Cuenta la mitología griega que hubo una hermosa princesa, Casandra, que sobresalió por su belleza y su don de adivinación y que de ella se enamoró el dios Apolo sin ser correspondido. Apolo se encolerizó y vengándose de Casandra la condenó a que nadie creyera nunca sus profecías. De esa forma, cuando la princesa profetizó que Troya, la ciudad sitiada, caería por el ardid de un falso regalo -un gran caballo de madera que llevaba en su seno a los guerreros invasores- nadie tuvo en cuenta sus palabras.
Podríamos sostener que lo mismo está ocurriendo con el fin de la civilización industrial y su manifestación más evidente, el Cambio Climático. No bastan los llamados de atención de los más prominentes científicos del mundo que advierten que la civilización industrial y su sociedad de consumo están comenzando a vivir por sobre los límites físicos, sociales y ecológicos que el Planeta puede soportar.
Ya en el año 1972 un informe encargado al Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) por el Club de Roma advertía sobre los límites del crecimiento. El informe en aquel entonces provocó un gran revuelo en la comunidad científica y fue primero ignorado y después descalificado pues pronosticaba que, de no hacerse nada, era previsible un colapso civilizatorio para el año 2030. Treinta años después, en 2004, el estudio volvió a realizarse con la participación de los mismos investigadores y otros nuevos expertos y los resultados fueron sustancialmente similares a los del informe original. Pareciera ser que de nada sirven los dramáticos llamados de los más prominentes científicos como Stephen Hawking o la carta que recientemente firmaron más de 15 mil científicos -incluidos muchos ganadores de Premio Nobel- en ese mismo sentido. El Síndrome de Casandra se despliega con su esplendor: pareciera ser que todos saben que se acerca el final del ciclo civilizatorio pero nadie lo quiere creer.
[cita tipo=»destaque»]Resulta dramático poder concluir que uno de los líderes del actual modelo económico como Elon Musk –líder en cuanto a la innovación científica y tecnológica, que es admirado por todo el establishment progresista del globo- pueda dar por perdidos en el mediano plazo a los 7.300 millones de seres humanos que no tendrán suficiente dinero para pagar su traslado y estadía en Marte.[/cita]
Aún así, lo otro que podría estar ocurriendo es algo más perverso todavía: que la elite del poder económico y político sí vislumbra el final del ciclo civilizatorio pero considera que esta verdad doblemente incómoda es mejor que sea ignorada o no tenida en cuenta por las grandes masas -es decir el 99,9 por ciento de la humanidad- para que el pánico no sobrevenga y no se acelere la desintegración del orden actual.
Esta semana, en una charla para el público estadounidense en el marco del Festival SXSW, el gurú de moda de la actual civilización, Elon Musk, hizo algunas declaraciones interesantes en ese sentido. El millonario cofundador de la compañía PayPal, de los autos y baterías eléctricas Tesla y de los famosos cohetes Falcon -que junto a su compañía SpaceX quieren conquistar el espacio- señaló que “Es posible que haya otra edad de las tinieblas” y que, ante el colapso, tendremos que asegurarnos “Que hayan suficientes semillas de la civilización humana para poder hacer resurgir a la humanidad”. Al ser consultado sobre cómo lo haría, Musk señaló que “Enviando un millón de seres humanos a una colonia en el planeta Marte, de aquí a 40 o 100 años”. Su entrevista terminó con una advertencia digna de tomarse en cuenta: afirmó que él no estaba haciendo una predicción sino que había que prepararse para enfrentar una catástrofe global como una guerra nuclear.
Resulta dramático poder concluir que uno de los líderes del actual modelo económico como Elon Musk –líder en cuanto a la innovación científica y tecnológica, que es admirado por todo el establishment progresista del globo- pueda dar por perdidos en el mediano plazo a los 7.300 millones de seres humanos que no tendrán suficiente dinero para pagar su traslado y estadía en Marte. En este contexto, nuevamente recordamos una escena del hundimiento del Titanic -el gran barco que según la creencia técnica de la época era imposible de hundir- en la que los pasajeros se dan cuenta con pavor que sólo hay botes salvavidas para los que tienen boletos de primera clase.
Tenemos que romper con el Síndrome de Casandra y que, lo que la humanidad llegue a saber en materia de cambio climático, agotamiento de la energía fósil y pérdida de la diversidad, nos impulse a preparar alternativas desde ahora. Estás alternativas, más que promovidas por los gobiernos y los Estados que van siempre por detrás de los acontecimientos, provendrán de los ciudadanos organizados. Seremos nosotros mismo los que debamos impulsar los cambios necesarios: recuperar habilidades prácticas que nos permitan transitar por la Vía de la Simplicidad para desechar lo superfluo y abandonar progresivamente la sociedad de consumo. Así, de esta forma, cuando llegue la Era de la Escasez, podremos enfrentar de la mejor manera posible el colapso civilizatorio, sobrevivir y tener la oportunidad de hacer resurgir la humanidad; y si no es con todos, que sea con muchos que puedan vivir en armonía con la naturaleza.