Son diversos las razones por las cuales Gramsci aparece y reaparece, en el tiempo, en el pensamiento y en los acontecimientos políticos, utilizado para sustentar proyectos políticos muchas veces contradictorios entre sí o simplemente lejanos a lo que el filósofo sardo efectivamente escribió, esencialmente en los Cuadernos de la Cárcel durante los 11 años de presidio, impuestos por la dictadura fascista.
Una de ellas, es que Gramsci por muchos años, especialmente antes que se conocieran, ordenaran y analizarán el poderoso contenido de los Cuadernos y de las Cartas de la Cárcel, fue presentado, y de alguna manera reducido, a un símbolo de la lucha antifascista, a un héroe, a un Gramsci de todos. Los socialistas italianos, no sin razón y por muchos años, lo consideraron uno de los padres del renacimiento democrático de Italia y de las tradiciones socialistas democráticas. Los liberales, un continuador de la tradición del Resurgimiento y ya Croce lo había alabado como un filósofo capaz de interpretar lo nuevo. Gramsci y su obra fueron un punto de partida esencial en la renovación del marxismo de los años 60/70 en Europa, apareció, en el imaginario de muchos, en la propia experiencia de Salvador Allende y de la Unidad Popular en Chile, sustantivamente como el sustento ideológico, primero de la Vía Italiana al Socialismo de Togliatti y después del Eurocomunismo, que construyeron los partidos comunistas Italiano, Francés y Español, como también en la política de Berlinguer, dado que Gramsci era el cimiento de la fuerte adhesión de los intelectuales italianos al PCI, de su enorme presencia en la sociedad y del liderazgo político-moral que este partido ejerció por largos decenios en Italia.
De otra parte, diversos sectores del izquierdismo italiano e internacional han utilizado su elaboración del período del Ordine Nuovo, que Gramsci sobrepasó completamente en su elaboración de los Cuadernos, para fundar sus teorías revolucionarias, Laclau y Mouffe buscaron dar a las teorías de Gramsci una impronta posmoderna desvinculándolo del marxismo, algunos de los intelectuales de PODEMOS, que asesoraron a Chávez en Venezuela, intentaron construir un relato gramsciano sobre la “revolución bolivariana” para dotarla de algún sostén ideológico y PODEMOS mismo utiliza las categorías gramscianas transformadas en matrices simbólicas de su acción política.
Otro factor que influye en la constante deconstrucción y reconstrucción que experimenta el pensamiento de Gramsci está dado por el hecho de que su elaboración se produce en la cárcel y, por tanto, frente al riesgo de que sus escritos fueran requisados por la censura fascista, adquieren una premeditada encriptación. Gramsci, que estudió Filología, Lingüística y Filosofía, utiliza un lenguaje esopiano justamente porque sus “apuntes” no estaban destinados a ser publicados de esa forma.
Los Cuadernos de la Cárcel no son tratados escritos ordenada y sistemáticamente, son bosquejos, apuntes sobre los cuales Gramsci vuelve permanentemente y siempre con la expectativa de que estos borradores le sirvieran para profundizar sobre cada uno de la multitud de temas que en ellos trata. Él los concibe a priori como una elaboración abierta e inconclusa, susceptible a variadas revisiones y elaboraciones posteriores que su temprana muerte le impide desarrollar. De hecho, sus 29 Cuadernos de la Cárcel, a los que se agregan 4 de traducciones y apuntes parciales, son encontrados desordenados y la primera “interpretación” oficial de la documentación gramsciana es la presentación que en 1947, 10 años después de su fallecimiento, hace de las Cartas de la Cárcel, el líder del Partido Comunista Palmiro Togliatti. La editorial Einaudi publica los Cuadernos de la Cárcel en seis volúmenes entre 1948 y 1951.
Por tanto, era casi natural que la elaboración de Gramsci tuviera el destino que ha tenido: el de ser permanentemente interpretada. Ello le ha otorgado una enorme vigencia en diversas circunstancias históricas y en distintos escenarios del mundo, pero, a la vez, ha permitido que su pensamiento camine en manos de sus intérpretes con el riesgo de extraer de su obra algo que en ella no hay y con un claro detrimento de su contenido y del lugar político desde el cual él la pensaba y realizaba. El “uso” de Gramsci, es decir, el utilizar su teoría para comprender la realidad, es legítimo, pero está fuera de ello adjudicar perspectivas políticas o ideológicas que él no suscribió o que no podía suscribir por razones históricas concretas.
El punto de partida de Gramsci es la temprana comprensión que la estrategia revolucionaria de los primeros decenios del siglo en Occidente había fracasado, que la Revolución de Octubre no podía ser un modelo trasladado al resto del mundo y que ella misma presentaba signos crecientes y definitivos de “cesarismo regresivo”, que el fascismo no era un episodio en la historia de Italia sino un régimen de masas y que, como el mismo lo señaló, había que comenzar de nuevo y en otro lugar para diseñar la estrategia revolucionaria frente a un capitalismo occidental donde se había configurado un Estado y una sociedad civil completamente nueva respecto del oriente soviético y del que había conocido Marx para su elaboración y donde, además, como él lo advertía claramente, la economía capitalista moderna se encontraba en clara expansión.
Se requerían categorías nuevas y uno de los mayores aportes de Gramsci consiste justamente en la renovación del léxico de la política y del peso que otorga a las ideas, a la moral, a la cultura, a la supremacía de la política, a la subjetividad, por sobre el determinismo del economicismo, las visiones religiosas y dogmáticas, el populismo, el extremismo y la estrategia de maniobra como mecanismo para alcanzar el poder. Esta originalidad de su pensamiento y las novedades teóricas que implica su elaboración es, sin duda, el elemento más importante del porque Gramsci ha mantenido su presencia en el debate político entre dos siglos.
Gramsci, se ha dicho, ha servido a la izquierda, incluso después de la caída del “comunismo real”, para estar en la sociedad civil de manera no instrumental, para concebir como elementos de diferenciación, altos niveles de appeal ético y moral como base de la proyección política y su pensamiento y metodología ha contribuido directamente a los procesos de renovación de una parte de la izquierda en el mundo.
Sin embargo, siguiendo la propia máxima de Gramsci “la verdad es siempre revolucionaria” es obligatorio preguntarse si su elaboración, hasta donde el la deja, une efectivamente la idea del socialismo como objetivo con la preeminencia de la democracia liberal. Mi respuesta es que no, que Gramsci con toda la expansividad de su creación política, se propone siempre reemplazar el capitalismo y construir un Estado con una nueva hegemonía de las clases subalternas y en especial del proletariado. El Partido Príncipe es, en su visión, el Partido Revolucionario, que es la vanguardia de la creación del consenso social y el lugar de la formación de la hegemonía y ella misma, si bien es plural desde el punto de vista social, no lo es desde el punto de vista político y, por tanto, Gramsci no incorpora el valor del pluripartidismo, del pluralismo, de la representación, de la alternancia en el poder, que son elementos centrales de la democracia representativa moderna, como parte del proyecto del futuro Estado socialista.
Lo que hace Gramsci es unir filosofía y política y con ello da sustento a la creación de la hegemonía que tiene un plano estratégico, otro referido a la transición al socialismo y finalmente la idea de la superación del capitalismo por el socialismo en la historia y para lo cual reelabora las premisas culturales de occidente. Pero en ello y en esta fase no es explícita la forma como el nuevo Estado incorpora en su esencia los valores y principios de la democracia liberal como “un dato adquirido de la humanidad” del siglo XX. Es verdad que Gramsci califica de “democrática” a la hegemonía toda vez que piensa que la sociedad política (la fuerza) desaparece cuando la hegemonía logra un grado tal de consenso que da nacimiento a la “sociedad regulada” donde desaparece la función represiva del Estado al desaparecer la diferencia entre gobernante y gobernados. Gramsci, como vemos, no va mucho más allá de Marx y de su idea de la extinción del Estado al desaparecer las clases como fenómeno de poder aún en un contexto de una hegemonía ampliada. Hay una ambigüedad entre el Gramsci, que en la construcción de la hegemonía reconoce las luchas populares y las instituciones del Estado que ellas han contribuido a crear dentro del capitalismo, y aquel que describe el Estado con hegemonía de las clases subalternas y donde el aparataje político anterior no es parte del nuevo poder.
Su elaboración está anclada en una concepción clasista de la política, en la subordinación de una clase por otra como un factor determinante de la implementación de la hegemonía cultural de una mayoría que se transforma en Estado y que deberá permanentemente recrear su propia hegemonía una vez en el poder. Gramsci no fue, como algunos intentan mostrarlo, un socialdemócrata, fue siempre un líder y un pensador comunista, herético, distinto y contrario al curso del estalinismo y a la experiencia teórico y política que deviene de la Revolución de Octubre, y concebía las reformas sociales y culturales como parte de un proceso que debía terminar en el reemplazo del capitalismo y la instalación de un nuevo tipo de Estado alternativo al de la democracia liberal.
Este “limite” gramsciano tiene un tema de época: la verdadera democracia de masas, el Estado de derecho democrático, se abre después de la segunda guerra mundial y Gramsci, aún en su enorme capacidad intuitiva, no podía partir de este para elaborar su teoría sobre el Estado. Si podemos decir, que su elaboración es a contracorriente del copamiento del Estado por una sola clase y un solo partido, pero debemos atenernos a lo que él formuló aun en la provisoriedad que él da a sus escritos de la cárcel, a las cuales llama “noterelle”, significando con ello que estaban abiertas a una ulterior elaboración que el filósofo sardo no logró concluir.
Además, en Gramsci hay, como en Marx, la visión de esta filosofía como doctrina de salvación de la ilusión, del engaño del capitalismo.
Por cierto, es a partir de Gramsci y de sus categorías políticas, que van mucho más allá de la propia elaboración de Marx y del marxismo, que constituyen otro pensamiento, otra elaboración, inspirada en Marx pero distinta a la de Marx, a las cuales se puede también hoy recurrir para ampliar la democracia, las libertades, el respeto a los derechos humanos, como valores universales, como datos adquiridos de la civilización sobre los cuales construir incluso un proyecto de una sociedad distinta a la capitalista. Pero ello, y hay que tenerlo claro incluso entre los que amamos la figura ética y política de Gramsci, es “ Gramsci aldila di Gramsci”, es otra y ulterior creación filosófica, que puede partir de las categorías y del léxico gramsciano, de su metodología de investigación, de su enorme aporte a la sociología del conocimiento, en tanto conciencia crítica, a la antropología, a la filosofía y a la política. Es solo esta forma, creo, que se puede hablar hoy de la vigencia de Antonio Gramsci.
A Gramsci, por tanto, se le debe tratar como a un clásico de la política, sin pretender encontrar en su elaboración un conjunto de recetas que sirven para cada ocasión y su pensamiento debe ser ubicado en la perspectiva epistemológica de la tradición ilustrada de la modernidad donde la subjetividad, la conciencia humana es el terreno donde se debe construir el liderazgo, la conducción, la dirección más que el dominio, la hegemonía, entendida como la revolución de las ideas y de la moral, la autonomía colectiva y la libertad, como condiciones para hacer avanzar el proyecto de una nueva sociedad. Hay que recordar, que un clásico, en todos los campos y especialmente en el plano de la subjetividad, es aquel cuyo proyecto ya no se pude aplicar pero de cuyo bagaje, como aporte sustantivo al progreso del conocimiento, no podemos prescindir. Eso ocurre con Gramsci y de allí el enorme valor de su elaboración.