Desde un punto de vista unilateral y cuantitativo, el envejecimiento de la población chilena –como lo ha reflejado el último Censo– ha sido visto y conceptualizado como un problema y una carga para los gobiernos y las familias. Sin embargo, el envejecimiento demográfico de las poblaciones es un logro social, aunque su acelerado aumento e intensidad puede resultar problemático, por la necesidad de hacer frente a sus consecuencias. El desafío es social y humano. La preocupación debería estar puesta en las condiciones de vida y en asegurar la calidad de vida e inclusión social de ese gran porcentaje de personas mayores con que cuenta actualmente nuestro país, y que seguirá creciendo.
Al afirmar que “la población en Chile envejece aceleradamente”, los resultados del Censo 2017 confirman la tendencia marcada hace 25 años, donde el porcentaje de personas mayores de 60 años ha ido aumentando paulatinamente, a la vez que el número de menores de 15 años disminuye. No cabe duda que el envejecimiento demográfico es una realidad para nuestro país.
Específicamente, para el periodo 1992-2017 las personas de 60 años y más han aumentado 4,8 puntos porcentuales; mientras que los menores de 15 años han disminuido en 9,3 puntos. Este último Censo nos muestra también que por cada 10 menores de 15 años hay 6 mayores de 64 años. Esto nos lleva a proyecciones demográficas donde a futuro las personas mayores superarán a los menores. El análisis de los cambios demográficos en la población chilena ha llegado a ser una tarea insoslayable a la hora de planificar políticas y campos de acción tanto públicos como privados.
Este cambio demográfico implica, por un lado, el envejecimiento general de la población chilena y, por otro, el envejecimiento del envejecimiento. Así, la longevidad se presentará como una característica del envejecimiento en Chile, vale decir, que no solo habrá más población mayor, sino que esta vivirá cada vez más años, aumentando significativamente las personas de la cuarta edad, concepto que ya ha sido discutido en el Parlamento a la luz de incorporarlo a la legislación nacional.
[cita tipo=»destaque»]A la vez que promover imaginarios de vejez donde las personas mayores sean vistas como sujetos productivos, pero no solo en términos económicos sino también sociales, como un sujeto que ha aportado a lo largo de su trayectoria de vida y participación laboral. Las personas mayores son ciudadanos que han aportado y que pueden seguir aportando socioculturalmente al país. Son ciudadanos con derechos claros. Derechos que hace un año fueron ratificados por Chile con su firma de la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores.[/cita]
La situación actual de una vida más larga no solo plantea desafíos sociodemográficos de abordajes cuantitativos, sino que se nos presenta con importantes implicancias socioantropológicas y de carácter cualitativo. Como es, por ejemplo, que con la longevidad no solo aumenta la cantidad de años de vida sino también la diversidad al interior de la vejez. La vejez se configura, por tanto, como una etapa de la vida caracterizada por su heterogeneidad y complejidad en cuanto a las diferencias de género, socioeconómicas, étnicas y territoriales, entre otras. Diversidad que también se traduce en mayores niveles de desigualdad y vulnerabilidad en la vejez.
El panorama sociodemográfico que nos muestran los resultados del Censo 2017, nos llevará, entre otras cosas, a referirnos a las personas mayores de forma diferenciada, y ya no hablar de los de 60 y más, como un grupo homogéneo y estanco. Las personas mayores se han ido constituyendo en un grupo de edad diferenciado, con características culturales, intereses y demandas sociales propias.
Desde un punto de vista unilateral y cuantitativo, el envejecimiento ha sido visto y conceptualizado como un problema y una carga para los gobiernos y las familias. Sin embargo, el envejecimiento demográfico de las poblaciones es un logro social, aunque su acelerado aumento e intensidad puede resultar problemático, por la necesidad de hacer frente a sus consecuencias. El desafío es social y humano. La preocupación debería estar puesta en las condiciones de vida y en asegurar la calidad de vida e inclusión social de ese gran porcentaje de personas mayores con que cuenta actualmente nuestro país, y que seguirá creciendo.
A la vez que promover imaginarios de vejez donde las personas mayores sean vistas como sujetos productivos, pero no solo en términos económicos sino también sociales, como un sujeto que ha aportado a lo largo de su trayectoria de vida y participación laboral. Las personas mayores son ciudadanos que han aportado y que pueden seguir aportando socioculturalmente al país. Son ciudadanos con derechos claros. Derechos que hace un año fueron ratificados por Chile con su firma de la Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores.
Como mujer adulta y estudiosa del envejecimiento, creo que merece la pena detenernos un poco a analizar desde otra arista la discusión sobre el envejecimiento demográfico en Chile, y abordar las futuras discusiones sobre el envejecimiento poblacional y las pensiones desde un enfoque generacional y ciudadano. A través de ella, los y las chilenas tomaremos conciencia de que el envejecimiento no es una realidad solo de la personas mayores sino de todo el país.