Uno de los datos que decenas de estudios están demostrando es que las personas son más felices al inicio y al final de sus vidas, esto es en la niñez y en la vejez. A esto se le denomina la curva U de la felicidad, la curva es una función de la forma en que el envejecimiento afecta el cerebro y parece contradictorio cuando a diario observamos las tremendas dificultades con que nos vamos encontrando a medida que avanzamos en edad.
Al revisar los estudios y contrarrestar mis dudas y cuestionamientos respecto a las dificultades que enfrentamos al llegar a mayores, he podido concluir que los problemas de la vejez no están en los mayores, más bien en el resto de una sociedad donde el Edadismo ha configurado una serie de prejuicios y estereotipos que condicionan una imagen negativa de la vejez, como también en una ausencia de políticas que permitan el pleno desarrollo humano en esta etapa.
Pero los estudios no mienten. Los mayores llevan mejor la tristeza, la aceptan mejor que los más jóvenes, esto podría ayudar a explicar por qué los mayores resuelven mejor los grandes conflictos y ven las situaciones injustas con compasión, pero no con desesperación, en todos los casos los mayores emplean recursos cognitivos, como atención o memoria, para asumir más información positiva que negativa.
[cita tipo=»destaque»]Con la edad nuestro horizonte de tiempo se vuelve más corto y nuestros objetivos cambian, cuando nos damos cuenta que no tenemos todo el tiempo vemos nuestras prioridades claras, nos preocupamos por lo que de verdad importa, valoramos la vida, tendemos a la reconciliación, participamos de las actividades realmente importantes que nos reportan emociones sustantivas y la vida mejora, por lo que somos más felices en el día a día, ese mismo cambio nos lleva a ser menos tolerantes frente a las injusticias y más generosos.[/cita]
Si hay una paradoja en el envejecer, es reconocer que no viviremos eternamente y eso cambia de manera positiva nuestra perspectiva de la vida. Cuando nuestro horizonte del tiempo es lejano e incierto, como en la juventud, nos preparamos constantemente, absorbemos toda la información disponible, corremos riesgos, exploramos y podemos pasar tiempo con personas que no queremos, después de todo, si algo sale mal, siempre hay un mañana.
Con la edad nuestro horizonte de tiempo se vuelve más corto y nuestros objetivos cambian, cuando nos damos cuenta que no tenemos todo el tiempo vemos nuestras prioridades claras, nos preocupamos por lo que de verdad importa, valoramos la vida, tendemos a la reconciliación, participamos de las actividades realmente importantes que nos reportan emociones sustantivas y la vida mejora, por lo que somos más felices en el día a día, ese mismo cambio nos lleva a ser menos tolerantes frente a las injusticias y más generosos.
Sin embargo, escuchamos mucho sobre cómo salvar a los mayores y nos llenamos de mitos sobre la vejez que solo la convierten en una etapa poco deseable como si fuese un problema de los mayores; estoy convencida que lo que hace a la vejez poco aspiracional son las bajas pensiones, la ausencia de servicios, la discriminación en todas sus formas, la ausencia de oportunidades.
Hoy los mayores comienzan a ser más numerosos que los menores, observamos sociedades con millones de personas con talento y emocionalmente estables y que gozan de mejor salud y educación que las generaciones anteriores, con muchos conocimientos sobre la vida práctica y motivadas para resolver los grandes problemas, este cambio puede lograr mejores sociedades que las que hemos conocido hasta ahora.
Quizás sea tiempo de dejar de hablar de cómo ayudar a los mayores y empecemos a permitir que ellos nos ayuden.