Con elocuencia analítica fundamentada, chilenos y bolivianos se confrontaban hace algunos días, civilizadamente, en la Haya. La razón al servicio de la territorialidad elaboraba y argumentaba. Los razonantes lucían convencidos de posturas antagónicas que defendían con pasión. Sus silogismos, curiosamente, dependían del respectivo pasaporte del litigante o de su empleador: pasaporte chileno ergo mar con soberanía para Bolivia es una exigencia ilógica y, además, abusiva; pasaporte boliviano ergo mar con soberanía para Bolivia es una necesidad lógica y, además, justa.
Sin embargo, la razón al servicio de la amistad entre los pueblos piensa y actúa distinto. Con la mirada puesta en un futuro sin trincheras nacionales, busca desde ya soluciones al conflicto chileno-boliviano, que construyan fraternidad. Descarta propuestas que impliquen romper antiguos tratados cuyo cuestionamiento desconocería a poblaciones ya asentadas por generaciones en el territorio y, a la vez, establecería un precedente revitalizador de antiguas rencillas territoriales en múltiples fronteras y países. Pero, al mismo tiempo, aboga por soluciones que genuinamente permitan romper el estatus quo —con su perenne animosidad entre bolivianos y chilenos— que acabará muy mal o que, en el mejor de los casos, continuará cercenando las posibilidades de cooperación entre nuestros pueblos, de hacernos mejores juntos reconociendo en el otro la compartida latinoamericanidad cultural y los desafíos civilizatorios comunes.
Una primera solución fraternal posible al conflicto consistiría en ceder a Bolivia, con soberanía, una franja de territorio, adyacente a nuestra actual frontera con Perú, que comunique a Bolivia con la costa del Pacífico. Para ello se deberá invitar al Perú a participar en la dinámica de reconciliación e integración y a aprobar la solución territorial indicada, según lo requiere el anexo al tratado de 1929 entre Perú y Chile. Si Perú no estuviera disponible para aquello o buscara utilizar la iniciativa para cuestionar y reabrir antiguos tratados suyos con Chile, tal solución no sería viable. En ese caso, en lugar de la franja fronteriza, Chile cedería a Bolivia, con soberanía, una porción de territorio costero apto para zona portuaria, ubicada en la parte del actual norte chileno que era boliviana antes de la Guerra del Pacífico. Dicha área portuaria, bajo soberanía boliviana, se comunicaría con el actual territorio boliviano por un amplio camino binacional, boliviano-chileno.
[cita tipo=»destaque»]La razón al servicio de la amistad busca pues la solución al conflicto sobre la base del círculo virtuoso de la empatía solidaria, desechando el círculo vicioso de la demonización mutua que impide develar, al otro lado de fronteras y leyendas, al amigo y al hermano.[/cita]
A cambio de las cesiones de territorio correspondientes a las soluciones alternativas indicadas, Chile no exigiría compensación territorial boliviana. Como lo ilustra el tratado de 1904 con Bolivia, el materialista “pasando y pasando” territorial, como base de acuerdo, no garantiza el objetivo: amistad entre ambos pueblos. En lugar de aquello, se trataría de un sincero abrazo fraterno donde Chile, vencedor y conquistador en una guerra —cruenta y absurda como todas las guerras—, repararía el dolor causado al pueblo hermano, al haberlo despojado de una salida soberana al mar, entregándole ahora tal salida soberana, unilateral y voluntariamente, sin estar obligado a hacerlo. Los frutos de ese acto, en términos de genuinas paz, amistad y colaboración —sellados en acuerdos refrendados por sendos plebiscitos en cada país—, serían mucho más gratos y preciados que una eventual cesión compensatoria a Chile de unos pocos kilómetros cuadrados de territorio boliviano baldío.
La razón al servicio de la amistad busca pues la solución al conflicto sobre la base del círculo virtuoso de la empatía solidaria, desechando el círculo vicioso de la demonización mutua que impide develar, al otro lado de fronteras y leyendas, al amigo y al hermano.
El conflicto chileno-boliviano es una clásica expresión civilizada de la muy humana Pulsión de Horda que surge durante el proceso evolutivo de nuestra gregaria especie y que tiene una apasionada componente de celo territorial grupal. Dicha pulsión comienza a gestarse cuando nuestros lejanos ancestros se agrupaban en hordas enemigas que competían por asegurar la satisfacción de necesidades básicas. Luego, con el avance civilizatorio, —sin perder su poderosa potencia subliminal— su expresión ideológica se fue refinando, complejizando y potenciando con artefactos símbólicos nacionales, religiosos, etc. Y es en ese contexto que, hace unos días, la angustia territorial de chilenos y bolivianos se vestía de pomposa peluca racional, en la Corte de la Haya.
La poderosa Pulsión de Horda demoniza a los otros y a sus argumentos, consolidando al grupo propio en la lógica del “contra ellos” donde disentir es traicionar. Cuando despliega su rabia contra demonizados otros y aparentes traidores, la persona-masa busca, infructuosamente, seguridad y calor comunitario en el seno de la horda. Los líderes, por su parte, expresando y azuzando esas rabias logran ser cada vez más vitoreados. Así, en un círculo de retroalimentación entre líderes y masa, la pulsión de horda va generado una enorme energía grupal que, a través de la historia, ha logrado impulsar la construcción de imponentes torres babilónicas y otras maravillas, pero también explica gran parte de los mayores dramas y atrocidades perpetradas a hombres por hombres en guerras, masacres y atropellos chovinistas, racistas, xenófobos, sexistas, políticos, religiosos, etc.
El proceso evolutivo ha sembrado en nuestra condición humana la Pulsión de Horda y su antítesis la Pulsión Solidaria (1). La pugna entre ambas pulsiones se da en todos los ámbitos de lo humano. Superemos la pulsión nefasta apoyándonos en nuestra Pulsión Solidaria. Extendamos nuestros brazos para abrazar por fin al hermano boliviano. El tiempo para comenzar es ahora.
[1] Ver sobre ambas pulsiones en mi libro “De la Sociedad Mercantilizada a la Sociedad Colaborativa”.