La imagen Chile vive en la identidad de su gente. Es una construcción maravillosa, única y original.
Generación tras generación, hijos de los diferentes tiempos de Chile, con sus rasgos y características propias, han sido artífices y constructores de significados que dan vida a su identidad.
La imagen país no hace sino mostrarla en toda su majestuosidad.
La cultura no es sino el rostro de la identidad, y en el caso de Chile, la riqueza de su tejido social, cautiva y sorprende en la medida que nos internamos en sus multifacético significados.
El amor que el chileno siente por su terruño, sus raíces y costumbres, no se explicaría, sino existiese ese patrimonio cultural que, al unir y recrear pasado y presente, hace visible esa construcción inagotable y apasionada, que es la de la identidad de Chile.
Son así, identidad y cultura, dos partes de un mismo todo en constante retroalimentación y recreación; la imagen Chile país las recoge y transmite dentro y fuera de Chile.
[cita tipo=»destaque»]Cuando en Chile se habla de libertad, lejos de significar según la plata que se tenga o el poder político que se detente, lo que le da vida real, es ese valor que de su esencia, ese que es el de la dignidad, fundamento de su cultura . Todos los significados que fluyen de esa matriz, al tener a la dignidad como su causa primera y última, proveer al chileno un sentido de vida, un horizonte de libertad para comunicar y construir su vida y hogar, para ser familia. De ahí que podamos decir que la sangre que fluye por el cuerpo de Chile es una sangre de libertad.[/cita]
Si hay una palabra que engalana la identidad chilena, que le da un sello único y especial, de inagotable construcción generacional, esa es la palabra dignidad.
Encarna como palabra semilla, una y otra vez fecundando Chile.
Hablar en consecuencia de imagen, es inseparable de ese camino de construcción de dignidad, surtido desde esa diversidad de rostros y semblanzas que lo han habitado y habitan.
Ante la pregunta de cómo lo han hecho, de que se han valido las chilenas y los chilenos para proveer dignidad a su camino, la respuesta la encontramos en otro valor sin el cual la dignidad se hace imposible, queda como huérfana y sin raíces. El valor de la libertad.
La geografía de Chile, donde quiera que majestuosa destella, es imagen indescifrable sin esa geografía humana que la ha habitado y significado. Pertenencia, construcción de vida y dignidad , esas son sus claves.
Revelar en consecuencia a Chile desde su imagen, no es sino traducir ese valor de la dignidad que ha ido dándole forma, rostro, cuerpo y lenguaje a su gente.
Gabriela Mistral en su “Poema de Chile”, recorriéndolo de norte a sur, rescata el camino como construcción, como revelación de lo chileno. Dice “¡Tan feliz que hace la marcha! Me ataranta lo que veo lo que miro o adivino lo que busco y lo que encuentro.”
Una marcha que recrea el presente desde la tradición.
Y es así que dirá las siguientes palabras del niño indio atacameño con que se hace acompañar durante el poema.
“Naciste en el palmo último de los Incas, Niño-Ciervo, donde empezamos nosotros y donde se acaban ellos; y ahora que tú me guías o soy yo la que te llevo ¡qué bien entender tú el alma y yo acordarme del cuerpo!
Es que Chile es así. Revelación que nunca se detiene, cautivando y sorprendiendo. Lenguajes descifradores los llamará nuestro otro laureado Premio Nobel de Literatura, cuando habla de su primera lección de la inteligencia constructora del hombre. Dirá: “Yo aprendí desde muy pequeño a leer el lomo de las lagartijas que estallan como esmeraldas sobre los viejos troncos podridos de la selva sureña, y mi primera lección de la inteligencia constructora del hombre aún no he podido olvidarla. Es el viaducto o puente a inmensa altura sobre el río Malleco, tejido con hierro fino, esbelto y sonoro como el más bello instrumento musical, destacando cada una de sus cuerdas en la olorosa soledad de aquella región transparente”.
Descifrar tanta diversidad no solamente apasiona y agudiza la necesidad del ingenio para integrar tanta urdiembre, material y energía en una síntesis reveladora del rostro de la idiosincrasia del chileno, sino que hace de esa búsqueda un ejercicio superior, y que es la ver en ese caminar la construcción de nuestra identidad.
Muchos son los mundos que le dan vida. Títulos de obras insignes de nuestra Literatura destacan esa contribución de lo plural a la hora de recrear la identidad de lo chileno. “ Chile, País de Rincones “, de Mariano Latorre. (Editorial Zigzag. 195). Y, “Chile, Tierra de Océano “, de Benjamín Subercaseaux. (Dos Tomos. Editorial Zigzag. 1985), son dos ejemplos ilustrativos.
Pluralidad que se hace visible, que muestra sus senderos y caminos, gracias a esa luminosidad que nunca deja faltar al significarse la palabra Chile.
Ocurre cuando se nombra lo mismo que al hijo le sucede al nombrar y significar a su madre: ese sentimiento de pertenencia y amor que saca a relucir lo más preciado de la identidad de Chile.
La experiencia de viajar por otros países, con culturas diferentes, es una oportunidad que siempre invita para recrea la imagen de Chile.
Propio de su carácter, el chileno va por el mundo – por “otras culturas “, revelando lo mucho que hay en la suya , desafío no menor en un mundo globalizado .
La experiencia de comunicar Chile se ilumina con la presencia de esos pueblos que están en sus raíces: chonos, alacalufes, yámanas, chiquillanes, pehuenches, puelches, tehuelches, y selknam u onas, mapuches, picunches, huilliches, diaguitas y atacameños, como también esas mezclas entre seres, imaginarios y formas de vida surgidas de diferentes mundos , que llegarán con la conquista de España en el Siglo XVI.
La dignidad de los chilenos es humanidad en constante construcción, con sueños, dolores, triunfos, derrotas, aprendizajes, integrando y amalgamando todo aquello con que se va haciendo la vida, esto es, rutas de dignidades.
Fecunda es así como se vive entre su gente la “palabra Chile“, multiplicándose y, sin cesar, reconvirtiéndose en los nombres, faenas, proezas, destreza, humor, afabilidad ojos y corazón de su gente.
La noble misión de amarla y protegerla. Ese ha sido el primer deber de dignidad de los chilenos.Es así que a esas aves majestuosas que en su Cordillera llevan el nombre de cóndor, desde sus orígenes se les ha confiado esa misión de ir por sus alturas, vigilando la majestuosidad de sus cielos.
A esas aguas cristalinas que desde los Andes descienden, como mensajeras de lo sagrado y lo puro, se les dio el don del bautizo y rebautizo de lo chileno.
Y a su gente, “soberbia, gallarda y belicosa que no ha sido por rey jamás regida, ni a extranjero dominio sometida, se le confió hasta dar su vida“.
La luminosidad a Chile le sale por doquier. Su cuerpo es una constante revelación. En sus entrañas le viven junglas de minerales con restos de meteoritos, fósiles, magmas y cráteres dormidos; camanchacas que pujan por emerger; semillas que duermen durante años en costras salinas y filosas; sepultados senderos por los que antaño el Inca iba y venía; lagartos y roedores en alocadas correrías; aguas que salen al encuentro de raíces de algarrobos y pomelos; escondrijos de salamanquejas; fantasmagóricas rutas del zorro; antiquísimos yacimientos de arcilla; cementerios de cráneos aborígenes; hachas de cobre; enormes tomates lechugas, cebollas, duraznos, sandías y melones petrificados; muros de costras salinas; espejismos por los que aún flotan árboles, objetos e iglesias con sus altares de piedra y barro; esqueletos de adobe; restos de abonos de caliche; interminables vetas de salitre irradiando sus blancos luna por kilómetros y kilómetros; vestigios en las superficie del Desierto de Atacama, aun conservando restos de fondos oceánicos.
Materias y procesos con sus luces incólumes a embestidas de la muerte y de la sed, sólo sumisas a esos “cielos con instintos de infinito”; con sus colores reclutados en quebradas y precipicios , en yacimientos de lavas agujereadas y vaporosas; desde oros que ya brillaron en las pupilas de Diego de Almagro hasta mundos de sílices, boros, manganesos, nitratos, cobres, azufres y sodios, donde la oscuridad va siempre en retirada y hasta donde la muerte se deja ver como un cielo estrellado.
Luminosidad que transparenta las manos del minero, también las de “campesinos del mar “ al navegar por esas “tormentas que a menudo se desatan, rasgándose y bramando como enfurecido el viento sobre la superficie marinas“.
Desbordante desde sus entrañas, sin dejar nada por proveer, transparentándole cabeza, pies y brazos, desiertos, hielos, cordilleras y Océano, así va esa luminosidad que por siglos a Chile le ha sido dada y que no le da tregua; que soberana vive además en sus metales ;aprovisiona estrellas en noches del Valle del Elqui ; ilumina aguadas; amanece al alero de árboles pontífices de la flora chilena; que nunca, cuando clarea el alba, falta a su cita con ese su pan soberano, su marraqueta ; que desde tiempos inmemoriales lleva luz a esos pictogramas de arte aborigen que aún hablan y enseñan ; luminosidad que en Septiembre de cada año, en frenesí de sus colores, en bailes, atuendos, fuegos artificiales y algarabía, se la encuentra en el Norte en las fiestas de Ayquinia, celebrando a la Mama del Cielo; ;que goza acompañando el vuelo de ese favorito suyo, El Martín Pescador, que aloja en resolanas de pétalos rojos, lilas y blancos, en sus silenciosos cascabeles como cinturas en fucsias; que juguetea con sus luces en fiordos mágicos de Chiloé moradas de la Pincoya y el Trauco ; que nunca olvida temperar cuerpo y pelaje de tímidos pudúes ;que nunca falta al amanecer con el cantar del gallo; cada primavera refunda jubilosos rojos en añañucas; y muda sus destellos bajo esos cielos donde crece la quinoa .
Luminosidad precursora, con sus abecedarios y alfabetos llevando luz y transparencia a la imagen de Chile país. Nombres que pueblan, que habitan esas geografías espirituales donde la dignidad del chileno se posesiona de su sentido de pertenencia a Chile y sus espacios.
Sería como no nombrar la esencia de lo que Chile es, si nada se dijera de aquella luminosidad que está en lo más íntimo de su identidad – la que Gabriela Mistral denominara “ardimiento» , esto es, esa pasión o puesta a punto del alma para amar y ser amado.
Es lo que representa al rostro humano. Lo que ríe, canta, llora, celebra y perdona, eso que ilumina lo humano del cuerpo de Chile, que trae luz a sus esperanzas, que ilumina los ojos de los chilenos, que les permite verse unos y otros, y ver también a esos “otros “que viven fuera de sus fronteras.
A Chile, la diferenciación, la pluralidad, la diversidad, es algo que le vive en toda su piel, en todos sus olores; está ahí en las arrugas de sus viejos y en los sueños de sus jóvenes. Si se la vive con tal intensidad, no es por azar o porque una idea loca haya echado raíz y crecido en su gente.
Lo que le trae el oxígeno y latido, lo que hace infundir al cuerpo de Moais en Isla de Pascua Chile ritmo, movimiento, danza, festejo, celebrar con otros, respirar un mismo aire, beber las mismas aguas, compartir las mismas montañas, alimentarse de las mismas raíces, es un impulso, fuerza o destino anterior al nombre de Chile, que se confunde con su gestación, con sus orígenes, cuando salvaje e indomada, junto a parirle volcanes, cordilleras, lagos, océano, aves, frutos, pumas y cóndores, fue también la naturaleza aflorándole esos torrentes sanguíneos que aún corren por sus venas, con colores mezcla de arcilla, aguas, nieves y lava sumergidos y activos en manos, ojos, olfatos, músculos, pies y rostro de su cuerpo erguido y hermoso.
Si iniciamos un caminar por Chile de Norte a Sur y nos internamos por esas inmensidades tapizadas de esos “Cristos llamados cactus“, por ese “suelo pulido y resquebrajado en su corteza cuál si fuera de greda cocida”, en que en algún pique o noria, “demasiado distante ha escondido Dios el agua”, nos encontraremos con ese nortino de desiertos, en sagradas faena de búsqueda del agua, arañando y socavando la tierra , descendiendo a su encuentro por las profundidades, buscándola en esos escondrijos hace ya siglos descubiertos por sus antepasados atacameños.
Es que son aguas que, como madre amorosa, siempre han guardado para el regreso del hijo; esperan por siglos, para ir una vez más a su encuentro, subir con él al aire y a la vida para seguirlo, ir serpenteando por quebradas, canales y terrazas ,hasta llegar a dar de beber a sedientas raíces de maíz, quinoa alfalfa, orégano y hortalizas.
Se nos revela así el agua, en ese don suyo de “amar” raíces, aromas, piel, de alimentar vida a esa tierra y sangre de sus antepasados , proveyendo a sus bofedales y que vadeando calicheras y salares, llegando finalmente a nutritivos chañares .
Mas al centro, en lo que se conoce como su valles de la zona central, y en donde el año 1541 Pedro de Valdivia fundó Santiago, retomaremos el camino, pero esta vez, no por exploraciones subterráneas en búsqueda de agua, sino en otra dirección, en otro viaje diferente y también pleno de luz.
Es ese viaje por manos sembradoras, manos guías apadrinadoras de los alimentos de Chile, en las que piel y tierra se funden en lo que son las manos campesinas
Viaje por los potreros y los huertos, por eso sinfín de relaciones con que ambos, manos y tierra, han labrado a través del tiempo caminos de dignidad. En sus asperezas, y callosidades traducen esa filosofía de la comunión que da flor y frutos, abriendo caminos de libertad.
De tal comunión, a la hora de siembras y cultivos, no podía la tierra de Chile sino entregar lo mejor de sí : manzanas, espárragos, frutillas, frambuesas, uvas, nueces, aceitunas, orégano, ajos, cebolla, paltas, cada uno de ellos, como hijos de una misma familia, criados todos en los mismo colores de la madre tierra, con sus universos e identidades propias, tonalidades, sabores, olores, abrazándose y entregándose. Siembras y cultivos de dignidad.
Paternidad de amor, de cuidado amoroso, es lo que traen así consigo los alimentos que nacen en Chile, y que hacen de sus cuerpos, de sus savias, nutrientes, minerales, donadores a tiempo completo de latidos, respiración, armonía, deleite con el canto de sus aves , y invitan al tacto a “ tocar el mundo, los cuerpos, las campanas, las raíces, nacer en otros dedos, crecer en otras uñas, pero, sobre todo, cortar maderas, dominar metales, construir” ya que “entre morir y renacer no hay tanto espacio ni es tan dura frontera. Es redonda la luz como un anillo, y nos movemos en su movimiento”.
Explorando por el tiempo de Chile, podremos observar que hay sólo un soberano al que siempre le ha sido rendida pleitesía ; es quién desde tiempos pretéritos, muy anteriores al descubrimiento y conquista de Chile, y hasta nuestros días, ha ido alimentando la dignidad de su gente, abriéndole camino y destino : es ese soberano que lleva por nombre libertad . Cuando lo encarcelan, silencian o no amanece, oscurecen el alma de Chile, entristecen los corazones de su gente y, la luminosidad se apaga .
Por eso, cuando en Chile se habla de libertad, lejos de significar según la plata que se tenga o el poder político que se detente, lo que le da vida real, es ese valor que de su esencia, ese que es el de la dignidad, fundamento de su cultura . Todos los significados que fluyen de esa matriz, al tener a la dignidad como su causa primera y última, proveer al chileno un sentido de vida, un horizonte de libertad para comunicar y construir su vida y hogar, para ser familia. De ahí que podamos decir que la sangre que fluye por el cuerpo de Chile es una sangre de libertad.
Sangre cuya única naturaleza, único linaje, es la de esa relación de pertenencia, de amor de hijo hacia la madre tierra que lo vio nacer, que lo acogió y que lo alimenta. De ahí que cuando en Chile se habla del mestizaje, la imagen que vive en ese nombre, no es impureza del blanco en su mezcla con sangre aborigen, ni viceversa, de triunfo del ocre aborigen por sobre el blanco.
En el proceso de conquista de España en el Nuevo Mundo y en ese tiempo que le siguió, de tres siglos de colonización, el mestizaje fue una mezcla cultural, resultante de ese encuentro entre dos mundos, del mundo americano frente a ese mundo que el español trajo consigo. Encuentro “epopeya por el asunto que canta, por los héroes que en ella intervienen y que son nuestros abuelos“ y que en palabras de Pablo Neruda, refiriéndose a la Araucana de Alonso de Ercilla y Zuñiga, “no sólo es un poema sino un camino».
Sangre que late en los hombres y mujeres de Chile, trasluciendo en sus pieles, en la tonalidad de sus cuerpos, paternidad y maternidad no pigmentada de una vez para siempre de rojos, arcillas, blancos, ocres, almendras o alerces Con sólo mirar al interior de su árbol genealógico, puede apreciarse esa luminosidad que no hace excepción, que va por todo el mundo de chile, de su geografía y de su gente, familias del sol chileno, unas en el norte, en los cielos de la pampa, otras en el sur, apenas asomándose detrás de las lluvias, cada una con cruzamientos, ramificaciones e intensidades, de diferentes templanzas y señoríos.