Oponerse a la restitución de la pena de muerte no significa, en caso alguno, renunciar a la búsqueda de justicia, ni tampoco dejar que impere la impunidad. Posicionarse en contra de la pena de muerte significa concebir la justicia de un modo radicalmente distinto, no como un mero “acto ejecutorio”, extremadamente útil para satisfacer nuestra espuria sed de venganza –dispuesta a ser rápidamente alterada e intercambiada por un nuevo estado anímico gatillado por Facebook–, pero bastante poco adecuado para revertir las graves vulneraciones develadas este último tiempo en el país, muchas de las cuales no llegan a ser más que un número en la crónica roja de la prensa local y nacional.
“Pedófilos muertos, problema resuelto”. Esta es la consigna de la “intervención urbana” firmada por el Movimiento Social Patriota (MSP). La “performance” simula la ejecución por ahorcamiento de cuatro personas que cuelgan debajo de la consigna en el puente Pío Nono, ubicado en la comuna de Providencia.
La demanda de reponer la pena de muerte ante la justificada indignación que provocó el asesinato de Sophia –una niña de 1 año y 11 meses a quien le fue arrebatada su existencia de la forma más brutal y horrorosa por parte de su progenitor– pareciera ver realizada sus aspiraciones en la “intervención urbana” del tristemente célebre Movimiento Social Patriota.
El día de ayer, dicha demanda vio realizada su propia fantasía en los cuatro maniquíes que colgaban del famoso “puente de los candados”. ¿Dejaremos que el día de mañana esta imagen se vuelva efectiva? ¿Es este el país que pretendemos ofrecer a nuestras próximas generaciones?
De nada sirve quedarse resistiendo los embates del populismo penal que expelen vastos segmentos de nuestra sociedad; por cierto, situación extraordinariamente aprovechada por la “derecha cavernaria”, aquella que va desde el otrora desaforado senador UDI Iván Moreira, hasta la recientemente electa diputada RN Camila Flores. Estos discursos son un verdadero caldo de cultivo para el surgimiento de organizaciones como el Movimiento Social Patriota.
Por un lado –y desde un punto de vista ‘ético-moral’– sería un profundo error desconocer la legítima indignación que humanamente nos embarga ante casos tan aberrantes como los que hemos conocido desde hace ya varios años. Nuestro estremecimiento es un signo de que no somos ajenos a la más absoluta vulneración de la integridad y existencia, tal como en los casos de una bebé como Sophia Ríos, una niña como Lissette Villa, un adolescente como Daniel Zamudio o una mujer como Nabila Rifo.
Oponerse a la restitución de la pena de muerte no significa, en caso alguno, renunciar a la búsqueda de justicia, ni tampoco dejar que impere la impunidad. Posicionarse en contra de la pena de muerte significa concebir la justicia de un modo radicalmente distinto, no como un mero “acto ejecutorio”, extremadamente útil para satisfacer nuestra espuria sed de venganza –dispuesta a ser rápidamente alterada e intercambiada por un nuevo estado anímico gatillado por Facebook–, pero bastante poco adecuado para revertir las graves vulneraciones develadas este último tiempo en el país, muchas de las cuales no llegan a ser más que un número en la crónica roja de la prensa local y nacional.
En estas circunstancias, hacer justicia es velar por que se aplique todo el rigor de la ley a casos tan despreciables como los enunciados. Hacer justicia es mejorar sustancialmente el rendimiento de las instituciones, tanto en el ámbito de las sanciones como en el de la prevención. Finalmente, hacer justicia es promover contextos familiares y sociales donde la dignidad e integridad de las personas sean un imperativo imprescriptible.
En otras palabras, y tal como destacara Óscar Contardo –en una columna que se hace más indispensable hoy que el pasado domingo–, “nuestra idea de justicia no puede concentrarse en exigir que el Estado sea un gendarme o un verdugo solo porque, de vez en cuando, nos estalla en la cara la forma en que muchos niños chilenos viven su infancia como quien atraviesa un campo minado”.
[cita tipo=»destaque»]De nada sirve quedarse resistiendo los embates del populismo penal que expelen vastos segmentos de nuestra sociedad; por cierto, situación extraordinariamente aprovechada por la “derecha cavernaria”, aquella que va desde el otrora desaforado senador UDI Iván Moreira, hasta la recientemente electa diputada RN Camila Flores. Estos discursos son un verdadero caldo de cultivo para el surgimiento de organizaciones como el Movimiento Social Patriota.[/cita]
Por otro lado –y desde un punto de vista ‘político’– sería igual de grave desconocer el modo en que este tipo de acontecimientos se expresan y catalizan políticamente en un contexto de abierta descomposición, y en donde la percepción generalizada agudiza la noción de degradación. En este plano, tal vez sea hora de tomar más en serio a los autores herederos de la tradición marxista que tanto desprecian organizaciones como el MSP.
En efecto, no es difícil darse cuenta de que vivimos en tiempos de gestación y de transformación hacia una nueva época. Por el contrario, más difícil ha sido entender que en este claroscuro, en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo de nacer, comienzan a aparecer los monstruos. En estas circunstancias, ya no solo emergen monstruos como Francisco Ríos, el padre de Sophia, o Mauricio Ortega, autor del despiadado ataque a Nabila. También, surgen viejos y renovados monstruos. “Cada ascenso del fascismo da testimonio de una revolución fallida”, establecía Walter Benjamin. “El fascismo reemplaza literalmente a la revolución izquierdista: su ascenso es el fracaso de la izquierda, pero simultáneamente una prueba de que había un potencial revolucionario, una insatisfacción que la izquierda no pudo movilizar”, complementará Slavoj Žižek.
La historia nos previene. ¿No será el momento de saltar a la ofensiva?