Las nuevas y mejores condiciones materiales, mostrándose apetecibles, tientan a hacer algo que no conviene hacer, a tomar algo que no conviene tomar: a lo excesivo. Así, lo razonable, que solo puede ser definido por el sujeto, por su propio buen juicio, se degrada en ansia desaforada; en veneno, en basura. Es preciso construir una cultura que, poniendo al centro el deseo, coloca también en el centro el autocontrol (Moulian, 1998) Este debe entenderse como la determinación del límite; por límite, el punto concreto, material, perceptible, en que la producción de cosas acarrea perjuicio.
Daño es el perjuicio moral y biológico que sufre el ser humano a causa de la agresividad competitiva y de las perturbaciones ambientales que desatan una cultura centrada en la obtención voraz de la máxima ganancia. El daño es una situación de la que no escapa nadie. Tampoco las clases en pugna. La lucha de éstas puede llevar al hundimiento de la sociedad entera, si la de los explotados no disciernen entre el trabajo que merece ser hecho y el que le asigna la relación de producción que produce veneno.
Sujeto político es cualquier individuo de la especie humana que decida actuar de inmediato contra el daño (Marx-Engels). La inmediatez distingue a este sujeto político del “ciudadano” que debe esperar la mediación del Estado para actuar, lo que supone demora. Su utilidad y la de sus representantes se manifiestan cuando operan como portavoces del sujeto político en lucha.
La inmediatez es por la gravedad del daño, por la magnitud del peligro. La relación actual entre la especie humana y la naturaleza es la de una sociedad industrial que hiere a la naturaleza, la explota sin límites, con arrogancia y soberbia y la de una naturaleza que responde con desórdenes que ya afectan a la salud misma de la especie (von Wright, 1996). A esta venganza, la sociedad ofrece una defensa débil y desconcertada que se explica, más que por deficiencias técnicas, por la fragilidad moral que sigue a la ausencia de valores solidarios.
El género humano ha dejado de ser una idea abstracta para convertirse en una sociedad concreta, unida, para mal o para bien, por un destino común (Torreti, 1971). Este puede consistir en la aniquilación general por conflagración atómica o por el envenenamiento del ambiente o bien, en nuevas y mejores condiciones materiales de vida para todos. No parece verosímil que la especie humana, por esquivar la primera alternativa, renuncien a toda la civilización industrial que, a su vez, nos tienta con la segunda. Los términos de esta elección no son independientes el uno del otro.
Las nuevas y mejores condiciones materiales, mostrándose apetecibles, tientan a hacer algo que no conviene hacer, a tomar algo que no conviene tomar: a lo excesivo. Así, lo razonable, que solo puede ser definido por el sujeto, por su propio buen juicio, se degrada en ansia desaforada; en veneno, en basura. Es preciso construir una cultura que, poniendo al centro el deseo, coloca también en el centro el autocontrol (Moulian, 1998) Este debe entenderse como la determinación del límite; por límite, el punto concreto, material, perceptible, en que la producción de cosas acarrea perjuicio.
No basta la percepción acrítica del daño; la comprobación puramente sanitaria por parte de ‘los entendidos’ de una “anormalidad” que es con frecuencia de larga data; las mediciones perezosas rutinarias. El individuo doméstico siente dentro de su propia casa el desperdicio: montones de basura. Los echa fuera, enojo contra la autoridad que no la retira. Pero aguanta, como la mayoría. Se ensaya el reciclaje. Un acto higiénico que ya es una crítica primaria; el sujeto distingue entre lo necesario y el exceso, y elimina el exceso. Pero, también como la mayoría, encarga a un tercero su eliminación. Lo normal es el aguante, soportar con enojo, pero sin oponerse, dejando que las cosas malas, sigan su curso.
Pero hay quienes no: chocan, contra la autoridad, contra la empresa, contra los vecinos, incluso. Generan un conflicto que no tiene un adversario, sino múltiples agresiones simultáneas e innumerables orígenes. Están cercados y deben defender todo el cerco al mismo tiempo. Si la agresión es multiforme, su fuerza propia deber ser también multiforme, plurivalente. Esta es su capacidad o fuerza de trabajo, su cuerpo activo. Puede trabajar como resistencia atravesándose en los caminos del dañador; puede también limpiar, reparar; y cuando la oposición es demasiada, puede pedir socorro a sus iguales. Entre varios, romper resulta posible.
El sujeto, ahora político y transformador, adhiere, consciente o inconscientemente, a la regularidad histórica de que cada vez que los necesitados deben superar carencias inaplazables desentendidas por la sociedad, recurren a la realización autónoma e inmediata de su capacidad de trabajo, reproduciendo así sus vidas, no sólo de manera primaria, sino también con dignidad y belleza: a cada mal, un trabajo asociado; a la enfermedad, asociaciones de socorro mutuo; a la explotación, sociedades y federaciones de resistencia; a la inmoralidad y vicios, su propia educación y crítica a la religión que no entrega moral; a las amarguras, sociedades de recreo. (Recabarren, 2010)
Se trata de una estructura que sostiene todos los primeros movimientos de reivindicación obrera: utopismos, anarquismos, cooperativismos, etc. Pero la multiplicidad de facetas se verá reducida y homogeneizada por el binomio partido-sindicato. Llegado el momento de enfrentar política y socialmente al fascismo, la derrota obrera se explicará en buena medida por la ausencia de las concepciones utopistas del trabajo propuestas por Fourier (Benjamin, 2009). Estas, al concebir el esfuerzo humano como una cooperación con el desarrollo propio de la naturaleza, y no como su explotación ilimitada – sustraían al trabajo de una estructura de supremacía tecnocrática, que resultaría más útil al proyecto bélico fascista que a cualquier esfuerzo democratizador.
Gabriel Salazar (2012) comprueba que la presencia de la estructura básica antes mencionada logra que sucesos tan diversos como el bandidaje popular y las sociedades mutuales operen como antecedente de identidades de creciente autonomía cultural y fuerte consistencia histórica. Las sociedades mutuales, por ejemplo, no surgieron para inaugurar la lucha sindical, sino “para ir modelando una propuesta construída en su propia vida“. Desarrollan un trabajo creativo que les permite configurar un modelo de acción comunitaria que se fue proyectando hasta devenir, hacia 1918, en un poder social con capacidad de acción constituyente.
El modelo de acción comunitaria, ha sobrevivido a todos los derrumbes. Hoy pueden llamarse neonarodnismo, ecologismo de los pobres, neo-anarquismo, consumismos libertarios, autonomismo, etc. Bajo uno y otro nombre, el principio de resistencia y socorro mutuo.
La forma práctica que toma hoy el modelo comunitario es el experimento: el cambio que expresa la vida cotidiana cuando se introduce en ella el valor de la solidaridad, de la autoayuda y el socorro mutuo, sobre todo “con mucho trabajo manual“. Primero el alimento: ¿qué se va a comer en el invierno? (Mellado, 2009). En un mural se podía leer hace poco: “llegará el día en que te des cuenta que no puedes comer billetes“. Hay que pensar como si ya estuviéramos en ese día – preparados. Atender a la agricultura, ya sea campesina o urbana. Cada día se sabe más de huertos familiares, de barrio, de permacultura, etc. Todas ellas experiencias de solidaridad manual, que sirven, además, para combatir el miedo. Maturana (1994) define el miedo como un espacio de sucesos sin acciones posibles. Hay mil acciones posibles y cada vez son más las que culminan en práctica habitual. A más acciones, menos miedo.
No se puede renunciar de golpe a toda la civilización industrial. Pero sí es posible, juntando las resistencias que ya existen, instalar reflexiones que hasta ahora se evaden. Lo que se logre abrirá caminos hacia una manera distinta de organizarnos. Se pueden considerar fundamentales las siguientes direcciones: una pausa tecnológica, una consideración de la historia natural y la reflexión política.
Una pausa tecnológica. Maturana (1994): «pero no ahora». A la larga, es bueno conocer todos los problemas relacionados con la fertilización y la implantación del óvulo en la especie humana. Pero no ahora, cuando van a ser usados de manera mercantil. Bunge (1983): “La tecnología tiene que ser más conservadora que la ciencia“. Los escándalos de los medicamentos mutagénicos de los años 60 pueden repetirse si el paso de la investigación pura a la aplicada y de ésta a la producción, se efectúa con la sola regulación de la rapidez, propia de la tecnología.
La historia natural. El problema lo expone Sebald (2007): “Entre Historia e Historia Natural“. Podemos preguntarnos cuándo la historia natural puede predominar sobre la humana. Con seguridad, en los momentos de las más graves catástrofes, cuando seres de nuestra especie son aniquilados. Pero los relatos recopilados por Sebald se refieren a una situación específica: la destrucción total e innecesaria de ciudades alemanas de ninguna importancia, cuando el fin de la II Guerra Mundial era ya inminente. En el momento de la aniquilación, los sobrevivientes no saben de verdad qué ha pasado. Recurren a automatismos patéticos: la encargada del cine destruido sólo atina a pensar en el programa que debe exhibir a las 2 de la tarde, como todos los domingos. En esos instantes no se puede saber aún qué especie resultará la dominante después de la catástrofe: si la humana, estupefacta, que no sabe qué decir o hacer, o alguna de las más repulsivas de la escala de lo vivo, que la historia natural ya ha diseminado.
¿Por qué se destruye lo que ya no tiene importancia? ¿Por qué se mata a quien ya no puede matar?. No por locura. O no, al menos, por una locura corriente. En medio de toda esa sinrazón, operaba en su extremo la racionalidad del capitalismo que fabrica: todo lo producido debe consumirse. Un general estadounidense de brigada aérea dijo: “en definitiva las bombas eran mercancías costosas que no se podían lanzar sobre las montañas o en un campo abierto después de todo el esfuerzo que había costado fabricarlas“. Habría que crear una “commonwealth“ con la Naturaleza, nombrando a la Ciencia Honesta como la persona ficticia que la represente en un contrato en que nuestra especie, procurando su propia preservación, restrinja sus excesos. ¿Sueño, abuso de las palabras? Sí – pero en ningún caso locura.
Ante todo, reconocer la urgencia, establecer una correspondencia sensata entre los ritmos de cada historia. Todavía en 1949, Jaspers podía decir que la historia de la naturaleza es infinitamente lenta si se la mide por la escala humana. Los cambios de la humanidad son, por el contrario “rápidos y conscientes“(Jaspers, 1953). Ya no. Hoy los científicos serios señalan que las decisiones políticas son exasperantemente lentas frente a la rapidez insólita de los cambios naturales. Ahora sí que hacen falta cambios “rápidos y conscientes“ (Dörr, 2015)
La reflexión política. Hay que volver a examinar cuestiones viejas. El Estado, por ejemplo, al que secularmente se mira con prevención: desde el relato bíblico de Samuel hasta las teorías que piensan cómo se extinguirá. ¿Por qué Estado hoy?.
Porque así como el ciudadano y sus representantes pueden operar como altavoces del sujeto político preocupado del problema esencial de hoy – la supervivencia de la especie – es factible que el Estado sirva de multiplicador del esfuerzo autónomo. No es difícil encontrar agentes y subsistemas que, con diversos grados de verdadero interés, acepten dar importancia al problema esencial y puedan entender que el Estado se legitima cuando se asigna prioridades correspondientes a los peligros de hoy.
Si tales prioridades se establecen, el Estado puede dejar de ser un obstáculo para el desenvolvimiento del proceso de preguntas-y-respuestas que conducen hasta la verdadera raíz de la inhabilidad colectiva: el dominio del capital sobre los intercambios necesarios del mercado. Podría ser útil la proposición que sigue para la Constitución Política, artículo primero.
La finalidad primordial del Estado de NN y la justificación actual de su existencia consisten en adecuar la sociedad a los graves cambios naturales ya producidos en el planeta y en asegurar la subsistencia igualitaria y solidaria de sus habitantes tras las desgracias colectivas que puedan afectarlos. La Primera Magistratura asegurará que las políticas públicas se atengan rigurosamente a tal prioridad y, asimismo, promoverá el desarrollo de un sector de la economía que integre a las asociaciones de trabajo autónomo y artesanal, orientadas a producir para el consumo directo, y al progreso cultural de sus miembros.