El destacado politólogo chileno-alemán, Norbert Lechner, en Los Patios Interiores de la Democracia (1988), afirmaba que la modernidad conlleva en esencia el desencanto con el orden social instaurado desde los «pactos elitarios».
De aquí en más, la política, de responsabilidad absoluta de los propios hombres, se constituye en el motor a partir del cual se produce y reproduce el orden social. La modernidad actual, dice Lechner, caracterizada –entre otros aspectos– por el creciente desencanto con la política, sería algo así como un “desencanto con el desencanto”, o bien, un “doble desencanto”.
Precisamos que este “doble desencanto” –para el caso del Chile Actual– no es con lo político en su conjunto, sino que con la política institucional, en particular, con aquella emanada de los partidos políticos tradicionales, como muy bien lo establece el Informe sobre Desarrollo Humano en Chile 2015. Los tiempos de la politización. El mencionado informe, da cuenta de una sociedad chilena en una fase de creciente politización, no obstante, rechaza absolutamente la política formal (rechazo politizado).
El Partido Radical (PR), el más tradicional del sistema de los partidos actuales, tributario de un pasado profundamente reformador, modernizador y progresista, aspectos que tuvieron su mayor expresión precisamente en los Gobiernos Radicales (1938-1952), ha contribuido también a la instauración y la promoción en la sociedad chilena de una atmósfera de “doble desencanto”.
Esta nociva contribución es consecuencia de tres grandes falencias internas de carácter estructural, las cuales sin duda irradian más allá de las dinámicas internas del partido. La primera de ellas, es de tipo ideológica. El PR está transitando por una crisis de ideas, cuyo origen se encuentra en la participación y dependencia, prolongada, del aparato público. Los efectos de ello son claros, la transformación del Partido Radical en una “bolsa de empleos” y la presencia de militantes cuyos ideales movilizadores están totalmente alejados del cambio social y la emancipación humana. En virtud de la ausencia de ideología, los “lotes” se articulan en función de su capacidad para brindar (o arrebatar) puestos de trabajo a militantes totalmente desarraigados de la doctrina Radical. La entrega del “diezmo” se constituye en la única vía plausible para mantener el empleo. Este verdadero chantaje político, con escaso glamour, por cierto, evidencia lo profundo que han permeado los principios del modelo económico neoliberal.
[cita tipo=»destaque»]La crisis actual del radicalismo no se va resolver totalmente en las próximas elecciones internas, aunque claramente aportará mucho a ello que triunfen las ideas que buscan darle una identidad definida de izquierda; representando, al contrario, un grave retroceso que eventualmente se impongan las posiciones más cercanas al neoliberalismo.[/cita]
La segunda falencia estructural remite a la orgánica misma del Partido. Esta dimensión ha sido ampliamente debatida, estableciéndose por consenso la existencia de una orgánica desvencijada y desestructurada, a escala nacional: ausencia o desaparición de Asambleas Radicales Comunales, inexistencia de Consejos Distritales y la paralización de los Consejos Regionales por períodos prolongados, son algunas de las “patologías” de mayor impacto. A lo anterior, se debe agregar la incomunicación de las distintas instancias del Partido (dirigencial, regional y base), lo cual tiene por efecto la asignación ineficiente de recursos y, en especial, que se adolezca de orientaciones para el desarrollo del trabajo político en los territorios.
Por último, se encuentra la falencia estructural de carácter político-social. Esta tiene su expresión en la total desconexión del Partido Radical con la ciudadanía, generando una fractura irreconciliable, al menos en el corto plazo. Los militantes radicales que participan en movilizaciones sociales son escasos, exceptuando los jóvenes estudiantes y algunos dirigentes de asociaciones gremiales y sindicales. La desafección con la ciudadanía y sus problemáticas, se constata también en las discusiones de mayor prominencia que han acaecido en los últimos años en Chile, donde la presencia del mundo radical está prácticamente ausente: en temas gravitantes como No Más AFP, las reformas laborales, las problemáticas ambientales, las reivindicaciones de género y minorías sexuales, la militarización de La Araucanía, las posiciones xenófobas y racistas hacia los migrantes, etc. A su vez, los dirigentes y parlamentarios radicales no tienen una opinión; peor aún, en algunos casos tienen posiciones disímiles o derechamente, carecen de postura. La ciudadanía, por su parte, percibe a los radicales como una asociación cuyo único fin es el enquistamiento en la estructura estatal y que, consecuentemente, actúan con indolencia frente a las demandas ciudadanas y la creciente protesta social.
Esta es la situación que vive hoy el PR, ad portas de una elección interna que debiese ser decisiva. En efecto, el “doble desencanto” no genera, como se podría pensar, una desmovilización de la población; más allá de que los niveles de convocatoria de ciertos movimientos pueden no tener la misma fuerza de aquellos que viéramos en los turbulentos años 60′, 70′ u 80′ del siglo pasado. Por el contrario, la desafección del ciudadano consciente frente a la política institucional, le lleva a buscar formas distintas y novedosas para organizarse y movilizarse; y, en este sentido, el PR parece estar paralizado, sin capacidad para adaptarse a estos procesos emergentes. Sin embargo, esta situación aparentemente crítica, entraña en sí misma una oportunidad: en la medida que los radicales puedan leer correctamente los nuevos tiempos, podrían pasar a liderar a una oposición que hoy carece de relato y mística, y que se encuentra tensada desde la derecha y desde la izquierda.
En ese escenario, resulta indispensable que los radicales tomen en sus manos el destino de su partido, abocándose primeramente a reconstruir instancias que hoy se encuentran desarticuladas (como el Regional Metropolitano) o en el abandono (como muchas Asambleas Comunales); al tiempo que se retoma el contacto con los ciudadanos y con las organizaciones sociales.
Por otro lado, es de suma urgencia que el PR reformule su Línea Política General, sus Bases Ideológicas y su Programa, a partir de la realidad actual, y superando la situación de virtual vaciamiento ideológico al que la lógica clientelista ha arrastrado al Partido en los últimos años.
La crisis actual del radicalismo no se va resolver totalmente en las próximas elecciones internas, aunque claramente aportará mucho a ello que triunfen las ideas que buscan darle una identidad definida de izquierda; representando, al contrario, un grave retroceso que eventualmente se impongan las posiciones más cercanas al neoliberalismo. Aquí está la clave para resolver la encrucijada de los radicales; la llave maestra del verdadero cambio de rostro y de rumbo histórico del radicalismo chileno. Eso es lo que está en juego el próximo domingo 29 de julio.