El Frente Amplio (FA) es la primera gran positivización de la negatividad histórica de nuestro tiempo. De ahí la legitimidad de su aspiración a recoger las ideas del pasado, los motivos actuales de la mayoría, y al mismo tiempo el contenido político por venir. Cuando estos tres momentos ocupan el centro de la inquietud principal, ocurre entonces que el debate entre “lo nuevo” y “lo viejo” se convierte en un dilema de tipo ilusorio. Asumir lo heredado con sabiduría permite pues, entre otras cosas, poder mirar de qué manera todo lo nuevo tiene a lo viejo en su interior –y quien piensa con ello en concreto, a menudo logra detectar a éste en aquél, y viceversa–. Pero el problema es que lo viejo es también como una esfera agrietada, que entre la ruina y la sequía se rehidrata igual del futuro, cura siempre de nuevo sus heridas, y regresa así desde la tumba, endureciendo frecuentemente la piel. Por ello la pregunta es aquí si acaso el FA podrá reiniciar protagonizando aquel círculo de los tres tiempos históricos. En torno a esta cuestión fundamental, serán deducidas a continuación las premisas de una respuesta afirmativa a dicha pregunta, separadas en dos momentos (forma y contenido), y organizadas todas ellas a la manera de una introducción al (problema del) futuro del FA. Estas premisas son en gran medida el fruto de una lectura al libro de Mayol y Cabrera, FA en el Momento Cero.
En primer lugar, la idea del futuro trae consigo la necesidad inmediata de asumir la realidad del presente. La ausencia espectral de la política, su paso por fuera del mundo en las poblaciones, y la consecuente conformación de un territorio despolitizado, y sin embargo fuertemente polarizado, muestra el “primer viejo desafío”, que no es sino el antiguo asunto de vitalizar la política (y politizar la vida) del país con destreza. Sumado a ello, la clausura de las dimensiones normativas respecto al bien, la belleza y la justicia, ha mecanizado el movimiento de nuestra certeza habitual, y alrededor de ella fue forjada una fe inquebrantable en la “infinitud cotidiana” del mercado, siendo de este modo desarrollada una fuerza de dispersión social inaudita en la historia.
En medio de esta realidad general, el FA ha experimentado una suerte de primera evidencia –que por cierto conforma nuestra segunda premisa–. Ella señala que en realidad lo más importante comienza a jugarse siempre después del “acontecimiento”. No basta por consiguiente con la interrupción propiciada, si acaso el “fondo” no obtiene a partir de allí una nueva “figura”. Y lo decisivo es que la elaboración de esta figura implica a su vez la necesidad de poder avanzar desde aquella interrupción a la conducción política. En este punto aparece entonces la tercera premisa para el futuro del FA, a saber, la condición de pensar-y-actuar a partir de una “nueva” idea de la unidad y sus especies. Pero semejante premisa supondrá primero aprender a recrear el germen de su propio nacimiento.
[cita tipo=»destaque»]La necesidad de la mayoría es por lo tanto la cuarta premisa (y posibilidad) del futuro del FA. Dicho en concreto, un gobierno frenteamplista será viable únicamente de la mano de esta unidad mayoritaria y transversal. Pero lo interesante aquí es que una integración compuesta de este tipo está demandando hoy de la capacidad para incorporar la conciencia de todos los malestares, y de asumir en ella, que él mismo será rebasado una y otra vez por la vitalidad radical de las manifestaciones sociales. El desafío consiste así en llegar a ser la expresión retroalimentada de aquellas manifestaciones, bajo el modo de una cierta “banda” de instrumentos políticos. Dicha tendencia a erosionar las membranas de los organismos institucionales por parte de los elementos efervescentes de las fuerzas emancipadoras está pidiendo al FA que sea hoy, además del surco que canalice aquella energía, su “forma absoluta” o la unidad proyectiva de todos los movimientos. Esta unidad subalterna cumplirá entonces recién su destino cuando sea capaz de tejer la gran red histórica de todas las agencias transformadoras.[/cita]
En efecto, se podría decir que el FA es la primera manifestación histórica, en la era actual, de la gran “unidad diferente”, o de aquel tipo de unidad que se despliega como autodeterminación múltiple. Esta misma forma ha sido de hecho su mayor virtud, al haberse constituido como el elemento que posibilitó dar masividad política a la diferencia, actuando así como el centro expansivo de todas las impugnaciones. Hoy en día se trata entonces de poder desarrollar este mismo germen hasta configurar una nueva unidad socio-política que ocupe efectivamente el lugar de aquel centro mayor. He aquí en consecuencia el camino, y quizás la tarea más urgente (pero más difícil) de cumplir, esto es, la creación liberadora de una unidad proporcional entre el FA y la mayoría. En esta gesta simultánea del adentro y el afuera, al final del camino quedará lugar tan solo para aquellas formaciones que fueron capaces de expandir sus límites, abriéndose con ello a los nuevos terreros, para recoger desde ahí determinados “racimos” de unidades parciales entre esferas disyuntivas.
La necesidad de la mayoría es por lo tanto la cuarta premisa (y posibilidad) del futuro del FA. Dicho en concreto, un gobierno frenteamplista será viable únicamente de la mano de esta unidad mayoritaria y transversal. Pero lo interesante aquí es que una integración compuesta de este tipo está demandando hoy de la capacidad para incorporar la conciencia de todos los malestares, y de asumir en ella, que él mismo será rebasado una y otra vez por la vitalidad radical de las manifestaciones sociales. El desafío consiste así en llegar a ser la expresión retroalimentada de aquellas manifestaciones, bajo el modo de una cierta “banda” de instrumentos políticos. Dicha tendencia a erosionar las membranas de los organismos institucionales por parte de los elementos efervescentes de las fuerzas emancipadoras está pidiendo al FA que sea hoy, además del surco que canalice aquella energía, su “forma absoluta” o la unidad proyectiva de todos los movimientos. Esta unidad subalterna cumplirá entonces recién su destino cuando sea capaz de tejer la gran red histórica de todas las agencias transformadoras.
Al inicio de un nuevo ciclo, el FA ha sido llamado a convertirse en el primer catalizador de la totalidad de las fuerzas críticas al orden establecido. La consolidación de la unidad sistemática de sus modos de acción contiene por ello en sí la posibilidad de poder culminar la fase actual de “la reiteración” –o “los descuentos” de la llamada transición–, y de poder avanzar, a partir de ahí, ya plasmado del contenido dinamizador de la ciudadanía hacia la nueva era política. En este sentido, todo dependerá de su facultad para poder dar forma al contenido (y contenido a la forma) de lo político y lo ciudadano. La realización efectiva de este complejo multiplicador entre la forma y el contenido político y socio-cultural podrá ser entonces llamada con propiedad la unidad frenteamplista.
Pero semejante unidad requiere desde el inicio, y esta es la quinta premisa, de un poder comunicacional desarrollado, de la capacidad política para lograr proyectar sus motivos, y constituirse de esta manera en una fuerza atractiva de carácter extensivo. La meta consiste aquí en la configuración de aquella fuerza que asciende circulando entre los conceptos y la realidad, conjugando así incesantemente con lo otro, y forjando por esta vía el nexo diferencial de la multiplicidad de territorios y localidades. Esta unidad es por ello conflictiva y contradictoria –porque la política es el hábitat de la negatividad–, pero será también constituyente y autónoma, toda vez que fortalezca su sistema institucional interno mediante procesadores deliberativos que desmonten la escalada de los conflictos. Dicha acción de fortificar hacia adentro su estructura general, y hacia afuera su unidad relativa con las esferas activas de la sociedad, conducirá de seguro a seguir fundando instancias temáticas en torno a las zonas de disenso, y llegará de este modo a existir como aquella unidad mancomunada de lo fragmentado, y junto con ello podrá al fin comenzar a construir el “reino de la libertad” más allá del mercado –véase aquí la columna de Antonio Almendras y Roberto Vargas, “Los desafíos del Frente Amplio, el sentido y los alcances de una convergencia de izquierda”, El Mostrador, 29 de enero de 2018–.
Este tipo de unidad de fuerzas correlativas comprende por tanto hoy el encuentro de una “línea múltiple” que conecte la dispersión inmediata de las fuerzas, y asegure además la participación de cada singularidad en el proceso general. Pero innovar de tal manera en estos ejes de acción significará también poder actualizar la red de nudos en torno a la unidad proyectiva de los conceptos, en la medida en que serán justamente dichos conceptos los que tenderán a hacer visible lo invisible, mostrando no solo las contradicciones internas propias de la multiplicidad de potencias y diferencias teóricas, sino que tenderán además a formar el gran “silogismo”, que en su movimiento radical faculte, por un lado, subsumir la discusión en torno a la rivalidad doctrinaria presente a la interna, y por otro lado, deducir programas futuros a la externa, y en torno a las tragedias cotidianas que vive la mayoría. La unidad del FA se encuentra así ante el desafío de sostenerse a sí misma en el descentramiento, de expandirse y a la vez intensificarse, cuestión que implica ante todo la apertura continua de sus instituciones y el acercamiento incansable hacia las bases, con el objeto final de poder hacer de la vida social su pulso vital y su ritmo infinito.
En el fondo, el problema y también la oportunidad latente, radica aquí en la naturaleza productiva de los movimientos de la ciudad. El punto en concreto es que aquellos movimientos se están creando día a día, y es asunto del FA poder reformular los caminos que permitan entrar y ser parte de aquellos focos de germinación. El tema político, y esta es la primera premisa de contenido, pasa entonces por la necesidad también inmediata de poder incorporarse de la mejor manera posible a los “acontecimientos post-fundacionales”. Sin ir más lejos, y pensando desde el presente, una Ola Feminista ha inundado la vida política del país, y con ella fue anegado en lo profundo el sentido habitual de las cosas. A partir de este escenario, el FA se está jugando la posibilidad de emerger desde aquel oleaje de la historia, bajo el horizonte de ganar los conceptos en juego, y llegar a moverse en este elemento como un frente de olas.
Dicho en breve, el problema político gravita hoy en torno a la consolidación de prácticas institucionales, y el consecuente establecimiento de proyectos y organizaciones fundadas a partir del saber feminista –véase a este respecto el Encuentro Abierto Julieta Kirkwood, organizado por Izquierda Autónoma, entre junio y agosto de 2018–. La encarnación de esta realidad teórica-y-práctica en la vida política del país tenderá con seguridad a abrir nuevos flancos que permitan colocar nociones y valores, para poder de esta suerte dar paso a las legislaciones por venir.
Ahora bien, asumir el giro feminista en la tradición socio-política de la izquierda en particular supone además poder instalar aquellos conceptos como verdaderos universales, expresados en cada exigencia particular: todo giro trae consigo el imperativo de darse una nueva configuración, para así corresponder con el contenido de la realidad que ha irrumpido, y la configuración pendiente del FA, dado un eventual círculo virtuoso, debería girar justamente alrededor de aquella construcción de determinados aparatos articuladores que aseguren la diferencia de las identidades, y atraigan de esta forma aquellas voces múltiples que puedan formar un solo coro.
El FA ha sido entonces desafiado por el futuro, y la pregunta que yace aquí es si él será capaz, y esta es la segunda premisa, de dejarse permear por la razón feminista, y poder construir de este modo junto con sus ideas el sistema completo de la liberación. Este es por lo tanto el tema de fondo, el cumplimiento de la antigua promesa moderna de aquel “reino de la libertad” desplegada como autodeterminación y participación en la vida objetiva del “espíritu de un pueblo”. Sin embargo, y en circunstancias que el “reino del consumo” ya ha creado el velo de nuestras visiones e ilusiones, es probable también por ello que el futuro del FA dependa cada vez más de su capacidad para poder proyectar nuevas ilusiones. El desafío consiste aquí entonces en el viejo problema de lograr atraer los deseos, comprendiendo lo incomprendido; de apreciar lo inapreciable (y presenciar también lo ausente), y ser así al fin la gran voz del silencio olvidado.
El futuro del FA está ocurriendo, y junto con él ha aparecido la urgencia de actuar en simultáneo, dinamizando así sus “contraposiciones carentes de mediación”. Al interior de ellas, reluce ejemplarmente aquella antinomia de “tener que priorizar” entre, por un lado, la bancada parlamentaria, y por el otro lado, la organización ciudadana, en circunstancias que el asunto principal, y con ello la tercera premisa, consiste precisamente en poder desarrollar la unidad concomitante de ambas tareas. Extender los impulsos constituyentes y estimular la gestación ciudadana de la política toma aquí la forma de un tipo de reflexión interna y externa al movimiento que habita en la historia del país profundo. Y el FA, como un producto más de esta historia, habrá encarnado el trabajo humano que la produjo tan solo si es capaz, por el lado de la bancada, de reformar el mercado de la deuda y la moral que la sostiene, y por el lado de la organización ciudadana, de crear al mismo tiempo “cien, doscientos, trescientos Valparaíso” por todo el territorio. Pero este problema demanda además la diseminación incesante del poder central en las “unidades comunales”, para poder asegurar de esta forma la participación más amplia posible, los derechos y libertades efectivas de las personas y las comunidades. Pluralizar la propiedad, las lenguas y las organizaciones bajo el modo de una democracia vinculante requiere entonces partir insistiendo en la necesidad ya consagrada en el primer Programa de Gobierno del FA, a saber, la de una Constitución vía Asamblea, que “despinochetice” a Chile, y lo inserte con ello al fin en el circuito de naciones del siglo XXI.
El país ha iniciado una nueva fase de vida, y el futuro del FA dependerá de la rapidez con que maduren las estructuras mentales de sus organismos, del grado de unificación hacia lo interno, la multiplicación y fuerza de identificación hacia lo externo, y de su talento para poder expresar en el arte político la vida del “exomundo”. El problema de llevar el nuevo ciclo hacia la maduración de su contenido, y convertirse allí en la esperanza de los rincones, está empero pidiendo hoy de la sabiduría política más alta, y la última de todas las premisas, esto es, la organización de la vida entera al interior de su propia obra. Ciertamente en ella habrá aparecido otro vínculo con la llamada “vejez joven”, y ambas serán en esta “nueva” unidad autodeterminada el saber de la belleza y el latido interior a todos nuestros actos. Un FA ávido de vida afronta hoy el destino de crear el cosmos por venir, y encarnar así de nuevo a la grandiosa Gea, personificación del origen, y engendrada por sí misma desde el caos absoluto. Pero para saber el final de esta historia habrá que dejar a Cronos hacer su labor.