Los chilenos muchas veces confundimos el sentido común con el buen sentido. El primero da cuenta de la capacidad natural que tenemos los seres humanos para juzgar los acontecimientos y los eventos de forma razonable – lo que sería una versión “generalizada” de la verdad- mientras que el segundo, el buen sentido, refiere a la capacidad innata que tenemos para distinguir entre lo que es verdadero y lo que es falso. Es muy probable que con el tema del auto eléctrico y su importancia para el futuro de Chile estemos viviendo esta confusión que, a la larga, nos puede terminar saliendo muy caro.
De la noche a la mañana, sin ningún tipo de debate de por medio, la promoción del auto eléctrico se ha transformado en una política de Estado. Este tipo de vehículo consume cuatro veces más cobre que el tradicional a gasolina o petróleo y, además, las baterías de ion-litio representan casi la mitad del valor del vehículo. Como Chile tiene en abundancia estos minerales, el sentido común nos indica que si le va bien al auto eléctrico le debería ir bien al país.
Sin embargo, a pesar de que existe un amplio consenso que indica que la movilidad eléctrica -los vehículos que para funcionar no utilizan energía fósil sino electricidad- impondrán sus estándares para todo el transporte en el 2030; no ocurre lo mismo en relación al auto eléctrico que, para esa altura, algunos pensamos que bien podría estar desapareciendo como factor determinante. El problema no sería de índole tecnológico ya que indudablemente el auto eléctrico es inmensamente superior al convencional sino que la dimensión de su utilización y funcionalidad es la que podría hacer que la sociedad lo termine desechando.
El sentido común nos señala que el auto eléctrico reemplazará al auto propulsado con energías fósiles. En la actualidad, los autos convencionales son cerca de 1.300 millones, de los cuales un 40 por ciento han sido fabricados en el siglo XXI. El sentido común nos indica que existe un enorme mercado para reemplazar estos 1.300 millones de vehículos y, si se suman los autos proyectados, la cifra alcanzaría un total de 2 mil millones para el 2050. Sin embargo, desde el punto de vista ambiental, el buen sentido nos señala que esta aspiración puede convertirse es un tremendo desastre para el Planeta.
Para satisfacer esta quimera mundial, Chile debería por lo menos comenzar a duplicar toda su producción nacional de cobre en 20 años, y -como ya el Norte ha sido explotado y no quedan nuevos grandes yacimientos minerales- no tendríamos otra opción que explotar masivamente la zona central del país: destruir los glaciares, sacrificar la agricultura y aceptar verter los relaves al mar pues no existen lugares donde depositarlos. Para el litio el escenario sería mucho peor porque este mineral no renovable se agotaría en una, dos o tres décadas y con ello la vida en los salares y la de los pueblos originarios que están a su alrededor. No debemos olvidar que el gurú de los autos eléctricos Tesla, Elon Musk, declaró en el discurso de inauguración de su mega fábrica que “para producir 500 mil vehículos al año básicamente necesitamos absorber toda la producción de litio del mundo».
Es importante hacer notar que con 500 mil autos producidos anualmente, Tesla llegaría a producir sólo 15 millones para la década de 2030, lejos de los pronósticos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) que afirma que para cumplir la meta de los acuerdos de París y mantener el aumento de la temperatura bajo los dos grados deberían estar funcionando 200 millones de autos eléctricos para el 2030. Es así que en estas condiciones el litio seguiría el mismo destino que el salitre: su explotación no sería sustentable y se agotaría rápidamente.
[cita tipo=»destaque»]Con previsiones tan distintas sobre la masificación de esta tecnología, no es de extrañar que después de la firma del polémico acuerdo de Corfo con la empresa SQM para que se extraigan 2,2 millones de carbonato de litio hasta el 2030, las acciones de la compañía hayan bajado cerca de un 10 por ciento siguiendo las predicciones de Morgan Stanley que afirmó, en su informe dirigido a los accionistas, que habría sobreoferta de litio y que su precio bajaría a la mitad en los próximos tres años.[/cita]
Si al cambio climático que continúa agravándose, le sumamos el agotamiento del petróleo, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación en las ciudades es probable que se instale un escenario de crisis civilizatoria. ¿No sería razonable, de buen sentido, pensar en prescindir del auto en aras de la sustentabilidad y de la transición energética en las ciudades donde vivirá el 95% de la población mundial para el 2050? ¿No sería más sensato promover un transporte público eléctrico gratis, desechando el auto sea propulsado por gasolina, petróleo o electricidad?
Los tecno-optimistas dirán que es imposible pensar en ese escenario sin autos y con un transporte público de calidad y gratuito. Sin embargo, el programa del nuevo gobierno de Angela Merkel en Alemania contempla para los próximos cuatro años la experiencia de gratuidad para el transporte en cinco ciudades –una de ellas es Bonn- con el objetivo de combatir la contaminación del aire y sostiene que, en caso de que sea exitosa la experiencia, la extenderán a todo el país. En simultáneo, esta semana la Alcaldesa de París, Anne Hidalgo, afirmó que iba a estudiar seriamente la gratuidad del transporte público en esa ciudad2. En nuestro recorrido por Dinamarca, constatamos la proliferación de «clubes de automovilistas” donde los vecinos compran autos eléctricos en cuotas y los comparten al mismo tiempo que privilegian la bicicleta y acceden a un transporte público de calidad. En este contexto, no debemos olvidar que un auto particular pasa el 90 por ciento de su tiempo estacionado, y que, desde esta perspectiva, podríamos sostener que el futuro más que por el auto eléctrico, estará dominado por el no-auto.
Con previsiones tan distintas sobre la masificación de esta tecnología, no es de extrañar que después de la firma del polémico acuerdo de Corfo con la empresa SQM para que se extraigan 2,2 millones de carbonato de litio hasta el 2030, las acciones de la compañía hayan bajado cerca de un 10 por ciento siguiendo las predicciones de Morgan Stanley que afirmó, en su informe dirigido a los accionistas, que habría sobreoferta de litio y que su precio bajaría a la mitad en los próximos tres años. La sobreoferta sólo se puede producir porque las predicciones de demanda de baterías para autos eléctricos estaban sobreestimadas y nuevamente las predicciones habrían sido erróneas. Es aleccionador el caso del ex presidente Barack Obama que, en un anuncio de una política de promoción del auto eléctrico en 2012, pronosticó que los mismos podrían representar el 20 por ciento del parque automotriz en los próximos cinco años y sin embargo, a fines del 2017, el porcentaje de autos eléctricos en Estados Unidos era del 0,9 por ciento del total. Ante este escenario, vemos difícil que el presidente Donald Trump esté entusiasmado con la promoción de la movilidad eléctrica y revierta la tendencia cuando gobierna con y para las corporaciones petroleras.
Otro punto clave que han olvidado los tecno-optimistas es que la sociedad industrial tiene entre sus pilares más importantes a la industria automotriz, la que ha vendido los 1.300 millones de autos que circulan en el mundo actualmente y que esta industria jamás dejará que se desarrolle una tecnología tan disruptiva como puede ser el auto eléctrico sin antes haberse asegurado su participación predominante en la transición.
Corfo estima que existirán 140 millones de autos eléctricos en el mundo en 2040 y esa cifra está lejos de los 200 millones que según la AIE se necesitan para mantener la temperatura bajo los dos grados. Al mismo tiempo, el Ministerio de Energía chileno aspira a alcanzar el año 2050 con el 40% del parque de automóviles eléctrico –“más de cinco millones de vehículos”3 según el ex titular del ministerio, Andrés Rebolledo-; sin embargo hasta el 2017 existían sólo 176 autos de este tipo circulando por las calles del país.
Deberíamos ser más cautos y usar más el buen sentido cuando existen predicciones tan dispares sobre el futuro del auto eléctrico. Como dice mi querido amigo Gerardo Honty, “No es el sistema de transporte, ni las personas, ni el planeta quienes necesitan 2 mil millones de automóviles eléctricos. Son las corporaciones industriales y mineras; los accionistas empresariales y financieros quienes lo necesitan. Son las redes de corrupción política enquistadas en el negocio extractivo las que lo necesitan. Es la teología del crecimiento económico la que requiere de nuevos negocios -independientemente de las necesidades de las personas y del planeta- para seguir convocando feligreses a su iglesia”4.