Mas de una vez hemos escuchado que El Mercurio es una institución. Aun fallecido Agustín Edwards, cambios en su directorio, equipo de periodistas y administrativos, la institución informativa sigue ahí. No hay libro ni documental que la dañe ni menos la destrone. Es que, si el centenario periódico con el nombre de dios romano ha tambaleado, ha sido por razones económicas, y fue cuando la inteligencia de los Estados Unidos y Pinochet estuvieron ahí para salvarlo.
Decir “El Mercurio Miente” es un cliché que hemos tomado de la revuelta de una elite rebelde de los sesenta. Si bien una oración sencilla como esta ha sido ejemplo para clases de estudios culturales, el asunto siempre ha sido mas complejo. Nadie escapa ni al Estado, ni al mercado, ni a El Mercurio. Alguna vez escuché del periodista Fernando Paulsen contar que cuando don Volodia Teitelboim, estaba públicamente de vuelta en Chile, consiguió una entrevista con él bajo la credencial de la Revista Análisis. Aun tratándose de tal medio perseguido por la dictadura cívico-militar, el intelectual comunista los hizo esperar porque primero le daría una entrevista a El Mercurio. Doy otro ejemplo, pero ahora modesto. Los investigadores que nos creemos ser “progresistas” no dudamos mucho para dar buenas cuñas para El Mercurio, y así, de alguna manera, existir. Todo parece indicar que hay que convivir con El Mercurio y acomodar nuestras ideas de tal manera que no nos sintamos inconsecuentes al hacernos parte de sus páginas. Pero lo ocurrido (una vez más) en El Mercurio no puede dejarnos indiferentes.
El comunicado a página completa de negacionistas y defensores de la dictadura cívico-militar nos ha recordado nuevamente el poder de la institución Edwards. Sin usar medios subliminales, disimulados o en rincones menos leídos como son las editoriales, el 11 de septiembre de 2019 se ningunearon dos informes oficiales de Estado como el informe Rettig o Valech. Y esto es lo básico. Considerar la ofensa que dicho aviso significa para la memoria y el dolor de las víctimas de la dictadura cívico-militar es para ciertas personas de derecha actuar con una auto atribuida superioridad moral. Pero se trata de un club de obcecados con dinero basureando lo que ha costado construir (ganando y cediendo) en materia de derechos humanos en Chile. Y hoy, como siempre, una institución como El Mercurio ha dado muestras de la disposición a renovar sus votos de sedición.
Es por eso que en un acto de profundo cuestionamiento me pregunto si aún se puede ser contrario a legislar para sancionar la apología a la violación de derechos humanos para, supuestamente, no combatir el fascismo con fascismo. Pero además, en un acto riesgosamente injusto me pregunto si el otro lado del duopolio informativo hubiese resistido a ceder a tal compra de avisaje. Es que parece que, atentando a la verdad histórica y a la ansiada cohesión en Chile, el que paga miente.