Chile no es un país solidario. Los desastres nos han hecho resistentes pero también nos han hecho indolentes. Un terremoto grado 5 en Chile no representa absolutamente nada. El mismo terremoto en Haití deja entre 200 y 300 mil muertos, y otras miles en condiciones actuales de miseria. Los desastres no son naturales, son humanos. Son humanos los que generan las condiciones para hacer vivir o dejar morir a otros humanos.
Nos hacen creer que somos solidarios, simplemente para que no nos sintamos mal por el hecho de no serlo. La dificultad de lograr la cohesión social en un contexto de desenfrenado neoliberalismo es un hecho más que comprobado. Hay cada vez menos gente dispuesta a hacer sociedad, a transar, a empezar a perder para que comiencen a ganar los que siempre han perdido. En el Chile actual no es necesario comunicarse con el par; no es necesario conocer al vecino; no es necesario preguntar “¿cómo estás?”, más allá de la clásica pregunta retórica. Los problemas del ámbito público son siempre reducidos al privado, respecto a la manera cómo me afecta a mí la falta de empatía de otra persona.
Si la xenofobia implica el rechazo al extranjero, entonces no somos xenófobos. No se rechaza al extranjero como categoría absoluta, se rechaza a ciertos extranjeros; situación que nos hace racistas, aporofóbicos y, sobre todo, clasistas.
Nos gustan los extranjeros que tienen buen servicio, porque nos atienden bien, cuando en realidad lo que nos gusta es el servilismo. Nos encanta que nos traten de usted y que se muestren completamente serviciales en el afán de ayudar o atender. No nos engañemos, muchas personas cargan el anhelo de ser más de lo que son en este país donde la movilidad social es privilegio sólo de algunos; y como no logran ser más de lo que quieren ser, entonces se sitúan por sobre algún otro, hiperconscientes del absurdo de las diferencias de clase, apellido, origen, país de nacimiento o habla. Un país que califica en función a este tipo de criterios está destinado a no ser solidario jamás.
Chile carece de cohesión social. Si la migración viene a profundizar las desigualdades sociales, entonces el problema no es la migración, sino más bien la estructura social y económica en la cual se inserta. No existe el problema de la migración, existe el problema de la vivienda, el problema de la salud, el problema de la educación; lo que no justifica en ningún sentido la idea que la migración trae consigo problemas por sí misma. El tema es que gran parte de las personas que llegan a Chile comienzan un progresivo proceso de empobrecimiento que los lleva a “competir” con los empobrecidos nacionales. En esto, la lucha de clases supera y hasta complementa una eventual lucha por motivos de raza o nacionalidad.
Existen elementos estructurales que generan subutilización de calificación de la población migrante, abusos habitacionales, abusos laborales, segregación urbana, incomprensión de las pautas de salud y crianza, entre otros. Estos elementos merman la posibilidad de integración real, lo que se traduce en una población que, aparentemente representa más un gasto que un aporte para el Estado. Pero no. El tema es que Chile no está dispuesto ni preparado para ser solidario con quien, aparentemente, no le reporta algún tipo de beneficio, aunque este beneficio sea simplemente activar los rezagos de caridad en quien siente culpa por no ejercerla. Se habita en la idea de que la persona migrante es objeto de utilitarismo o de caridad. O me sirve o le sirvo. Si me sirve la utilizo, si le sirvo también la utilizo, pero para desplegar mi caridad y lograr mi propia tranquilidad en base a la conservación de mis propios privilegios, los cuales no se ven afectados por la mejora de la situación de la otra persona.
[cita tipo=»destaque»]Nos gustan los extranjeros que tienen buen servicio, porque nos atienden bien, cuando en realidad lo que nos gusta es el servilismo. Nos encanta que nos traten de usted y que se muestren completamente serviciales en el afán de ayudar o atender. No nos engañemos, muchas personas cargan el anhelo de ser más de lo que son en este país donde la movilidad social es privilegio sólo de algunos; y como no logran ser más de lo que quieren ser, entonces se sitúan por sobre algún otro, hiperconscientes del absurdo de las diferencias de clase, apellido, origen, país de nacimiento o habla. Un país que califica en función a este tipo de criterios está destinado a no ser solidario jamás.[/cita]
Todo esto no es un llamado a ser solidarios, porque creo que es insuficiente cuando se trata de seres humanos y de problemas que afectan profundamente a una gran parte de ellos. La solidaridad puede perfectamente ser limitada, inocua y de baja incidencia. Ser solidarios puede perfectamente ser una manifestación de egoísmo: el dolor del otro sólo es un estímulo, una mera excusa, para pensar en nosotros. Sin embargo, pese a esto, en el actual contexto de desafección, independientemente del beneficio personal, la solidaridad puede generar un nivel de consciencia tal que fomente el criterio por encima de las acciones antojadizas.
¿Es necesario enterarse de la muerte de un comunero mapuche para sentir solidaridad por la causa mapuche? ¿Es necesario que me afecte el despojo de una vida para sentirme parte de una causa que va más allá de la defensa de esa vida en particular? ¿Por qué debo sentir compasión por algo sólo al momento que me afecta, incluso de manera indirecta? La respuesta es simple: como algo me afecta de manera indirecta, entonces mi rabia e incidencia van a ser de la misma forma: soy pro migrante porque no sufro los embates de ser migrante en Chile, apoyo la causa mapuche porque no está en riesgo mi vida, aporto a la Teletón porque no me lo descuentan de los impuestos, apoyo educación de calidad porque he tenido la oportunidad de gozar de ella, apoyo la causa feminista en la medida que no se afecten mis privilegios.
Esta pseudo afección ante situaciones que me afectan indirectamente, precisamente, es la causa de desarticulación de alternativas viables, conducidas por liderazgos que encarnen los efectos de decisiones tomadas por una clase aún más privilegiada. Quienes están tomando las decisiones en el poder político simplemente no conocen las causas de los problemas que intentan abordar, y si las conocen, no se plantea un cambio en la medida que ello afecte los intereses individuales. En este contexto, ¿dónde está la izquierda? ¿Dónde está la demanda ciudadana? ¿Dónde está la academia que profita del trabajo de campo y luego se desentienden del campo de lucha? ¿Qué se puede hacer desde la otra vereda, más allá del activismo en redes sociales, de la publicación de columnas o de convocar a marchas? Se necesitan acciones concretas que logren contrapesar el sentido común, inclinado hacia la naturalización de la desigualdad y la injusticia. Si la justicia social es un capital de la izquierda, pues entonces usémoslo. Tenemos el deber de organizarnos y proponer alternativas viables, incluso dentro de un marco legal restrictivo e injusto. Basta de personalismos e individualismos. Basta de opinar en base a mi propia agenda. Basta de estudiar temas que sólo responden a los lineamientos de fondos de financiamiento y no a las problemáticas de fondo.
¿Qué hacer? Esa es la pregunta. Con lo que se ha hecho hasta ahora aún no se consigue nada. Aún continúa la discriminación institucional hacia las personas haitianas, aún se justifica la violencia institucional en La Araucanía, aun los atavismos ejercen una gran influencia en las decisiones políticas. Es momento de buscar opciones que representen un contragolpe real a las acciones que traspasan la justicia social. ¿Cómo? Busquemos la forma, pero seamos conscientes que, más allá de la lucha por el cambio estructural, deseado por muchos, es necesario pensar en alternativas dentro de las reglas del juego actual que se traduzcan en espacios de bienestar para las personas y donde no quepa la injusticia. Es posible, sólo en la medida que seamos conscientes de los problemas reales y de la forma cómo estos afectan a la vida de las personas, aunque este grupo esté representado más por el “ellos” que por el “nosotros”.