Con esta frase lapidaria, mi tía resumió la percepción general que los habitantes de San Pedro de Atacama tenían respecto al proyecto ALMA.
Solté la anécdota a mansalva en medio de lo que, hasta ese momento, había sido una estupenda y didáctica presentación, que explicaba la importancia del proyecto para la ciencia y la humanidad en general. El expositor respondió mi artera acusación como lo hacen las personas que saben mucho: con una abrumadora sucesión de datos comprobables, que no solo sepultaban definitivamente mi falacia, sino que hacían evidente que un simple ciudadano como yo jamás entendería la real importancia del proyecto.
Pero existe una gran diferencia entre lo que las cosas son y la percepción que se tiene de ellas; diferencia que se vuelve particularmente difícil de abordar cuando esa realidad es compleja y el valor que se propone a la comunidad está construido desde el pedestal científico-tecnológico. Este desacoplamiento entre innovación y la comunidad donde se inserta, ha sido identificado en numerosos diagnósticos como un importante escollo en el desarrollo económico y político de Chile. Una de las formas con que se ha intentado resolver este problema ha sido “acercar la ciencia a la gente”, apoyando a divulgadores científicos, programas de gobierno y diversas iniciativas cuyo objetivo ha sido volver entendible y entretenido ese universo ignoto para muchos.
Esta aproximación ha sido exitosa en muchos aspectos, pero tiene el mismo enfoque del investigador de ALMA: no recoge las percepciones de los destinatarios del mensaje, sino que busca dotarlos de las herramientas conceptuales necesarias para desecharlas. La propuesta se crea en un pedestal y desde ahí se entrega a la gente, como si fuese una verdad revelada.
Afortunadamente, un enfoque complementario, pero distinto, es el que se adoptó para elaborar la Política Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación. Los talleres “Pensemos Juntos” del MINCYT han convocando a muchas y muy distintas personas, cada una aportando con sus conocimientos, pero también con sus percepciones. No se trata, por supuesto, de tomar decisiones de política pública basadas en prejuicios o falsas premisas, sino de comprender que la experiencia de una realidad concreta forma parte de esa misma representación, y abordarla es necesario para construir una Política Nacional inclusiva, que ordene y articule un desarrollo sostenible e integral del país, y que efectivamente contribuya a mejorar la calidad de vida de sus destinatarios.