Opinión
El problema es que en Chile la política tradicional se encuentra absolutamente desenfocada para abordar la crisis, en la medida que recurre más bien a esquemas del pasado, dictados aún por el paradigma de la Guerra Fría.
La emergencia climática va a situarse inevitablemente en la agenda comunicacional de nuestro país durante el último trimestre del año. A partir de los compromisos contraídos por el presidente Piñera en la Cumbre del Clima de Nueva York hasta la conferencia mundial COP 25, a realizarse en Santiago en diciembre próximo, el tema va a ser recurrente.
El problema es que en Chile la política tradicional se encuentra absolutamente desenfocada para abordar la crisis, en la medida que recurre más bien a esquemas del pasado, dictados aún por el paradigma de la Guerra Fría.
Desde la derecha más dura se critica despiadadamente a los voceros que encabezan las protestas ambientalistas, como la adolescente sueca Greta Thunberg. La crisis es atribuida a una supuesta conspiración “globalista”, manejada por turbios intereses de la izquierda anclada en la ONU.
Las fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda tampoco encuentra respuestas adecuadas y centran sus críticas en las insuficiencias mostradas por el gobierno para enfrentar la crisis ambiental, transformando el tema más bien en una escaramuza local.
En los hechos, quienes llevan la voz cantante en la materia son organizaciones ambientalistas como Greenpeace, representantes de instituciones académicas e incipientemente los movimientos sociales.
Pero el involucramiento de éstos va a aumentar necesariamente en los próximos meses y ello marcará una señal de alerta para el mundo político: después de la COP 25 el paradigma de la emergencia climática va a quedar instalado comunicacionalmente en Chile y va a influir en el devenir político de los próximos dos años, caracterizados por contiendas electorales.
