Hoy se conmemoran 70 años de la firma de la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada y aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas, e integrada actualmente por 193 países. Una de las principales impulsoras que lideraron el proceso político de consenso internacional sobre la necesidad de poner límites a la soberanía de los Estados y reconocer un mínimo de derechos inherentes a la naturaleza humana, fue una mujer -Eleanor Roosevelt- como tantas otras invisibilizada y silenciada por la historia oficial.
El texto consensuado por la comunidad internacional fue redactado por una comisión de ocho personas, entre quienes se encontraba el embajador de Chile en Naciones Unidas en 1948, Hernán Santa Cruz, quien impulsó con especial fuerza el reconocimiento de los derechos económicos, sociales y culturales. El hecho de que éstos hayan sido incorporados y garantizados por el Derecho Internacional de los Derechos Humanos es en gran medida gracias a su aporte en la comisión redactora.
[cita tipo=»destaque»]La discusión sobre el respeto al derecho a migrar, se encuentra enmarcada por un contexto de aumento de la migración desde países que están atravesando profundas crisis humanitarias y Estados que no han tenido la capacidad de garantizar a las personas, que habitan sus territorios condiciones de vida digna. Es así que, en la mayoría de las veces, el impulso migratorio está determinado por personas, familias y comunidades que buscan una vida mejor. En nuestro país, hemos recibido migrantes provenientes de diferentes países, por ejemplo Colombia, Venezuela, Perú y Haití. Las mujeres, hombres, niños, niñas y adolescentes que migran hacia Chile buscan vivir en condiciones de vida dignas y se enfrentan a diario a la explotación laboral, hacinamiento, pero sobre todo a prácticas racistas y discriminatorias, que encuentra sustento en un enfoque de seguridad y no de derechos, el que, aún sin intención, generan en la ciudadanía cuestionamientos sobre sus derechos y su dignidad.[/cita]
La Declaración Universal consta de 30 artículos, dentro de los cuales se encuentra el artículo 13 que establece lo siguiente:
La discusión sobre el respeto al derecho a migrar, se encuentra enmarcada por un contexto de aumento de la migración desde países que están atravesando profundas crisis humanitarias y Estados que no han tenido la capacidad de garantizar a las personas, que habitan sus territorios condiciones de vida digna. Es así que, en la mayoría de las veces, el impulso migratorio está determinado por personas, familias y comunidades que buscan una vida mejor. En nuestro país, hemos recibido migrantes provenientes de diferentes países, por ejemplo Colombia, Venezuela, Perú y Haití. Las mujeres, hombres, niños, niñas y adolescentes que migran hacia Chile buscan vivir en condiciones de vida dignas y se enfrentan a diario a la explotación laboral, hacinamiento, pero sobre todo a prácticas racistas y discriminatorias, que encuentra sustento en un enfoque de seguridad y no de derechos, el que, aún sin intención, generan en la ciudadanía cuestionamientos sobre sus derechos y su dignidad.
Chile tiene una larga tradición de respeto y promoción de derechos humanos. Como todos los países del mundo, no ha estado exento de episodios de vulneraciones masivas, pero hemos luchado por recuperar y fortalecer la democracia y por consolidar una comunidad internacional sustentada sobre principios de reconocimiento de la dignidad de las personas. Fuimos parte activa de la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos hace 70 años y hoy debemos participar en la defensa de los derechos consagrados en ella. Quienes trabajamos en derechos humanos debemos defender que migrar es un derecho y promover que los Estados cumplan su obligación de establecer marcos regulatorios adecuados a los estándares internacionales de igualdad y no discriminación, velando siempre por la dignidad y la vida de las personas que habitan el territorio. Debemos recordar que en situaciones críticas y doloras de nuestra historia reciente, no fueron pocos los y las compatriotas obligadas a abandonar el país para preservar la propia vida y la de sus familias. Migrantes, a fin de cuentas, podemos ser todos.