La decisión de Donald Trump es una apuesta de alto riesgo por todo lo que implica en la práctica; el no reconocer al mismo tiempo los derechos palestinos de considerar Jerusalén un territorio palestino. Simbólicamente, es el núcleo de la gran disputa entre palestinos e israelíes y la administración de Donald Trump la incorporó como una promesa de campaña.
Estados Unidos , al reconocer Jerusalén como capital del estado de Israel, lleva a cabo un paso decisivo para la instalación de una nueva arquitectura de equilibrios de poder en una región que incluye el norte de África y el golfo pérsico . Jerusalén como capital y un nuevo orden en la región, es una demanda del poderoso lobby que ha construido Israel desde antes que se constituyera como estado en 1948.
Cuando el presidente estadounidense Harry Truman emite la orden presidencial para reconocer al estado de Israel, su secretario de estado Marshall manifiesta abiertamente su oposición. Declara que “el presidente había decidido por razones domésticas”. (James Trager. The People’s Chronology. 1992).
Truman es reelegido al final de ese mismo año con el firme apoyo del lobby judío en Estados Unidos. A partir de este hecho, el lobby de Israel más tarde ,se establece como una herramienta que produce el “doble cuerpo” en la política exterior de Estados Unidos: Una política exterior para proteger a Estados Unidos y otra para proteger a Israel, aunque a veces entren ambas en contradicción.
Donald Trump en su declaración haciendo el anuncio formal menciona al presidente Truman, y está haciendo lo mismo: decidir por razones domésticas para estabilizar su gobierno que ha estado amenazado por múltiples factores de luchas de poder internas. Cuando Truman toma la decisión. comienzan las hostilidades entre árabes y judíos que no cesan hasta hoy. El problema principal no consiste solamente en una restitución de territorio, se trata de una rectificación histórica hacia ese despojo humanitario de 1948 que significó construir el estado de Israel en detrimento de formar el otro estado. En las siete décadas siguientes, se le impidió al pueblo palestino crear las condiciones para formar su estado y la mayor parte de la atención internacional se centró en fortalecer a la recién formada Israel. Durante este período, a partir de la fundación del estado de Israel, los intentos de la comunidad internacional para forjar el estado Palestino y restituir los derechos a su pueblo han fracasado.
La decisión de Donald Trump es una apuesta de alto riesgo por todo lo que implica en la práctica; el no reconocer al mismo tiempo los derechos palestinos de considerar Jerusalén un territorio palestino. Simbólicamente, es el núcleo de la gran disputa entre palestinos e israelíes y la administración de Donald Trump la incorporó como una promesa de campaña.
Y no podría ser de otra forma. Considerar Jerusalén como la capital de Israel fue una decisión de política exterior adoptada en 1995 y respaldada en una ley aprobada por el Congreso en Washington durante la administración de Bill Clinton .Pasaron más de dos décadas y mientras el conflicto palestino –israelí se tornaba más violento y complejo , después del atentado a las torres gemelas por Al Qaeda, en 2001, Estados Unidos se embarca en invasiones a Afganistán e Irak , el derrocamiento del gobierno en Libia , y a través del expediente del terrorismo en un plan para destruir a Siria .
Se podría decir que la política exterior de Estados Unidos post desplome soviético y con ello asociada la alianza transatlántica que lidera, ha sido un desastre para el medio oriente, para el propio Estados Unidos, y ha afectado la paz global, así como los equilibrios de poder en la amplia región mencionada.
Reconocer Jerusalén como capital del estado de Israel, es una síntesis de lo que aún no se reconoce en Naciones Unidas como la peor decisión política en su historia. Desde que se instaura el estado de Israel en mayo de 1948, se gesta la equivocación de no facilitar la instauración inmediata de un estado Palestino con la misma convicción que se proclamaba a Israel como un nuevo estado.
Poco menos de 70 años más tarde, en noviembre de 2017, en vez de haber una rectificación del error histórico, se comete esta segunda equivocación, ya no patrocinada por Naciones Unidas y la comunidad internacional, sino como decisión unilateral de Estados Unidos al reconocer a Jerusalén como capital del estado de Israel. En principio, se estanca más aún la única salida posible a un factor clave en la continua crisis en el medio oriente: la formación del Estado Palestino, restituyendo los derechos plenos como cualquier estado y aplicando sanciones drásticas a las violaciones de Israel a las resoluciones de Naciones Unidas.
[cita tipo=»destaque»]Reconocer Jerusalén como capital del estado de Israel, es una síntesis de lo que aún no se reconoce en Naciones Unidas como la peor decisión política en su historia. Desde que se instaura el estado de Israel en mayo de 1948, se gesta la equivocación de no facilitar la instauración inmediata de un estado Palestino con la misma convicción que se proclamaba a Israel como un nuevo estado.[/cita]
Ahora, con la decisión de Donald Trump de implementar la medida postergada de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, la alianza espuria entre Arabia Saudita e Israel formando un bloque de poder determinante en la región, se fractura y abre un nuevo panorama de relaciones de poder. Por cierto es un tremendo golpe al status quo y del efecto político surgirá lo que hasta el momento ha sido el elemento más postergado, una nueva estructura de equilibrios de poder en la región que sea real, y más condicionada por los factores internos que por los ajustes de cuentas entre las potencias que han influenciado en la formación de naciones en toda esa región.
Encontrar los equilibrios de poder en la región donde de ubica el medio oriente, mientras la prensa incrédula no digería que el magnate Trump tuviera posibilidades de ser elegido, era un tema que el actual presidente lo había planteado a su modo en una entrevista con el New York Times cuando su campaña comenzaba a despegar con pie más firme en marzo de 2016.
¿Cómo se configurará esta nueva realidad? Es difícil predecir porque hay muchos actores clave, referido a naciones, que históricamente han sido enemigos acérrimos todos y ocasionalmente aliados. Nombremos algunos: Rusia,Turquía, Irán o Persia anteriormente, para ser más exactos; Arabia Saudita y sus aliados en las monarquías del golfo; el enclave formado por Irak, Siria Líbano, Jordania; Egipto en calidad propia de potencia histórica regional.
Lo que se está haciendo evidente es que las antiguas alianzas por conveniencias esporádicas o coyunturales para ganar ciertos espacios han fracasado. Por ello, se ha convertido en una de las regiones más convulsivas y con mas divisiones en el planeta y que mientras concentra grandes riquezas , también constituye una amenaza de permanente inestabilidad en las barbas mismas del corazón de la civilización occidental como es la Europa mediterránea. Este es un problema muy complejo relacionado con la explosión migratoria que afecta a Europa de este a oeste y de sur a norte.
No es menor la jugada de Donald Trump y su equipo. Ahora se entiende mejor la llamada trenza rusa, el contar con un equipo de trabajo que se proyecte más allá de las variables del imperialismo hegemónico clásico que ha sido pernicioso particularmente para generar riqueza. Las guerras ya no generan riqueza como antes.
La situación en el medio oriente y en la región ampliada, es el reflejo acumulado de la mayor anomalía de los acuerdos post segunda guerra mundial. Como foco de tensión internacional permanente, solo comparable con lo que sucede en el enclave comprendido por las dos Coreas, China y Japón. Rusia se transforma en un actor clave en esta nueva arquitectura de poder en esta conflictiva región. Jerusalén como capital de Israel es un paso explosivo. Así son las revoluciones.
Aún así, como aliado principal de Israel, Estados Unidos debe colocar su política exterior en un nivel de sustancia y relevancia que supere la dinámica que le ha imprimido la influencia del lobby Israelí doméstica e internacionalmente. Tiene que encontrar aliados. No hay mucho donde elegir. Sus aliados tradicionales Reino Unido y Francia en la región no han funcionado y han sido erráticos al trabajar con agendas superpuestas, especialmente en la guerra contra el terrorismo.
Qué ironía. Rusia y China, los acérrimos rivales en el consejo de seguridad de Naciones Unidas, aparecen como los más actores consistentes a quién recurrir para rearmar el “cuento” en el medio oriente y su región.