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Recoletras o la importancia de transitar del valor “popular” al valor “público” del libro Opinión

Recoletras o la importancia de transitar del valor “popular” al valor “público” del libro

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Andrés Fernández Vergara
Por : Andrés Fernández Vergara nvestigador Asociado | Centro de Sistemas Públicos Profesional de línea | Centro de Investigación para una Educación Inclusiva Ingeniería Industrial | Universidad de Chile
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La iniciativa de librería popular Recoletras que el alcalde Daniel Jadue inauguró la semana pasada demuestra un interés por el fomento, el acceso y la democratización del libro, como él mismo propone. Para materializarla, instauró un punto de venta al que las familias de la comuna han accedido de manera masiva y entusiasta para adquirir libros.

Aunque aplaudida, es difícil que la iniciativa logre su propósito de democratización del libro, pues apela a un valor popular y no a un valor público. Distinguimos un valor popular de uno público pues el primero apela a una suma de las valoraciones individuales, muy ligado al interés económico de cada uno y las disposiciones a pagar; y el segundo apela a aquel interés de la esfera pública, de todos como sociedad, en el presente y el futuro. Es popular regalar dulces, pero es público reconocer que tanto dulce genera problemas de salud.

El libro es un objeto de naturaleza dual: tiene un componente económico (se compra y se vende) y tiene un componente simbólico (representa la expresión cultural a través de las letras). Es casi intuitivo relacionar cada componente a uno de los valores descritos: el componente económico deriva en un valor popular, pues si el libro es más barato todo el mundo querrá comprarlo, y el componente simbólico deriva en un valor público, pues existe el deber de conservar el libro como patrimonio (pensemos en todas las iniciativas que rememoran a Neruda, Mistral, Parra, entre otros).

Hecha esta distinción, también vale la pena tener en mente que hay un propósito ulterior escondido dentro del libro, la lectura. El valor principal del libro no es ornamental, sino que reside en su lectura. Esto no es novedad en el mundo del libro, las grandes iniciativas llevan ambos temas en su nombre (Política Nacional de la Lectura y el Libro, Observatorio de la Lectura y el Libro, etc.). Se ha evidenciado que la lectura favorece la vida de un país, fortaleciendo el pensamiento crítico, promoviendo una ciudadanía activa y participativa, y aumentando el bienestar de los ciudadanos, a través de la experiencia del libro.

Al pensar en la lectura, es rápida una primera duda respecto a Recoletras: ¿se están leyendo los libros comprados? Cuando el componente económico del libro es el que prima, como sucede en Chile desde los años ’70 de acuerdo con numerosos estudios, pueden darse dos fenómenos que atentan contra la lectura y su democratización. Un fenómeno es que los libros comprados en Recoletras se estén revendiendo, sospecha justificada por un lado en la diferencia de precios, que es suficientemente alta como para ser un buen incentivo, y por otro lado en que es fácil acceder al comercio informal en Santiago. Un segundo fenómeno, bajo el mismo prisma del componente económico, es que los libros se estén comprando a montones, pero no se lleguen a leer nunca (un poco el efecto cyber Monday o black friday, donde se compran productos motivados por las cuantiosas ofertas, y que luego quedan botados). Un efecto negativo de esto es que sin percibir el beneficio de la lectura, se estarán inflando las (paupérrimas) estadísticas del libro: aumenta el consumo de libros en compras y aumenta el número de libros en el hogar. Estos fenómenos, derivados de una valoración popular del libro, porque “está barato”, atentan contra el valor público que se produce de la lectura y del adecuado uso del libro.

La Política Nacional de la Lectura y el Libro (PNLL) fue una iniciativa diseñada participativamente, con mesas de trabajo de diversos actores del mundo del libro en todo Chile. Esta política instaura y oficializa la noción de un ecosistema del libro en Chile (pág. 6), donde todos sus actores y sus partes se relacionan entre sí, con el propósito de generar un mayor acceso a la lectura y el libro. Cuando la iniciativa Recoletras vende libros más baratos, a través de una subvención del municipio, le está haciendo daño al ecosistema del libro y a sus actores. La municipalidad financia los costos fijos de Recoletras (local, vendedor, logísticas de transporte, etc.) y le permite poner precios más baratos, lo que está lejos de ser una fórmula mágica replicable por librerías independientes. Es más, se parece a lo que grandes cadenas multinacionales hacen en sus librerías: venden libros a precios más baratos, a través de subvenciones cruzadas de los libros de venta segura (best-sellers, llamados también “sandías caladas”) o de negocios alternativos (son parte de grandes holdings).

Al poner precios bajos, Recoletras está depredando a librerías independientes más pequeñas que no pueden competir con esos precios, y está dañando al ecosistema. Las librerías independientes, parte importante del ecosistema, son las que aportan con diversidad política y cultural a la industria (basta con ponerse a pensar de dónde surgen los Lemebel, los Maturana y los Bolaños). Además, al matar la diversidad de actores, Recoletras estaría monopolizando la decisión de oferta de libros en la comuna, y no hay que perder de vista que, como todo actor del sistema, el municipio tiene un color político muy claramente definido. La fórmula de subvención no es replicable ni sostenible por las librerías independientes, lo que merma el valor público de la diversidad democrática y cultural, y su sostenibilidad en el tiempo.

Finalmente, y a modo de propuesta, quisiera poner tres aspectos sobre la mesa. El primero es mencionar que existen discusiones políticas sobre el libro y la lectura en Chile, a través del Consejo, de la PNLL, entre otras. Si el alcalde Jadue y el municipio desean fomentar democráticamente el libro y la lectura, pueden y debiesen convertirse en un actor político que impulse la discusión de medidas sistémicas de fomento al libro, como lo son el precio fijo, la exención del IVA, la gestión de ventas, las tarifas diferenciadas de envío, las cuotas en compras públicas, etc. De esta manera se hace más robusto el ecosistema del libro y su democracia.

En segundo lugar, propongo considerar alternativas más sistémicas de acceso al libro, utilizando mecanismos similares a las subvenciones (que pueden volverse concursables, por ejemplo). Esto es, apoyando a librerías independientes y locales de la comuna, en vez de empujarlas al cierre. Fortalecer las librerías puede incurrir en un círculo virtuoso: se genera emprendimiento, empleo y sostenibilidad para las familias de la comuna, mantiene la diversidad política y cultural de la comuna, y podría permitir el ingreso de talentos nuevos al ecosistema. Reitero que las librerías independientes, junto con las editoriales independientes, son el único espacio que los escritores nuevos tienen para ser descubiertos. Además de todo esto, el público tendría acceso a libros más baratos, que es justamente lo que desea el municipio.

En tercer y último lugar, propongo fomentar la piedra angular de todo este asunto, que es la lectura. Ya es conocimiento general que en Chile leemos poco, y lo que leemos lo leemos mal (recordemos a Mario Waissbluth y su cruzada por aumentar la comprensión de lectura). Este problema genera repercusiones culturales, económicas (los libros se encarecen por tener que imprimir tirajes de volumen pequeño), sociales (menor bienestar),  y políticas (escasez de pensamiento crítico). La forma de luchar contra esta problemática es “generar audiencias” y fomentar la lectura. El municipio podría promover planes de lectura, apoyar a las escuelas municipales y bibliotecas populares y públicas en planes de acercamiento y mediación a la lectura. Dedicar dichos recursos al fomento de la comprensión lectora en niños y niñas puede ser una inversión con muchísimo más impacto en el largo plazo.

Robustecer el ecosistema del libro es un propósito más complejo y efectivo que una iniciativa populista de esta naturaleza, que se afirma del componente monetario y valor popular del libro, y no de su componente simbólico y valor público. Aunque siempre es positivo escuchar que hay interés de fomentar la lectura y el libro, y que se abren nuevas librerías, es importante tener en cuenta que existen valores que van más allá del interés individual y popular de los ciudadanos. Trabajar por el ecosistema del libro y sus valores públicos es avanzar hacia un país más lector, más crítico y más feliz.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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