Se habla en los medios de desarrollo y crecimiento económico como si fueran sinónimos, lo que claramente no es así, la diferencia es enorme y abarca varias aristas. A modo de ejemplo, es como si dijéramos que si hay dinero hay felicidad. No necesariamente una cosa implica la otra. La calidad de vida juega un rol esencial en esta diferenciación, que es lograr el equilibrio entre bienestar físico, emocional, social, familiar, y varios aspectos que no pasan solamente por lo económico, es una sumatoria de factores que contribuyen a que las personas se puedan desarrollar.
A dos meses de asumir un nuevo Gobierno, es de conocimiento que uno de los principales objetivos de la nueva administración es el repunte de nuestra economía. Un objetivo fundamental y urgente, dado el magro desempeño económico de los últimos cuatro años que dejó un crecimiento promedio de 1,7%. Retomar la senda de crecimiento y dejar atrás los factores que causaron este desempeño no es tarea menor. Paralelamente, mucho se habla de desarrollo económico, factor clave para poder implementar una serie de políticas públicas que beneficien principalmente a los sectores más vulnerables y otorguen acceso a satisfacer necesidades absolutamente básicas como salud, educación, seguridad, empleo, entre otras.
La interrogante que da título a este pequeño análisis es de gran magnitud, motivo por el cual una forma “didáctica” de amalgamar crecimiento y desarrollo es centrarse en lo opuesto: la diferencia, punto de partida óptimo para debatir y dejar el tema puesto sobre la mesa.
La diferencia fundamental entre estos dos conceptos me hace recordar al destacado economista Francisco Rosende, quien siempre planteó lo siguiente: “La economía es para ponerla al servicio de los más necesitados”. El trasfondo de esta frase es enorme, pues habla de calidad de vida, sacándonos del tecnicismo y destacando que la ciencia económica traspasa estadísticas y datos; por sobre todo es una ciencia social.
Se habla en los medios de desarrollo y crecimiento económico como si fueran sinónimos, lo que claramente no es así, la diferencia es enorme y abarca varias aristas. A modo de ejemplo, es como si dijéramos que si hay dinero hay felicidad. No necesariamente una cosa implica la otra. La calidad de vida juega un rol esencial en esta diferenciación, que es lograr el equilibrio entre bienestar físico, emocional, social, familiar, y varios aspectos que no pasan solamente por lo económico, es una sumatoria de factores que contribuyen a que las personas se puedan desarrollar.
Entonces, ¿qué rol tiene la economía en lo antes expuesto? Mucho. Un país desarrollado mejora la calidad de vida de un país y de su principal materia prima y motor: su gente. Un país que avanza al desarrollo logra mejorar el empleo, la educación, la salud, la seguridad ciudadana, se acorta la brecha de desigualdad y falta de acceso para que así sus habitantes puedan progresar en todos los ámbitos.
Cuando las personas tienen acceso a desarrollarse, a proyectarse y en el fondo a vivir mejor, darán lo mejor de sí en su trabajo, en su hogar y en su comunidad, lo que a nivel macroeconómico nos hace ver “un todo”, una sumatoria de fuerzas individuales que empujan un país hacia adelante… cuando las condiciones están dadas, por supuesto.
Es imposible y muy difícil dejar a un lado el análisis técnico y los hechos estilizados de nuestra economía, aunque, visto muy grosso modo, tenemos claro que cuando no hay inversión no hay empleo, baja el consumo, el ahorro y se mueven todas las variables económicas y datos estadísticos, que a personas en situaciones de vulnerabilidad y pobreza nada importan. A quienes viven en situación de pobreza extrema les importa que el “dinero les alcance para llegar a fin de mes” y que los precios de los productos básicos, sobre todo del ítem alimentación y combustible, no suban.
Manteniendo la cautela, vemos un punto de inflexión positivo los primeros meses de este año, ya que la incertidumbre que marcó a los mercados hasta el año pasado se ha disipado en gran medida, lo que hace prever un aumento en la inversión privada y pública y con ello una disminución en el nivel de desempleo, y aumento en niveles de consumo y ahorro, dejando atrás un periodo de estancamiento que no veíamos hacía décadas. Sin duda, el IMACEC de 4.6% el mes de marzo nos hace ver un escenario optimista y mejores proyecciones de crecimiento para este 2018.
Pero antes de cualquier análisis o implementación de políticas públicas, es relevante tener siempre en cuenta las características de nuestro país. Chile es un país con desigualdades socioeconómicas enormes, una geografía muy diversa, con múltiples y variados climas y culturas y, además, tremendamente centralizado, donde pocos saben que una de las ciudades con la desigualdad más grande (medido por el Coeficiente de Gini) se encuentra en la Región del Bío-Bío. Además, Santiago no es Chile, cada región es un mundo y las necesidades totalmente diversas, principalmente por nuestra geografía y distribución del ingreso. Es por ello tan importante que las políticas económicas NO sean estándar.
No olvidemos que Chile no es una isla y, como país abierto a los mercados internacionales, dependemos fuertemente del resto del mundo y lo que ocurra con los commodities (cobre, petróleo, etc.) y sus precios actuales y valores futuros, así como también de los vaivenes y shocks externos en materia geopolítica, financiera, monetaria y bursátil. Somos un país vulnerable, motivo por el cual cada decisión económica, en materia fiscal y monetaria debe ser extremadamente cautelosa.
Ahora, y volviendo al tema social, ¿las políticas económicas aseguran un cambio positivo en el ciudadano común?, ¿mejorarán su calidad de vida? En un escenario de crecimiento en vías al desarrollo, ¿de qué forma se traspasa esto a la calidad de vida de las personas?
Es imperativo “aterrizar la economía” y en muchas ocasiones dejar los tecnicismos para que todos sepan cómo les afectan en lo cotidiano y a futuro las decisiones económicas, ya que no todos tienen que saber sobre economía y las políticas principales de ella: monetaria y fiscal. Recordemos siempre que el principal objetivo de las políticas que se implementen deben ser el crecimiento, pero no solo en cifras, sino en calidad de vida. Al tener ese norte como objetivo, podremos hablar de un país en vías de desarrollo, un país que apunta a su gente y que quiere crecer en beneficio de ellos.