Esta nota gira alrededor de los últimos desarrollos al interior de una pequeña parcela de realidad nacional, que es la del debate sobre la legitimidad y pertinencia del uso médico de la marihuana. Pero vamos por partes: primero que nada, hablar de uso médico comporta sesgo de entrada, dado que, como cuesta poco averiguar, la mariguana posee venerables antecedentes como vehículo espiritual (de la India milenaria a la Jamaica rastafari) y, por supuesto, posee no menos interesantes antecedentes como droga recreativa, tradicional o no, en lugares como Marruecos o California, para no hablar de los vastos cultivos de cáñamo, que hicieron de Chile uno de los principales proveedores de fibra del Virreinato. O sea que la planta tiene historia, y por si fuera poco, tiene prehistoria también.
Sólo para aclarar el punto en una época de profunda crisis ecológica, digamos que incontables grupos humanos se desplazaron durante milenios premunidos de unos pocos recursos y herramientas; entre ellas, las muy portátiles semillas de cáñamo, planta noble donde las haya, que permitió, hoy como ayer, fabricar cestos, cuerdas y ropas, además de proveer recreación y medicina, todo en uno. El correlato biológico de esta dilatada relación entre homínidos y cannabis, radica en una arquitectura de receptores específicos para los compuestos activos de la planta, que todos los humanos poseemos. Poseemos, además, moléculas de producción interna muy parecidas a dichos ligandos. El opio es otro ejemplo donde pasa lo mismo: una larga relación de intimidad entre plantas y humanos, resulta en receptores y moléculas similares y específicas, capaces de interactuar a los dos lados de la (porosa) frontera animal/vegetal. No me molesto aquí en incluir las respectivas citas científicas (teoría de la evolución mediante) porque, precisamente, se trata de evitar una guerra de citas, justo como la que acaban de empezar o casi algunos actores del pequeño circo cannabico chileno. Veamos cómo.
Hace un par de días el Colegio Médico de Chile (¡que más encima hoy por hoy se supone que ostenta algo así como una conducción progresista!) salió a desestimar públicamente el uso médico del cannabis, endosando un reporte (2018) de la Fundación Epistemonikos, organización ligada, a su vez, a los círculos “científicos” de la PUC (es decir, esos mismos círculos que desestiman de plano el derecho de las mujeres al aborto, en este caso también contra la propia ley chilena). Resulta que el estudio de Epistemonikos se basó en 1.000 artículos científicos. En breve, Fundación Daya sale a ventilar el Informe (2017) de la Academia Nortemaricana de Ciencias, Ingeniería y Medicina, destacando que ahí sí se recomienda el uso médico del cannabis, con base en una revisión de 10 veces más artículos que en el análisis aparecido en Chile.
Pero algo dentro de mí dice STOP: ¿existe la ciencia pura, ajena a compromisos políticos?. Lo que hay más bien son actores colectivos: naciones, pueblos, sociedades e instituciones que, provistas de historia y de horizontes valóricos y culturales, producen, a veces también, discursos científicos que se ajustan a esas otras realidades, más básicas. Así que, más que contar artículos a favor o en contra, conviene mirar que, desde hace un siglo, conviven en Occidente dos posturas a propósito de las drogas: 1) el prohibicionismo conservador de raigambre puritana – que, entre otras cosas, produce sus propios discursos científicos, y que, como se sabe, está ligado en Chile a los ambientes PUC, OPUS DEI, evangélicos y, ahora también, al Colegio Médico – y 2) una actitud más abierta, de genuina curiosidad histórica, cultural y, por supuesto, científica (como en el caso de la citada Academia), donde se construyen y persiguen otro tipo de bienes y valores. La diferencia pasa por el respeto a la autonomía de la personas. Pero volvamos al pequeño circo chilensis.
[cita tipo=»destaque»]Hace un par de días el Colegio Médico de Chile (¡que más encima hoy por hoy se supone que ostenta algo así como una conducción progresista!) salió a desestimar públicamente el uso médico del cannabis, endosando un reporte (2018) de la Fundación Epistemonikos, organización ligada, a su vez, a los círculos “científicos” de la PUC (es decir, esos mismos círculos que desestiman de plano el derecho de las mujeres al aborto, en este caso también contra la propia ley chilena). Resulta que el estudio de Epistemonikos se basó en 1.000 artículos científicos. En breve, Fundación Daya sale a ventilar el Informe (2017) de la Academia Nortemaricana de Ciencias, Ingeniería y Medicina, destacando que ahí sí se recomienda el uso médico del cannabis, con base en una revisión de 10 veces más artículos que en el análisis aparecido en Chile. [/cita]
Reina un gran desorden bajo el sol. Hoy por hoy, Fundación Daya pretende obtener apoyo en la Comisión de Salud de la Cámara Baja, para aprobar una modificación al Código Sanitario hecha a la medida de su negocio particular, protegiendo cultivos destinados a la producción de fármacos, y no el autocultivo que públicamente afirman defender. Para completar el payaseo, mientras estos se preocupan de los fármacos, la ley chilena de drogas permite el consumo recreativo de mariguana, pero, era que no, deja en vacío el tema de su producción. Así, tenemos una enrevesada situación actual en que 1) las policías revientan pequeños cultivos privados recreativos, o destinados al tratamiento de patologías graves, no pocas veces robándose parte de la cosecha, 2) ciudadanos cultivadores son acusados sistemáticamente de narcotráfico y 3) fiscales y jueces a menudo pasan, por falta de pruebas, del delito de narcotráfico al de cultivo sin permiso del SAG (a no ser que, claro, se trate de jóvenes morenos y pobres, que bien pueden terminar quemados vivos, como a tantos acusados de microtráfico en la cárcel San Miguel, de triste recordación). Para más INRI, nuestros parlamentarios hacen tan estupendamente bien su trabajo, que discuten una modificación al Código Sanitario a la medida de Daya, dejando de lado toda la variedad y riqueza de actores cannábicos que hay en la sociedad chilena, cultivadores medicinales artesanales que, mal que les pese a los bienintencionados de Epistemonikos y de Colegio Médico, producen soluciones bastante efectivas y económicas para muchos problemas de salud, como lo muestra la experiencia empírica, base de toda ciencia.
La modificación a la medida de Daya es mala porque deja fuera la posibilidad de autocultivo, viola el secreto médico (al proponer que la receta de cannabis exhiba el diagnóstico de cada paciente: ojo con esta, colegas del Colegio) y pretendiendo, más encima, endosarle la facultad y la pega ingente al SAG, de fiscalizar cada pequeño cultivo doméstico (¿no habría que hacer lo mismo con todas las plantas de interior, como los gomeros?). El broche de oro lo pone nuestro flamante ministro de salud, neoliberal en lo económico, que mientras se dedica a hacer los ajustes necesarios para llevarse una tajada aún más jugosa de recursos públicos al ámbito privado del lucro en salud, no descuida su afición conservadora en lo moral, y despotrica con poca prudencia sobre temas que conoce mal, como la epidemia de SIDA, el derecho al aborto y, era que no, la mariguana medicinal.
Incluso en la moderna medicina científica europea (que vive hace apenas 200 años), el cannabis fue recomendado y utilizado para tratamiento y alivio de variadas patologías (y medicinas más antiguas, como la árabe, la china, la romana y la hindú, hicieron otro tanto). Es recién con el ascenso de una poderosa alianza entre los intereses de la industria farmacéutica (¿para qué dejar libres unas plantas que alivian tan bien el dolor, y que pueden crecer gratis en el patio de la casa: coca, amapola y mariguana?) e intereses puritanos de evangélicos norteamericanos, que el mundo entero quedó ensombrecido con el prohibicionismo y la intolerancia, y gobiernos de países como India o Bolivia llegaron a la extrema ridiculez (hace medio siglo) de firmar acuerdos donde se comprometían a erradicar el consumo humano masivo, milenar y consuetudinario de cannabis y coca, respectivamente. Menos mal han venido después algunos valientes, con verdaderos tiempos mejores, como los del indio Evo, a corregir estas distorsiones injustificadas.
Comienzo por fin a cerrar mi nota con una sospechosa casualidad: Israel es el único país en el mundo donde se ha desarrollado conocimiento científico sistemático durante los últimos 50 años en torno a la cannabis (especialmente el núcleo de Mechoulam en la Universidad Hebrea de Jerusalen). Lo que ellos están proponiendo actualmente es la utilización de fármacos basados en componentes aislados de la planta (que sólo ellos aprendieron a fabricar, y que están por patentar), y tampoco recomiendan el autocultivo. ¿Me van a decir que esto es ciencia, o que quizás quizás quizás hay aquí alguna una pretensión comercial detrás?.
Y luego, estos pensamientos finales: no olvidemos que este debate sobre fármacos solamente es válido si ponemos entre paréntesis el derecho al uso espiritual y el derecho al uso recreativo de la mariguana, ambos dos por sí mismos legítimos y, de nuevo, amparados por la Constitución, la Ley y la más reciente jurisprudencia chilena, emanada de la Corte Suprema, en favor de ambas clases de usos.
Entonces, como dijo Andrés Bello, todas las verdades se tocan ¿o no?, y así ya va siendo hora de notar que 1) para la Salud Pública el bien mayor pasa también por consideraciones económicas y sociales, 2) que la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad pasan por las actividades recreativas, y 3) que para la Medicina del Futuro, la autonomía y experiencias de los pacientes son dimensiones cruciales, donde la relación médico-paciente se ve atravesada por una re-definición de las relaciones de poder.
Para quien quiera mirar, hay en redes sociales (y no hay allí, en este caso, pos-verdades, sino experiencias comprobables) muchos felices pacientes usuarios de mariguana, que vienen de historias traumáticas de relaciones improductivas, con un sin fin de costosos médicos especialistas, y de desagradables y costosos fármacos, que nunca dieron tan buenos resultados como la buena y vieja planta que ellos mismos cultivan en casa. No es una panacea, pero sin duda una gran aliada, y no solamente médica.