La apelación a la nación y al pueblo se ha vuelto una retórica persistente en los llamados nuevos populismos de derecha. Au nom du peuple! fue el eslogan de Jean Marie Le Pen en su campaña presidencial francesa. Y también lo fue en la campaña de Trump.
Lo que se suponía era una apropiación conceptual más propia de las izquierdas, sobre todo las revolucionarias, se ha vuelto el eje discursivo de una derecha más dura, nacionalista, anti globalista y con claras pretensiones populares. Porque los populismos, sean de derecha o izquierda, se conforman como una reacción contra las élites no solo locales sino también globalizadas.
Más allá de examinar por qué los sectores de derecha más duros han visto con buenos ojos recoger las pulsiones populares, muchas de ellas anti sistémicas, o si el auge del populismo se potenció por el alejamiento, indiferencia y desprecio de la izquierda con respecto a los sectores medios y populares, la pregunta que nos debería preocupar es: ¿y qué pasa con los liberales en medio de esto?
[cita tipo=»destaque»]El liberalismo ha tenido su más grande victoria en la consecución y materialización de las democracias, donde el imperio de la ley, el estado de derecho y el respeto al individuo han sido banderas que las comunidades han respetado durante décadas. Pero este legado se ha puesto en duda por los movimientos populistas y ahora es papel de quienes vindican el liberalismo ver de qué lado están. Esta interpelación no es antojadiza ni para llevarlos a la hoguera, sino porque la esencia y propósito de los populismos es la crítica del establishment, a la representación política, a las instituciones, al sistema político y a todo esbozo que no represente “fielmente” las pulsiones del pueblo.[/cita]
El liberalismo ha tenido su más grande victoria en la consecución y materialización de las democracias, donde el imperio de la ley, el estado de derecho y el respeto al individuo han sido banderas que las comunidades han respetado durante décadas. Pero este legado se ha puesto en duda por los movimientos populistas y ahora es papel de quienes vindican el liberalismo ver de qué lado están. Esta interpelación no es antojadiza ni para llevarlos a la hoguera, sino porque la esencia y propósito de los populismos es la crítica del establishment, a la representación política, a las instituciones, al sistema político y a todo esbozo que no represente “fielmente” las pulsiones del pueblo.
En suma, la crítica populista a la representación política es también una crítica directa a la democracia liberal, tal cual la conocemos. Es esta crítica, que se suma a la enarbolada por las izquierdas nostálgicas del socialismo real, la que debiese interpelar a un gran sector liberal que se ha visto cómodo en este nuevo discurso, el cual –me aventuro- más que identificarse con valores liberales, son más bien contrarios a la estructura política y propósito social que representa la izquierda y que, desprovistos de una utopía liberal, se encauzan, cual efecto rebote, al otro extremo de quienes desprecian, utilizando las pulsiones del pueblo para legitimarse y reprochar a la democracia sus falencias. Todo en nombre del pueblo.