¿Qué es más grave? ¿Un novel diputado que celebra una polera que recuerda el homicidio de uno de los intelectuales de la dictadura, o un Presidente que marca su segundo periodo apoyando la figuración internacional de un Estado genocida? ¿No apoya Piñera los homicidios de cientos de niños en Gaza en cada abrazo y sonrisa para la cámara junto al primer ministro israelí? ¿No apoya, en cierta forma, el homicidio de Camilo Catrillanca, al no destituir a su primo, primer responsable político de su muerte?
La vocera de los empresarios agrícolas Malleco-Victoria, María Naveillán, sostuvo en un medio de comunicación, el 3 de enero recién pasado, que “la muerte de Camilo Catrillanca no fue un homicidio, ya que el joven comunero participó en un robo de vehículos antes del operativo”.
Esta vocera ¿sabe más que los órganos colegiados del Estado en que se invierten cientos de millones para investigación y prevenir delitos? ¿Y si es así, por qué no entregó la información al tribunal de justicia?
Lo más llamativo es que parece que quiere justificar el asesinato de un inocente. Para el sector que ella representa no existe el Estado de Derecho entonces, en el entendido que nadie es culpable hasta que se acredite lo contrario. Para ellos una persona mapuche es culpable hasta que se acredite lo contrario. Peor aún, una persona solo por ser acusada por otra de robo, puede merecer la muerte.
Es grave esto, porque uno podría reflexionar que, según su postura, sería válido disparar y matar sin debido proceso, sin juicio justo, a acusados de ser actores intelectuales, encubridores y cómplices, por ejemplo, del homicidio de miles de personas inocentes en dictadura. Lo que muchos podrían pensar del homicidio de Jaime Guzmán, por ejemplo, sin darse vueltas de carnero. Ese sería un “homicidio bueno”, según la línea de pensamiento de la Sra. Naveillán.
Me niego profundamente a creer que la violencia y el asesinato de personas de cualquier origen, tendencia política o condición social, sea la solución que estos tiempos de la historia reclaman. Me niego rotundamente a aceptar la violencia como el camino a la justicia y la paz, ya que éstas deben ser el camino, no el fin. A pesar de que un sector político y económico minoritario, pero poderoso, crea lo contrario, según sus declaraciones públicas expresan.
Sostengo lo anterior reconociendo que mi pueblo sí tuvo alguna vez razones para apoyar una muerte. Dejando claro que eran otros tiempos y en un contexto de guerra defensiva, recordemos el discurso de Pelantaro: “Valdivia dijo cortadles a todos la mano derecha y las narices y soltadles para que su pueblo se aterre y se someta”. Ante esta realidad brutal ¿qué había que hacer? ¿dejar que los maten o defenderse? Por ello es un orgullo para el Pueblo Mapuche el Triunfo de Kuralaba en 1598 (que conmemoramos todos los 23 de diciembre) donde cayó también el gobernador de Chile, Oñez de Loyola.
Casi 500 años más tarde, muchos agradecemos y reconocemos que más de 1.5 millones de mapuche elijan la no violencia, la paz y el diálogo, mientras el Estado nos responde con represión, militarización y encarcelamiento a nuestra justa solicitud de históricas demandas.
Nosotros ya entendimos que la época de apoyar homicidios quedó atrás hace siglos…