Desde hace más de medio siglo -y probablemente deberíamos datarlo a partir de los sistemas de producción industrial (1800)- se ha sumado un grito preocupante: el de la tierra. En América Latina son varios los autores y autoras que nos alertan y ayudan a mirar con lucidez la crisis socio-ambiental actual. Uno de ellos es el teólogo Leonardo Boff, destacado pensador brasilero y prolífico autor, que nos ha visitado varias veces en nuestro país. Para Boff la situación es catastrófica. Sin embargo y dada su fe cristiana, la esperanza se mantiene firme e incontestable. La ecología política, la justicia ecológica, las luchas medioambientales, la emergencia climática y todas las iniciativas de la sociedad civil (reciclaje, alimentación, desechos, educación ambiental, intervenciones artísticas, organización popular…) nos ayudan a luchar contra este titán. Sin embargo, hay un par de discusiones que nos hacen falta. Una de ellas tiene que ver con un radical cuestionamiento del sistema capitalista neoliberal. La segunda, con las nuevas formas de coexistencia necesarias para no repetir la hecatombe.
Lo primero debe alertarnos respecto de la economía, de la forma en que hemos desarrollado y organizado el trabajo, los medios de producción, las premisas con las cuales pensamos el progreso, etc. De ello hay diagnósticos críticos. Pareciera que esas discusiones, muchas veces entre intelectuales, no llegan a permear la vida cotidiana de la sociedad. ¿De qué nos sirven grandes y profundas discusiones si las familias de las quebradas de Valparaíso siguen viviendo en la pobreza e inseguridad? ¿Qué se espera del debate en torno al desarrollo sustentable, si ni siquiera sabemos lo que queremos desarrollar? ¿Hasta cuándo vivimos como si todo dependiera del empleo y la seguridad, mientras la crisis hídrica se agudiza de forma alarmante y territorios confinados al sacrificio humano continúan acentuándose?
[cita tipo=»destaque»]Urge narrar la crisis de otra forma, de manera no paralizante y sí provocadora de acciones y movilizaciones ciudadanas concretas, ágiles y permanentes. La conciencia de un ecocidio debe generar un “trauma catalizador” de políticas públicas y transformaciones responsables respecto del medioambiente.[/cita]
Boff no cae en la ingenuidad de los parches. Nos invita a pensar y detenernos en la herida. Si estamos en guerra contra la naturaleza, es necesario entonces pensar e imaginar escenarios en donde la relación no sea tal. Ello implica pensar lo humano. El lugar de los humanos en el mundo, la praxis social y política, y la vida en sociedad. Implica pensar en la relación profunda que hoy está herida y genera zonas de sacrificio, privatizaciones de bienes comunes (como el agua), prácticas injustas, deshumanización, miseria, enfermedades por contaminación, entre otras cosas. ¿Cómo pensar otros escenarios posibles? ¿Cómo no realizar todos los esfuerzos necesarios para realmente buscar las alternativas urgentes? Esto no es un trabajo sólo para algunos.
Boff habla de generar una “nueva alianza” con el planeta. Y de soñar y comenzar entre todos la construcción de una “democracia eco-social planetaria”. Cuando oímos esto, podemos creer que aún hablamos de ficciones, de conceptos salidos de literatura fantástica. Pero no, justamente se trata de atrevernos a pensar lo impensado. Porque lo que hace poco parecía imposible es lo que estamos viviendo como civilización. El grito ecológico exige una nueva cosmovisión, una nueva sociedad, una nueva alianza con la naturaleza que somos, una nueva autoconciencia de lo humano. Esa “nueva alianza” no es otra cosa que reconstruir el vínculo con lo que nos rodea. Vivimos vidas desarticuladas, desmembradas, des-ligadas. Y se nos habla de re-ligar, volver a aquello que nos humana y hermana.
Una de las propuestas éticas que se nos imponen tiene que ver con la “ética del cuidado”. El cuidado puede y debe permearlo todo: nuestras relaciones sociales y medioambientales. Es prevención, precaución, protección (las “tres P”). ¿Cómo comenzar a aplicar y asumir prácticas referentes al cuidado? ¿Cómo pensar la política como la administración del cuidado necesario entre los ciudadanos y con la tierra? ¿De qué formas el cuidado puede contribuir al urgente pacto eco-social?
Pascal se preguntaba ¿qué es el hombre en la naturaleza? Y respondía: “Una nada respecto del infinito, un todo respecto a la nada, un punto medio entre la nada y el todo. Igualmente, incapaz de ver la nada de que ha salido y el infinito en el que está inmerso”. Allí estamos, allí nos encontramos; en ese infinito que frente al todo parece nada. Invitados a redescubrir el valor de la admiración por el otro y por la naturaleza, el valor de la reverencia y de la confianza; la fuerza del cariño y la compasión.
Urge narrar la crisis de otra forma, de manera no paralizante y sí provocadora de acciones y movilizaciones ciudadanas concretas, ágiles y permanentes. La conciencia de un ecocidio debe generar un “trauma catalizador” de políticas públicas y transformaciones responsables respecto del medioambiente.
La ética del cuidado socio-ambiental nos sitúa en responsabilidad frente al desastre irreparable y nos permite ver el estado de degradación de lo no-humano.
Para Boff la dimensión espiritual es fundamental, consiste en reencontrarnos y redescubrir una cierta veneración respecto de la naturaleza, un profundo asombro y fascinación. Sin embargo, nuestros tiempos nos exigen e invitan a restaurar una referencia trascendental del mundo, sin postular fundaciones metafísicas o meramente teológicas.
La pregunta pertinente es ¿Cómo analizar y debatir sobre lo que aún no conocemos? ¿Cómo generar políticas públicas de lo que ignoramos? Sin duda es posible, en la medida en que asumamos la urgencia y emergencia actual y en que acojamos las “tres P” de la ética del cuidado ecológico: protección, prevención y precaución. Es interesante y relevante comenzar a adquirir una nueva conciencia planetaria en tiempos de crisis. A eso nos referíamos con “otras maneras de narrar el presente degradado”. Narrativas, lenguajes, historias, que nos permitan acoger e incorporar lo tóxico, lo desagradable, los límites, la extinción de especies, lo irrespirable y la pérdida. No por un afán masoquista o negativista, sino porque ese es el mundo. Allí seguimos decidiendo permanecer y vivir. No en mitos verdes o nostalgias de edenes perdidos. Este mundo incómodo y crítico -que grita quejándose- es el que en cada mañana escogemos vivir, amar y esperar.