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La mujeres y las necesidades del capitalismo histórico

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Marco Kremerman
Por : Marco Kremerman Investigador de la Fundación SOL. @lafundacionsol
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Este 8 de marzo se conmemora nuevamente el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras. Esta fecha no es para celebrar, sino que, para recordar, reflexionar y actuar, ya que hace referencia a un hito sangriento ocurrido a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX, cuando más de 100 trabajadoras de una fábrica de textiles de Nueva York son asesinadas por la fuerza policial, por marchar y protestar en contra de los bajos salarios que recibían.

Si bien las malas condiciones laborales, los bajos salarios y la precarización del trabajo es una realidad que ha afectado y afecta tanto a hombres y mujeres, el Capitalismo Histórico ha utilizado a las mujeres como una especie de «carne de cañón» para los procesos de acumulación cada vez más flexibles, que necesitan de nuestro trabajo de reproducción (no remunerado) y producción (remunerado) dependiendo de las necesidades históricas.

La realidad chilena es un fiel reflejo de aquello. Según la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo, en promedio, las mujeres destinan al día, 3 horas más que los hombres a actividades de trabajo no remunerado como trabajo doméstico y cuidado de otros integrantes del hogar (niños y adultos mayores principalmente).

[cita tipo=»destaque»] La lucha por igual salario entre hombres y mujeres que realizan el mismo trabajo, por derechos reproductivos paritarios (posnatal, prenatal, requisitos para acceder a sala cuna gratuita en el espacio de trabajo) o pensiones dignas, corresponde sólo a una parte de una lucha estructural que pone en cuestión la forma en que nos organizamos como sistema mundo y como sociedad, vale decir, cómo vivimos y queremos vivir. [/cita]

Según la Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE, el 60% de las mujeres que tienen un trabajo remunerado ganan menos de $350.000 líquidos y sólo un 15% gana más de $650.000 líquidos.

En el caso de las pensiones, la situación es aún más grave. En los últimos 6 meses, se han jubilado casi 35 mil mujeres por el sistema de AFP y el 50% sólo pudo autofinanciar una pensión menor a $25.000. Con la ayuda del Estado y sólo si demuestran que pertenecen al 60% de los hogares más pobres de Chile, pueden acceder a una pensión que supere levemente los $100 mil a cargo del Pilar Solidario.

Incluso, en el caso de las mujeres que cotizaron entre 30 y 35 años (casi toda su vida laboral remunerada potencial), la mitad de ellas pudo autofinanciar (considerando sus ahorros en su cuenta individual y la rentabilidad que les brinda las AFP) una pensión menor a $225.000.

Nuestro Capitalismo neoliberal, hoy necesita que más mujeres se incorporen al «mercado» del trabajo y utiliza las banderas de la equidad de género y la libertad de elegir. Sin embargo, al mismo tiempo requiere que su trabajo reproductivo, que no tiene remuneración, no se detenga y como ha ocurrido históricamente, sirva de combustible vital para el funcionamiento del proceso de acumulación. Vale decir, necesita asalariar a la mayor cantidad de personas, pero no a cualquier precio.

La fuerza de trabajo necesita alimentarse, tener la ropa lavada, la vivienda limpia, y tener cubierto el cuidado de niños y adultos mayores para poder acudir día a día a la oficina, a la fábrica, o al call center. Si los salarios y pensiones son bajas y no existe salario social (educación y salud pública gratuidad de altos estándares), al hogar «no le queda otra» que precarizar sus tiempos vitales de convivencia familiar, endeudarse para llegar a fin de mes y pagar las labores domésticas que no alcanza a realizar (labores que principalmente son ejecutadas por otras mujeres). Los hogares están tensionados por múltiples frentes.

La lucha por igual salario entre hombres y mujeres que realizan el mismo trabajo, por derechos reproductivos paritarios (posnatal, prenatal, requisitos para acceder a sala cuna gratuita en el espacio de trabajo) o pensiones dignas, corresponde sólo a una parte de una lucha estructural que pone en cuestión la forma en que nos organizamos como sistema mundo y como sociedad, vale decir, cómo vivimos y queremos vivir.

Dado que las mujeres han tenido que padecer de forma amplificada los efectos precarizantes del capitalismo histórico, involucrarse en la propuesta feminista, significa tomar partido por una forma distinta de vivir, que cuestiona la manera en que se estructuran los espacios productivos y cómo estos terminan moldeando los espacios domésticos y nuestro tiempo de vida. Es la lucha de mujeres y hombres por un mundo mejor.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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