En las elecciones presidenciales de Chile (segunda vuelta) del 17-D ha sido cumplida una de las máximas de la guerra y de la política. Las guerras y las grandes elecciones son ganadas por quienes logren la mayor cohesión del frente interno.
En vísperas de la segunda vuelta, las huestes derechistas reconocieron línea en torno a su candidato centro-derechista. En cambio, las adhesiones guilleristas, particularmente las que venían del Frente Amplio, lo hicieron de modo muy condicionado, exigiendo esto u lo otro, casi chantajeando a Guillier a cambio de un puñado de votos. Obligaron así a desdibujar aún más el desdibujado programa de Guillier, hasta llegar el punto en que él, ex miembro de uno de los partidos del viejo pasado, el Radical (que es cualquiera cosa menos radical) tuvo que violarse a sí mismo para posar de izquierdista revolucionario. Pero la gente entiende cuando alguien dice lo que no sabe y cuando sabe lo que no dice. Sobre todo cuando eso se nota demasiado.
Fatal la decisión del comando de Guillier. En lugar de ir a buscar votos al centro; entre los que no votaron en la segunda vuelta, fue a buscarlos en la izquierda de su izquierda. Es decir, en vez de disputar con el Frente Amplio y ganarles la controversia (lo que no es tan difícil pues son pura bulla y protesta) terminó sometido a la condiciones que imponía el Frente Amplio, una entidad que carece de doctrina, línea y programa. De este modo, con un frente interno más líquido que sólido, Guillier no estuvo en condiciones de transmitir una sensación que en el Chile clasemediero de la post-dictadura es fundamental: seguridad
Definitivamente no, así no se gana ninguna elección. La derrota, mucho más amplia de la que se suponía, debe agradecerla Guillier a los chicos del Frente Amplio. Sus aliados de última hora fueron sus sepultureros políticos. Lo que sumaron matemáticamente, lo restaron políticamente.
Sobre el Frente Amplio ya hemos escrito y seguiremos escribiendo en próximas ocasiones. Valga la pena reiterar que, como todo fenómeno político, es muy ambivalente. Por un lado, es el resultado de la crisis (o desmoronamiento) del socialismo tradicional chileno. Por otro, es un factor acelerador de esa misma crisis. Sobre lo que no se ha escrito demasiado en cambio es sobre la derecha chilena. Porque si hacia la izquierda apareció un frente amplio, hacia la derecha apareció otro sin que nadie le hubiera puesto ese nombre.
Efectivamente, la derecha es en Chile un concepto plural. No existe la derecha. Existen las derechas. Fenómeno que parece ser muy nacional pues un resultado histórico de la dictadura de Pinochet fue dividir al espectro de la derecha entre uno abiertamente militarista y otro que apuntaba a una rehabilitación civil de la política bajo conducción derechista. La clásica división, liberales-conservadores, fue sucedida por una pinochetista y otra no-tan pinochetista (Unión Demócrata Independiente, UDI, y Renovación Nacional, RN).
Hoy en cambio tenemos por lo menos cuatro derechas. Una derecha conservadora, portaliana, ultramontana, unida en torno a la figura de Jose Antonio Kast. Una derecha pinochetista y facha, en lo que queda de la UDI. Una derecha populista, callejera y demagógica que gira en torno al “disidente” Manuel José Ossandón. Y una derecha liberal abierta hacia el centro político, a los pactos y a las alianzas con la izquierda centrista, la centro-derecha de Sebastián Piñera.
Pues bien, cuando José Antonio Kast, después de la segunda vuelta aseguró su apoyo sin condiciones a Piñera, la UDI y Ossandón, este último a regañadientes, no pudieron sino hacer lo mismo. Piñera, había logrado así, gracias a Kast, lo que no pudo lograr Guiller gracias a Beatriz Sánchez: la unidad en torno a su candidatura. Un frente interno sólido. En fin, una maquinaria electoral.
Por cierto, el apoyo de las derechas a Piñera era una condición, pero no aseguraba el triunfo. De acuerdo a las cuentas alegres de NM, sumando los votos del FA, Guillier iba a ganar. No consideraron, sin embargo, dos puntos claves. El primero, que en los balotajes la abstención suele bajar (en el hecho bajo un 12%) y a ese sector más centrista que radical debería ser dirigido parte del mensaje. Así lo entendió Piñera. Apenas tuvo el apoyo de Kast, giró rápidamente hacia el centro y ofreció a ese electorado nada menos que la pepita de oro del programa de Guillier: la educación gratuita. ¿Oportunismo? No hay dudas. Pero, viendo el tema desde una perspectiva ajedrecista, una jugada maestra.
El segundo punto fue que el centro-centro, vale decir, los pocos que votaron Goic, incluso algunos MEO, y tal vez otros que votaron por Guillier en la primera vuelta, se asustaron frente a la posibilidad de que las decisiones principales de un gobierno NM pudieran ser dependientes de las excentricidades del FA. Sí, excentricidades.
Excentricidades en términos geométrico-políticos. Porque un gobierno políticamente dependiente de FA estaba condenado a agrietar los suelos de la centro-izquierda, vale decir, el espacio político natural de la Concertación y de NM. Esa posibilidad de perder, no solo el centro geométrico sino la centralidad de la política, hizo tal vez que algunos electores prefirieran el centro-derechismo de un diablo conocido que el excentricismo de un diablo por conocer.
En suma: Chile sigue siendo un país político centrista y pendular. Y esta bien que así sea.
Nota del autor: como el título lo indica, estas, menos que un artículo, son anotaciones tomadas inmediatamente después de conocido el resultado. El próximo fin de semana publicaré un texto en el cual, además, meditaré sobre las perspectivas nacionales del gobierno Piñera, y también de algunas (de verdad, importantes) incidencias en el plano internacional.