La UC es una universidad de elite, qué duda cabe. Aunque “de elite” es un calificativo que hay que tomar con cuidado pues arriesga ocultar una realidad heterogénea. Nacida hace 130 años, la UC cuenta al día de hoy con casi 30 mil estudiantes y más de 3.400 profesores que forman 34 escuelas agrupadas en 18 facultades. La UC como universo es todo menos uniforme. Basta caminar por el campus San Joaquín, donde quienes escribimos esta columna invertimos la mejor parte de nuestro día, para darse cuenta que el mote de “reducto del conservadurismo” o de “nido del mundo conservador chileno”, las categorías absolutas que han movilizado algunos comentaristas de la plaza para referirse a la UC, sirven para la galería o para ejercicios de economía política demasiado pixelados, pero están lejos de capturar la complejidad de esta institución.
La UC es una universidad de elite, sí, pero mucho más abierta, diversa y compleja de lo que muchos quieren aceptar. No querer ver que en la UC conviven diversas formas de pensar, hacer y ser es una preocupante miopía selectiva. La UC es la cuna del gremialismo y de los ‘Chicago boys’, como también de la reforma agraria, la reforma estudiantil, del MAPU y del Frente Amplio a través del NAU; ha sido refugio del catolicismo más conservador, como también de su resistencia a través de una iglesia pastoral que, heredera del padre Hurtado, salió a ayudar a los más vulnerables a través de iniciativas como las que terminaron en lo que hoy es Techo. A cualquier hora del día en la UC se enseña teoría de juegos y postestructuralismo; derecho natural y ecología política; se organizan reuniones anti-aborto y talleres animalistas. Todo bajo el mismo techo.
[cita tipo=»destaque»] El desafío para todos/as quienes formamos parte de esta comunidad, y para quienes la observan desde fuera, es comprender que la deliberación y el reconocimiento de las diferencias constituyen condiciones cognitivas y normativas básicas del ideal mismo de universidad, y deben por tanto permear la convivencia cotidiana y la labor académica. Sin por ello comprometer su identidad, la UC se está convirtiendo en una universidad más plural, democrática y diversa, donde la hegemonía del conservadurismo comienza a ser disputada. El profesor Alcalde, como muchos otros observadores, no entiende, o no está dispuesto a aceptar, estas transformaciones. Somos muchos/as, sin embargo, quienes aspiramos a ser agentes de este cambio. [/cita]
La UC es una universidad de elite, sí, pero está lejos de ser homogénea. Somos muchos/as los/as que hemos estado en desacuerdo con decisiones de la universidad, como la situación que afectó al padre Jorge Costadoat o la objeción de conciencia institucional ante la ley de aborto en tres causales. Si a menudo no hemos sido capaces de expresar públicamente opiniones disidentes, ciertamente no ha sido por censuras ni amenazas. Porque ha sido el propio rector Sánchez quien, además de afirmar la libertad de cátedra, nos ha invitado en varias ocasiones a no tener miedo de discrepar públicamente con las posiciones oficiales de la universidad.
La UC es una universidad de elite, sí, pero con una efervescencia de ideas que ya se la quisieran otras organizaciones. La movilización feminista de las últimas semanas es muestra de ello. Somos muchos/as profesores/as los/as que celebramos la irrupción del feminismo en la universidad y en el país, como seguro hay otros/as tanto/as colegas que la ven con preocupación. Sin ir más lejos, hace unos días el profesor Enrique Alcalde de la Facultad de Derecho le dirigió al rector una carta abierta por su conducción de la toma de Casa Central. En ésta el profesor Alcalde condena en duros términos una disposición al diálogo y el entendimiento que muchos/as profesores/as de la UC apoyamos enérgicamente. La reacción del rector ante la toma, que propició desde un comienzo el diálogo con las estudiantes movilizadas, debe haber sorprendido a todos quienes, dentro y fuera de la Universidad, esperaban (o tal vez anhelaban) una reacción autoritaria y violenta. A muchos/as de nosotros/as, sin embargo, no nos tomó por sorpresa, pues vemos en esa disposición una señal potente de cambio encaminada a reconocer a la UC como una institución diversa y policromática que, esperamos, siga diversificándose social, científica y valóricamente.
El desafío para todos/as quienes formamos parte de esta comunidad, y para quienes la observan desde fuera, es comprender que la deliberación y el reconocimiento de las diferencias constituyen condiciones cognitivas y normativas básicas del ideal mismo de universidad, y deben por tanto permear la convivencia cotidiana y la labor académica. Sin por ello comprometer su identidad, la UC se está convirtiendo en una universidad más plural, democrática y diversa, donde la hegemonía del conservadurismo comienza a ser disputada. El profesor Alcalde, como muchos otros observadores, no entiende, o no está dispuesto a aceptar, estas transformaciones. Somos muchos/as, sin embargo, quienes aspiramos a ser agentes de este cambio.