Las disposiciones transitorias de la Constitución del año 1980 establecían que si en el plebiscito de 1988 ganaba la opción «Sí», es decir, se aprobaba el candidato propuesto (Pinochet), el presidente así electo asumiría el cargo el 11 de marzo de 1989, mismo día en que debía cesar el anterior, y por un periodo de ocho años (hasta el 11 de marzo de 1997), entrando en plena vigencia las normas permanentes de la Constitución, salvo en lo siguiente: nueve meses después se debía convocar a elecciones generales de senadores y diputados y, en el entretanto, la Junta de Gobierno seguiría ejerciendo la función legislativa, hasta la instalación del Congreso Nacional. Esta se realizaría tres meses después de la convocatoria a elecciones parlamentarias.
Claramente lo que se pretendía con el Sí era continuar con un gobierno militar por ocho años más, pero con partidos políticos y con elecciones de senadores y diputados, mientras tanto la Junta de Gobierno seguiría ejerciendo la función legislativa, hasta la instalación del Congreso Nacional, tres meses después de la convocatoria a elecciones.
[cita tipo=»destaque»]Evidentemente lo que se pretendía era poner fin a la dictadura militar de derecha, para dar paso a un gobierno militar de derecha “ en democracia” , o con una democracia a medias, pero democracia al fin. Lo que le faltaba para consolidar esta situación era el apoyo de la mayoría ciudadana de derecha.[/cita]
Evidentemente lo que se pretendía era poner fin a la dictadura militar de derecha, para dar paso a un gobierno militar de derecha “ en democracia” , o con una democracia a medias, pero democracia al fin. Lo que le faltaba para consolidar esta situación era el apoyo de la mayoría ciudadana de derecha.
Esta situación ya había sido vivida en Brasil donde ya no se hablaba de dictadura militar, pero sí de gobierno militar (de derecha), con partidos políticos y Congreso Nacional, pero con elecciones indirectas. Esta condición política del Estado Brasileño, como muchos gobiernos militares en América Latina, nunca fue cuestionada por Naciones Unidas ni por otros organismos internacionales por antidemocrática o por violar derechos humanos, o por falta de libertad. Tampoco dicho país fue motivo de sanciones o bloqueos de tipo económico por parte de otras naciones del mundo.
Fue el pueblo brasileño que se impuso posteriormente con el tema de “diretas já”, después de la denominación del candidato de centro Tancredo Neves, que falleció al poco tiempo de ser elegido y que fuera substituido por el candidato de derecha José Sarney.
En nuestro país, faltó muy poco para el «Sí», ya que el 44 % de la población lo prefería y me temo que lo siga prefiriendo, lo que no significa que ese considerable porcentaje prefiera una dictadura militar de derecha al estilo “Pinochet”.
El «Sí» no pudo conseguir el necesario apoyo mayoritario, lo cual es muy natural después de 17 años de dictadura , de lucha clandestina y de grandes miserias, pero a la luz de los acontecimientos actuales, su derrota no me parece definitiva y parece estar muy metido en el ADN de buena parte de nuestra población.
Lo curioso es que justamente esa parte de la población y los órganos internacionales ataquen sistemáticamente a Venezuela que también es un gobierno militar con Partidos Políticos, con Congreso Nacional y poderes independientes del Estado, con elecciones libres y directas y una Constitución vigente, es decir, con muchas semejanzas y coincidencias con lo que veníamos hablando, pero con el pecado imperdonable de tener un carácter socialista.