El resultado de las elecciones de primera vuelta recién pasadas (y probablemente también el resultado de la segunda vuelta), volvieron a poner de manifiesto un fenómeno que se ha ido intensificando con el correr de las elecciones en las últimas décadas. La disminución en la participación ya sobrepasó el 50% del padrón electoral y ésto denota un malestar con respecto a los representantes en el gobierno y congreso, así como con el funcionamiento y desempeño de la denominada ‘clase política’.
Esta situación parece no variar mucho, ni de país en país, ni con el avance y el desarrollo mismo de la democracia y la vida en comunidad. Fenómenos como la corrupción, la manipulación de las leyes, el mantenimiento de una pobreza estructural, así como tantos otros, generan un descontento generalizado en la sociedad, alejándola de los asuntos públicos y posicionándola en un sitial desde el que observa cómo aquellas personas que ha nombrado como sus representantes a través del voto, no actúan de la manera en que se esperaría de ellos, sino que, muchas veces parecieran defender intereses contrapuestos con el bienestar común de los ciudadanos.
La gran mayoría de las sociedades –al menos occidentales- mantienen un sistema político basado en la ‘Democracia Representativa’, modelo en el que las decisiones de gobierno no son tomadas directamente por la totalidad de la población, sino que por personas específicamente elegidas para esta labor. De esta manera, y en relación con el fenómeno anteriormente descrito es que nos hacemos la pregunta ¿Qué falla en este sistema? Claramente algo no funciona bien y ello pone en vilo el horizonte tradicional de la Democracia, que, como diría Robert Dahl “tiende a producir, en general, el mejor sistema factible.”[1]
Si la Democracia no está en tela de juicio, pareciera ser entonces que el problema radica en la característica Representativa de ésta; pero ¿qué significa que la democracia sea efectivamente ‘representativa’? o dicho de otra manera ¿qué es representar? ¿Se trata sólo de una palabra o es un concepto dotado de cierto contenido específico?
Al abordar el problema de la ‘representación’, el debate moderno ha pasada por alto la ‘dimensión neoliberal’ que determina la escena política de las sociedades actuales. La noción de ‘representación’ en este contexto, se comprende básicamente como una teoría de la ‘delegación’ de los modos arbitrarios del uso de facultades como la libertad, la voluntad, las apetencias y, consiguientemente, el resguardo de la auto-conservación (Hobbes) y la propiedad (Locke). En esta línea el debate contemporáneo pareciera haber llegado a la conclusión de que ‘representación’ supone “una entrega de responsabilidades en los denominados representantes por parte de una cantidad determinada de personas, para que hagan uso de su derecho a influir en el juego democrático”; sin embargo, del mismo modo se acepta que ninguna definición abarca el fenómeno en su totalidad, sino que son distintos enfoques que contemplan parte de sus dimensiones, pero dejan fuera otras[2].
[cita tipo=»destaque»]Si la Democracia no está en tela de juicio, pareciera ser entonces que el problema radica en la característica Representativa de ésta; pero ¿qué significa que la democracia sea efectivamente ‘representativa’? o dicho de otra manera ¿qué es representar? ¿Se trata sólo de una palabra o es un concepto dotado de cierto contenido específico?[/cita]
Desde otra perspectiva, para comprender de mejor manera el ‘contenido’ que da forma y que estructura el concepto de representación, se ha considerado que hay que realizar una aproximación un poco más profunda. En este sentido, el politólogo argentino Ernesto Laclau[3] ha desarrollado un análisis del concepto de la representación en relación con los postulados freudianos que describen el fenómeno de la ‘identificación’ desde la base de la percepción de una cualidad común compartida con un cierto líder. De acuerdo con este análisis, la masa está compuesta por un grupo de individuos en que se hace patente el denominado ideal del yo y que los ha puesto en una situación de lo que podríamos llamar una ‘co-pertenencia’ mutua. En otras palabras, los individuos generan su cohesión grupal en la medida en que observan mutuamente que comparten cualidades que reconocen como propias. Dicha externalización, que funda la relación entre pares y que inaugura el denominado ‘vínculo social’, alcanza una expresión más depurada y unificadora cuando descansa en un determinado individuo, que es tanto par como sobresaliente entre los pares: la figura del ‘líder’.
Pareciera ser, desde este punto de vista, que lo que permite que podamos sentirnos identificados o ‘representados’ por alguien es el nombrado sentido de co-pertenencia y la idea de que el denominado líder sea también un par, es decir que tenga un origen común con quienes se busca representar. De esta manera y en relación con lo anterior, cuando se observa la composición de los órganos representativos en nuestras sociedades, el panorama que se puede observar es bastante distante de estos planteamientos. Los gobiernos modernos están conformados a partir de una elite que ha sido posicionada en estos puestos a través de un proceso influenciado –o guiado- por ciertos grupos de poder, y en el cual la competencia se parece bastante a un ‘ofertón’ de ciertas propuestas de gobierno, donde el mecanismo de la oferta y la demanda imperante en el contexto neoliberal, es el que define a dónde van los votos. Este proceso dista bastante del fenómeno de ‘identificación mutua’ y de la aparición del nombrado ‘vinculo social’ que nos indica Laclau como elementos necesario para dotar de contenido la relación representante-representado.
Al observar este escenario, queda preguntarse cuál es el rol que tienen los representados – o electores- en la calidad de la conformación del organismo de representación. ¿Existe la posibilidad de generar una verdadera identificación, dándole contenido sustantivo entonces al lazo representativo, si es que la participación electoral se limita a entregar el poder cada 4 o 5 años a partir de una oferta de candidatos y propuestas? Pareciera ser que la distancia que existe entre representantes y representados no permite la configuración de un vínculo social significativo, y sólo un proceso de profundización de la participación de los individuos en la denominada ‘esfera pública’ podría hacer posible la identificación de los electores con ciertos líderes, que puedan ostentar con algún nivel de legitimidad el rótulo de representantes.
En este contexto, el desafío es discriminar los elementos sustanciales a partir de los cuales el debate en torno a los fenómenos de ‘representación política’ pueden ir adquiriendo el grosor teórico que exige el contexto neoliberal, en tanto implica esto último un cierto extravío del territorio de ‘lo público’ en medio de una exacerbación de ‘lo privado’ o más bien ‘lo individual’. Dicho extravío, sin duda, trae consigo un debate en torno a cuales podrán ser las reconfiguraciones necesarias en orden a que los procesos de ‘representación política’ no pierdan su potencia y vigencia como resultado de la desintegración de aquel territorio que clásicamente mentamos como el de la ‘preocupación por los asuntos públicos’ de nuestra sociedad.
Una de las iniciativas que tendría como consecuencia un fortalecimiento de la representatividad de nuestros modelos democráticos, es sin duda la discusión sobre la aplicación de ciertos elementos de ‘democracia directa’; procedimientos incorporados mayormente en democracias más maduras, tales como los ‘plebiscitos ciudadanos’ y la ‘revocación del mandato’. Estos elementos acercan la democracia a la ciudadanía y permiten acortar la distancia que separa y hace sentir a los electores que la política se desarrolla en una esfera fuera de su alcance.
De la misma manera, la regulación de la contienda electoral y el financiamiento público de las campañas, permiten el arribo de nuevas fuerzas a la política, fuerzas que anteriormente sufrían con las mayores barreras de entrada y ofrecían poco contrapeso al poder económico; logrando de esta manera, dar otro paso en la búsqueda de dotar de contenido el lazo representante-representado y reposicionar el nombre y la importancia del ámbito social que catalogamos como ‘lo público’.
[1] Dahl, Robert. La democracia y sus críticos. Editorial Paidós, España. 1992. Pág. 104.
[2] Pitkin, Hanna. El concepto de representación. University of California Press, Estados Unidos. 1985.
[3] Laclau, Ernesto. La razón populista. Editorial FCE. Argentina 2007.