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Estados Unidos -China: Algo más que una guerra comercial Opinión

Estados Unidos -China: Algo más que una guerra comercial

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Mladen Yopo
Por : Mladen Yopo Investigador de Política Global en Universidad SEK
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Lo que presenciamos con esta guerra comercial es una disputa estratégica por la hegemonía mundial. A Pekín le preocupa que la política de EE.UU. hacia ellos se acerque más a la contención de George F. Kennan,  en este caso limitar y mantener el comunismo chino y sus mercaderías dentro sus fronteras por decirlo vulgarmente y a EEUU que China siga expandiendo y cimentando sus rutas de la seda y las bases militares en el exterior (collar de perlas). Empiece o no esta guerra comercial, duda que se funda en el impacto interno de la réplica de los países afectados y que se concentraran en la base política de Trump, como dice la Canciller alemana Angela Merkel, “estamos presenciando cambios rápidos y drásticos del orden mundial y necesitamos estar atentos a estos nuevos desafíos” y que podrían transformarse en un choque tectónico de la arquitectura mundial.


En marzo de este año, el presidente Trump ordenó imponer nuevos aranceles a importaciones chinas por valor de US$ 60.000 millones. Trump acusa a China de ser el primer responsable de la “decadencia” de la economía norteamericana al decir que “nuestro déficit con China es el mayor de la historia de la humanidad y les he pedido reducirlo en 100.000 millones. La palabra clave es reciprocidad. Queremos tarifas espejo: si nos gravan, gravamos igual. Lo que no puede ser es que a nuestros coches les impongan una tarifa del 25%, y que nosotros a los suyos, solo del 2%” (El País 19/05/2018).

De acuerdo al medio Perfil.com del 01/07/2018, los nuevos impuestos que correrán desde el 6 de julio  y “pesarán sobre rubros como la industria automotriz, la fabricación aeroespacial, las tecnologías de la información y comunicación, robótica y maquinaria. Al menos por ahora, quedan excluidos artículos de consumo masivo como smartphones y televisores”.

Trump, al igual que la mayoría de los estadounidenses, considera que Pekín es el principal país que se ha aprovechado de la apertura estadounidense al tiempo que ha cerrado la puerta a sus productos, generándole así un déficit acumulado el 2017 de US$ 375.000 millones: China le vende productos a EE.UU. por US$ 505.000 millones (18% de sus exportaciones) y le compra por US$130.000 millones (8.4% de las exportaciones estadounidense).

El déficit comercial total de EE.UU. al finalizar el 2017, fue de US$ 568.000 millones de dólares. En este, además de China, colaboran países como México con US$ 71.200 millones de superávit en la balanza comercial, Japón con US$ 68.800 millones, Alemania US$ con 64.300 millones, Vietnam con US$ 38.300 millones, Irlanda con US$ 38.100 millones, Italia con US$ 31,600 millones, Malasia  con US$ 24.600 millones, India con EUS$ 22.900 millones, Corea del Sur con US$ 22.900 millones y Canadá con US$ 10.918 millones (Fortune en español 15/05/2018)

La ofensiva del Trump frente a China, alejada de los palos iniciales, fue preparada con cuidado y se inscribe en el paradigma más complejo de la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos presentada a fines del 2017 y que reveló cuatro grandes ejes: proteger la patria, promover la prosperidad estadounidense, preservar la paz mediante la fortaleza e impulsar la influencia nacional. En su contexto, Trump había dicho que EE.UU. enfrentaba a «rivales poderosos» como Rusia y China, con quienes pretende buscar «colaboración», pero siempre en favor de los intereses de EE.UU. Dijo «nos defenderemos a nosotros mismos y a nuestro país como nunca antes lo hicimos», agregando que «una nación sin fronteras no es una nación», «una nación que no protege la prosperidad en el país no puede proteger sus intereses en el extranjero» y «una nación que no está preparada para ganar una guerra es una nación que no es capaz de prevenir una guerra» (infobae 18/12/2017).  

En su lógica de empresario diestro, dominante, osado, de respuestas y resultados instantáneos, Donald Trump odia el déficit comercial y, particularmente, cuando es la evidencia de que EE UU pierde en el mercado global porque compra más de lo que vende. En este entendido y teniendo de marco su manual negociador The art of the deal”, el magnate neoyorquino siempre ha privilegiado las posiciones de fuerza (el hard power) y un enfoque total: “Me gusta pensar en grande. Si piensas en algo, qué mejor que hacerlo en grande”. Presionar y golpear forman parte de su estrategia. Dice que “hay veces en que la única salida es el enfrentamiento. Cuando alguien me trata mal o injustamente, mi respuesta, toda mi vida, ha sido devolver el golpe lo más fuertemente posible” (El País 29/05/2018). Y agrega sin arrugarse que las “guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar” (El Universo 03/03/2018). La estrategia negociadora de Trump no “respeta” tratos, alianzas o aliados, ni preocupación alguna por la estabilidad mundial. Consiste en someter a sus interlocutores a una presión continua, pero confusa.

En su parte operativa, esta respuesta (la sanción económica),  primero limitó la importación de lavadoras y paneles solares chinos; luego vetó por “seguridad nacional” que la asiática Broadcom adquiriera por 117.000 millones Qualcomm, el mayor fabricante de procesadores para dispositivos móviles, y finalmente impuso el tema arancelario al acero y aluminio chino, 25% y 10% respectivamente de las importaciones de EEUU. Eso en lo táctico.

Claramente este fue un golpe de efecto retórico que, como todo en Trump, se dirigía multidimensionalmente a aliados (aunque en suspenso a Europa también le impuso un alza del 25% a las importaciones de acero y 10% a las de aluminio por el déficit de US$ 153 millones que acarrea) y a contendores como China y Rusia, pero el mensaje también iba dirigido de rebote a su base electoral a quien había prometido reconstruir la industria siderúrgica nacional. Era la respuesta (retórica aislacionista) al supuesto “entreguismo de sus antecesores y de la falta de confianza de EEUU en sí misma”, los dos grandes males que alimentan al “America First”, en miras a las elecciones de noviembre.  Trump había caído de 58 a 37% en marzo de 2018 según Gallup y subió 6 puntos con esta medida (Excelsior 26/03/2018) y si agregamos sus polémicas medidas migratorias logra el 90% de la aprobación de los votantes republicanos (eldiariony.com/2018/06/24).

China denunció a EE.UU ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) por la decisión de imponer aranceles que afectan a 1.300 productos. Pekín dice que viola el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de 1994 y del Acuerdo sobre Salvaguardias. Anunció en respuesta, además, la imposición inmediata de aranceles a 128 productos estadounidenses por US$ 3.000 millones, volumen equivalente al daño que sufriría. La mayoría de los productos afectados serían gravados con un impuesto del 15%, como algunas frutas frescas, frutos secos o el vino y otros como la carne congelada de cerdo o el aluminio reciclado, estarían sujetos a una tasa del 25%. Era un choque de trenes entre dos economías que representan casi el 40% del PIB mundial y el 23% de la población del planeta.

En mayo las hostilidades se suspendieron temporalmente en vista a las difíciles negociaciones para lograr la desnuclearización norcoreana, y tras intensas reuniones en Washington, EE.UU. y China lograron un cierto acuerdo. No debemos olvidar que China, que absorbe el 90% de las exportaciones de Corea del Norte, juega un papel fundamental en esta península desde la guerra de 1950 y estaba deseosa de rebajar la tensión zonal en pro de su ascenso pacífico (con ello quita argumentos para la presencia de EEUU en el disputado Mar de China aunque usa a Corea del Norte como amortiguador), contribuyó a facilitar el vilipendiado cara a cara entre Trump y el líder norcoreano, Kim Jong-un, que se celebró el 12 de junio en Singapur. En esta perspectiva, Pekín aceptó reducir el déficit comercial de EEUU y ambos países dejaron sin efecto inmediato las alzas tarifarias que amenazaban con desencadenar un conflicto de dimensiones planetarias.

Trump había logrado un primer avance  con el anuncio de Pekín de rebajar el déficit, abrir su economía a sectores hasta ahora prohibidos y aumentar la protección de los derechos de propiedad intelectual. Ello a pesar de que China ha evitado enfrentar temas más espinosos relacionados a su política industrial o inversiones en tecnología, cuestionados no solo por EE UU, sino también por la UE o Japón. Por eso la estrategia de Trump apunta en un segundo escalón más profundo a sectores de alta tecnología que Pekín considera estratégicos en su plan de modernización industrial “Made in China 2025” como las tecnologías de la información, la robótica, la biotecnología o los vehículos eléctricos. El ascenso chino, su viralización mundial, se ancla a su crecimiento económico y particularmente a la producción y venta de productos de alto valor agregado a nivel global siguiendo la lógica del libro de Paul Kennedy “Auge y caída de las grandes potencias”. El gigante asiático supera a Japón como el mayor exportador del continente de productos de alta tecnología y produce, por ejemplo, el 70% de los teléfonos móviles, ordenadores portátiles o equipos de telecomunicaciones de todo el mundo (El País 02/04/2018).

Trump negocia desde la incertidumbre, no se sabe qué hará.  Por ejemplo, activó la 2da flota para el control del Atlántico (incluyendo mayor presencia en aguas europeas) y contrarrestar la actividad rusa pero se juntará con Putin en Helsinki el 16 de julio (Sputniknews 03/07/2018). Con China es igual, lo invita y lo desinvita  de los ejercicios navales “Rim of the Pacific” (RIMPAC). Así y apenas 10 días después de declarar el cese de hostilidades arancelarias, el presidente de EEUU volvió a imponer el 25% a las importaciones chinas por valor de 50.000 millones de dólares. La medida se completó con el anuncio de nuevas restricciones a las inversiones chinas en alta tecnología aunque ninguna de las medidas anunciadas es de cumplimiento inmediato. Ese tiempo relativo daba margen al secretario de Comercio, Wilbur Ross, que llegaba el 2 de junio a Pekín, a enfriar otra vez los ánimos e incluso utilizar las propias sanciones como arma negociadora. “Queremos que China retire todas sus barreras comerciales y que haya reciprocidad entre los dos países. La discusión proseguirá en estos temas; el deseo de EEUU es aumentar sus exportaciones eliminando las severas restricciones chinas a la importación”, indicó la Casa Blanca (/El País 29/05/2018).

Claramente, como se aprecia, la visión detrás de la Estrategia de Seguridad desarrollada por el gobierno de Trump promueve el concepto de un realismo puro basado en el rol central del “hard power” de EE.UU. en la política internacional con las sanciones o intervención militar, argumentando para ello que los Estados fuertes y soberanos son los que aseguran los intereses nacionales y dan mayores garantías de un mundo pacífico y próspero. A Trump no le interesa el “global leadership” si no el “global power” como se demuestra de su retiro del acuerdo climático de París, la negación del pacto nuclear con Irán, retiro de la Comisión de DDHH de la ONU, renegociación del NAFTA, etc.

Junto al tema económico, entonces, el hardpower se ha expresado en el aumento el 2018 del presupuesto de Defensa de US$ 69.000 millones, quedando en US$ 686.000 millones. EE.UU. es el país que tiene el 40% del total del gasto militar global. El Secretario de Defensa, Jim Mattis, dijo que éste aumento permitirá a EE.UU. “volver a la primacía” en el pulso geoestratégico con Rusia y China, países en la mira de la seguridad nacional de acuerdo al director de la Agencia Central de Inteligencia, Mike Pompeo: “Los intentos de China de «influir de forma encubierta» a Occidente causan la misma preocupación que la «subversión» de Rusia” (BBCMundo 30/01/2018). Incluso más, Mattis aseguró que EEUU seguirá confrontando la militarización de los islotes que hace Pekín en el Mar de China (Reuters 29/05/2018).

En desmedro de la institucionalidad diplomática, este aumento le permitirá la Revisión de la Postura Nuclear (NPR), lo que significa a) modernizar ampliamente los misiles balísticos terrestres, los misiles submarinos y los aéreos; modificar algunas ojivas nucleares submarinas para darles menor poder de detonación; retornar a los misiles de crucero marítimos. También reforzar y ampliar el Comando Espacial (Trump: “mi nueva estrategia nacional para el espacio reconoce que el espacio es un dominio de guerra, al igual que la tierra, el aire y el mar”) o hacer andar la 2da Flota (en el 2008 se había reactiva la 4ta Flota), entre otros.  

Lo que presenciamos con esta guerra comercial, entonces, es una disputa estratégica por la hegemonía mundial. A Pekín le preocupa que la política de EE.UU. hacia ellos se acerque más a la contención de George F. Kennan,  en este caso limitar y mantener el comunismo chino y sus mercaderías dentro sus fronteras por decirlo vulgarmente y a EEUU que China siga expandiendo y cimentando sus rutas de la seda y las bases militares en el exterior (collar de perlas). Empiece o no esta guerra comercial, duda que se funda en el impacto interno de la réplica de los países afectados y que se concentraran en la base política de Trump, como dice la Canciller alemana Angela Merkel, “estamos presenciando cambios rápidos y drásticos del orden mundial y necesitamos estar atentos a estos nuevos desafíos” y que podrían transformarse en un choque tectónico de la arquitectura mundial.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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