Durante la década que va de 1920 a 1930 Chile experimentó una feroz crisis económica y política que causó el empobrecimiento agudo y profundo de la sociedad, con evidentes mayores daños en la clase trabajadora. La salida económica transitó -inevitablemente- por el cierre de la economía abierta que venía desde la década de 1830 y la adopción de una economía semi autarquica y dirigida politicamente, ahora en su modalidad de sustitución de importaciones, reemplazándo los bienes importados por copias producidas localmente, de muy mala calidad, escasas y caras, negocio del cual medró una parte de la clase con mas recursos, que administró el estado en su beneficio.
La actividad empresarial se transformó en el arte de movilizar influencias políticas y gubernamentales. Por ello cayó en el descrédito y el clientelismo. Se supuso que esa situación estatista sería transitoria, pero fue solificándose y se mantuvo sin cambios hasta la última y definitiva crisis de 1970 a 1973. Fueron 40 años de miseria y atraso, en que la clase política dirigente no supo, no pudo, ni quiso sacar adelante al país. Asi, de facto y casi sin conciencia de ello, Chile transitó desde un lógica de desarrollo liberal – conservador de propiedad privada y liberalismo económico, a otra socialista – revolucionaria con protagonismo preponderante del estado y de lucha de clases.
La crisis final estalló en 1970. El epílogo del antagonismo no se dió entre el Liberalismo y el Socialismo, sino entre dos clases de socialismo: el socialismo comunitario de la Democracia Cristiana y el socialismo marxista revolucionario de los partidos Socialista y Comunista mas la extrema izquierda del MIR y otras bandas castristas.
En el primer semestre de 1973 y como crisis típica, el proceso político estaba destruido y paralizado, los actores políticos trataban desesperadamente de reagruparse y recuperar la legitimidad. El descontento, la inestabilidad institucional, el hambre y el caos social estaban fuera de control y Allende cometió el peor error que podía cometer: obligó a las FFAA a participar políticamente en su régimen en agonía y las incorporó institucionalmente a su facción política, mientras parte de sus aliados se preparaban para el asalto armado al poder. Eran pocas las fuerzas políticas que quedaban en pié, entre ellas las FFAA y grupos revolucionarios de ultra izquierda
El siguiente y ultimo paso fue el rechazo de las FFAA a jugar el rol impuesto por Allende y a tomar el control real del poder, que de hecho el mismo Allende estaba tratando de asignarles. Seamos claros, Allende metió a los militares a su gabinete, no dudó en usar a los militares para conseguir legitimidad.
Han pasado 43 años desde esa crisis. El socialismo marxista promovido en Chile por el PC y el PS ha muerto. Su mayor ejemplo, la URRS, se transformó en un estado corrupto semi capitalista; solo quedan caricaturas de regímenes ex socialistas como Cuba, Corea del Norte, Venezuela, Nicaragua y algunos regímenes autoritarios en Africa. El socialismo ya no tiene nada que ofrecer, no tiene presente ni futuro, solo pasado. Pasado que en realidad solo interesa a quienes -en su lejana juventud- vivieron las ilusiones revolucionarias.
Estamos en septiembre de 2019, y en Chile recrudecen los análisis y revisiones del fracaso de la Unidad Popular, y sus cultores en vez de analizar sus fallos, enfocan sus energías en culpar a los que los que se hicieron cargo de la crisis y levantaron de nuevo al país. En su desvarío reclaman que el Gobierno Militar haya desmantelado el socialismo y que les haya quitado el poder que tenían, los haya excluido de sus posiciones de control del estado y que los haya derrotado tres veces consecutivas en sus intentos de retomar el poder por la fuerza con ayuda de la Unión Soviética, Alemania Oriental, Cuba y varios regímenes izquierdistas europeos, para reimplantar su régimen fracasado.
Hoy tenemos otro país, el camino seguido era el mejor disponible en esos días y talvez el único posible en el caos del 1973. Esto es política. Control, administración y uso del poder. No hay forma de plantear que el Chile de 2019 podría ser el de 1973 o de 1970, por mas reflexiones y juegos retóricos que hagan.
Los que quieran hacer filosofía, estupendo, es su derecho, pero no traten de pasarnos gato por liebre. Los que quieran seguir haciendo contabilidad, que sigan con sus demandas judiciales al estado -y recibiendo jugosas indemnizaciones- por haber sido sacados de los innumerables cargos estatales que capturaron por la fuerza y políticamente entre 1970 y 1973.
El lamento lacrimógeno de la izquierda es graficado por Carlos Peña tratando de demostrar que la democracia fue atropellada por los militares y que ese crimen debe ser recordado: “¡Como si el MMDDHH no fuera un museo sobre la democracia! Por supuesto que lo es, los principios que lo inspiran y que son los que empujan a que no olvidemos los hechos luctuosos que allí se conmemoran, son los de la democracia, la idea de que los seres humanos somos un coto vedado a la acción del Estado y que la política no se puede ejercer por cualquier medio”.
Una típica voltereta retórica de izquierda: Los estatista totales que pretendían llevar su ideología hasta la mas profunda intimidad de las personas y de la acción política total e integral sin posibilidad de vuelta atrás, serían los sujetos “de la democracia atropellada” y no los culpables de destruirla sistemáticamente en su intento de imponer su ideología que ya entonces era un fracaso definitivo e integral.
El problema es básicamente uno solo. La izquierda chilena ha quedado reducida al rol de cuidador del cementerio de sus ideas. Ideas que simplemente ya no son relevantes para la enorme mayoría del país, pero que sus cultores se niegan a aceptar su inviabilidad.
Y por eso la noche del martes 10 al miércoles 11 de septiembre de 2019 tendremos que volver a soportar el vandalismo odioso de quienes se niegan a aceptar que Chile cambió y que ese cambio revolucionario lo hicieron las FFAA de Chile.
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