Dice el nobel portugués, Saramago, en su famosa obra Ensayo sobre la ceguera, Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara.
He visto recientemente con estupor y miedo por el futuro de una convivencia democrática, un atentado contra la libertad de expresión cometido por estudiantes de la Universidad de Concepción, donde trabajo. Como docente de ciencia política y como militante de los valores tan caros en los que se sustenta la democracia liberal, sentí la necesidad urgente de hacer algo para reparar la ceguera que algunos de nuestros estudiantes parecen sufrir. Pero no solo por ellos, sino porque la oscuridad podría extenderse.
Lo ocurrido es ya bien conocido. La charla organizada por el Movimiento Gremial de la Universidad de Concepción (ConstruyeUdeC) que tenía como invitado al político José Antonio Kast no fue autorizada por las autoridades universitarias por contravenir una normativa interna de 1998 que “prohíbe el uso de sus espacios con fines políticos o partidistas”. Está fuera de dudas para mí el carácter plural y laico de la Universidad, de sus reglas y de los valores que las inspiran.
Lo que en mi opinión no ha suscitado suficiente atención es el encuentro espontáneo entre el señor Kast y algunos estudiantes de la UdeC que lo increparon por machismo, xenofobia y su defensa de la obra de la dictadura. En el episodio, dos víctimas: un político, por un lado, y la democracia, por otro. Él, increpado, señalado acusatoriamente por sus ideas. Ella, negada en todo instante por los apasionados estudiantes, pues en cada recriminación contra Él se estaba despojando a Ella de una de sus conquistas históricas más sentidas: la libertad de expresión.
No pude ver en el incidente ninguna de las virtudes weberianas inherentes al ejercicio de la política en democracia, sino todo lo contrario. Vi a unos jóvenes exaltados incriminando a un político que, con pretensión pacífica, buscaba compartir sus ideas con una audiencia, que se auguraba numerosa entre acólitos y curiosos. No vi a universitarios armados de argumentos con voluntad de confrontar ideas sino a exponentes de prácticas anti-políticas que el mundo civilizado de las democracias liberales proscribió con el epitafio de nunca más. Estamos aquí “porque no puede existir una persona que sea misógina, machista que vaya en contra de los derechos de la mujer“, “yo creo que mi universidad debió negarle el acceso por su discurso misógino, machista, racista” le propinaron algunas estudiantes, negando, de paso, la esencia misma de toda democracia liberal: la libertad de expresión, que es el derecho a la palabra, que es la esencia de la política. Y cuando se desvanece la política, ya se sabe, la guerra aparece. Y entonces fue cuando sentí miedo por la futura convivencia democrática de Chile.
La ley, por suerte, protege la libertad de expresión incluso de aquéllas ideas que nos molestan que nos exasperan, que quisiéramos que desaparecieran de la faz de la tierra y con ellas quienes las abanderan. La Constitución de Chile consagra la “libertad de emitir opinión” como un derecho fundamental (art. 19), como lo hace la Declaración Universal de Derechos Humanos (también en art. 19). Pero la libertad de expresión es un derecho fundamental que solo cobra sentido cuando podemos ejercerlo, es decir, cuando además de las condiciones jurídicas se dan también las materiales y sociales para practicarla.
[cita tipo=»destaque»]La paciente indiferencia frente a ideas que se imponen en el mundo de la postverdad, de las redes sociales o vía improperios, sería la peor de las actitudes para construir una sociedad plural en sus ideas, respetuosa en sus prácticas, inclusiva de sus gentes y culturas.[/cita]
La polémica generada por el asunto entre la Universidad de Concepción y el señor Kast, toca de lleno el corazón del tipo de reglas que queremos darnos para qué tipo de democracia. La democracia no rechaza el conflicto, ni excluye las disidencias, sino todo lo contrario. La democracia es probablemente la única forma de organización social que no solo acepta el disenso entre visiones sino que lo institucionaliza en espacios y momentos otros que las campañas electorales y supuestos debates televisados. No hay democracia ni política sin conflicto, sin antagonismo, sin diferencias, sin oposición de ideas…. sin derecho a la palabra. Pero se trata de un conflicto enmarcado por las reglas de la razón, el principio de la pluralidad y legitimado por la ley. La democracia rechaza también todo discurso totalizador, toda visión que pretenda excluir el debate, que niegue el derecho a la palabra de unos y el derecho a escuchar de otros.
Convengamos en que la libertad de expresión no sea un derecho absoluto. ¿Es necesario ponerle límites? ¿Cuáles serían estos sin poner en riesgo la democracia en Chile? Nadie cuestionaría los límites si su ejercicio produjese efectos que contravinieran la ley, como sería por ejemplo una arenga racista. Pero, ¿debemos limitarla a ciertos espacios? ¿A ciertos temas?
He visto desde hace varios años a demasiados jóvenes convertidos a una anti-política que tiene en qué sustentarse: la corrupción de algunos gobernantes, la debilidad del voto para cambiar la realidad, la isla de riqueza en un mar de pobreza, el sentimiento de que la globalización la pagan los más pobres, la falta de una concreta igualdad y no como un ideal abstracto, la falta de una verdadera calidad de la educación pública, la existencia de pobres servicios públicos para pobres gentes; contratos de trabajo e ingresos indecentes; etc. ¿Es esto suficiente para poner en peligro la democracia con prácticas anti-políticas como impedir la libertad de expresión? Algunos dirán que sí. Pero, entonces, estos deberán no solamente denunciar lo que tenemos sino nombrar la alternativa, una en la que quepan Todos los Nombres como dice el título de otra novela de la pluma lusa.
Desde las aulas de la Universidad de Concepción, estoy convencida de que todos ensalzamos las virtudes de la democracia y el pluralismo político aunque probablemente no lo hemos hecho igual con uno de sus principios mayores: la deliberación. Y es que, mal que les pese a algunos, la democracia está condenada a la deliberación, a organizar la confrontación de posiciones diferentes a las nuestras, en espacios públicos y privados. Por eso, la libertad de expresión no es una más de las libertades civiles pues nos protege contra los que quieren amordazarnos, contra los que quieren imponer el silencio a las mujeres, a los jóvenes, a las etnias o a cualquier pensamiento disidente. La libertad de expresión es la garantía de que la democracia la construimos entre todos. Por cierto, que a la construcción de la democracia –y al desarrollo del país- la Universidad de Concepción ha contribuido grandemente. Por ello, señor Kast, la UdeC no es “una vergüenza” como usted ha publicado. Haciendo uso del derecho a expresarse libremente, usted ha insultado a decenas de miles de profesionales que han salido de sus aulas a lo largo de su centenaria historia, a los veinticinco mil estudiantes que la habitan en estos momentos y a los miles de docentes, administrativos y profesionales que integramos la comunidad UdeC.
Debemos tener cuidado, pues buscar responsabilidades individuales o de ciertos grupos – la FEC, los Centros de alumnos de algunas carreras o en quienes increparon- tiene como reverso la irresponsabilidad colectiva. El atentado a la libertad de expresión y por extensión a la democracia es responsabilidad de todos, aún más de los docentes y autoridades políticas. La esperanza para nuestra democracia no solo reside en más educación cívica sino en la reflexión que debiera darse en el Parlamento, en los sindicatos, en la casa, en los colegios…..en las universidades. La paciente indiferencia frente a ideas que se imponen en el mundo de la postverdad, de las redes sociales o vía improperios, sería la peor de las actitudes para construir una sociedad plural en sus ideas, respetuosa en sus prácticas, inclusiva de sus gentes y culturas. Para el maestro N. Bobbio no hay dudas: No es posible la sobrevivencia de un Estado democrático en una sociedad no democrática.
Como docentes, como alumnos, como autoridades y como ciudadanos, si vemos, debemos ponernos a reparar.