está pasando en las calles, barrios, plazas de nuestro Chile real.