A inicios de enero, y como todos los años, Larry Fink, CEO y presidente del gestor de inversiones BlackRock, hizo pública su carta anual y llamado a los CEO de las empresas en las que la boutique financiera invierte el dinero de sus clientes.
Si bien este año Fink se concentró en el impacto financiero del cambio climático, el ejecutivo le otorgó un sitial destacado a la forma en que las empresas abordan la sostenibilidad y el cómo inversores, reguladores y ciudadanos perciben la gestión que las empresas hacen en este ámbito. De hecho, señala que la sostenibilidad, de la cual se publicita hasta la saciedad en Chile, debe extenderse más allá de asuntos relacionados con el cambio climático sino que debe abordar también preguntas tales como la relación de las empresas con sus stakeholders, la diversidad en su fuerza laboral, qué tan sostenible es su cadena de suministro o qué tan bien se preocupa y protege los datos de sus clientes (ciberseguridad), entre otros temas.
Por ello, su carta es muy atingente a nuestro país, al señalar que si las compañías (y países) no son capaces de responder a sus stakeholders frente a los riesgos relativos a la sostenibilidad, van a encontrarse cada vez con mayor escepticismo por parte de los mercados y, a su vez, con un mayor costo de capital. Por otra parte, si priorizan la transparencia como uno de sus pilares, siendo receptivos y empáticos con sus stakeholders, atraerán más eficientemente la inversión, incluido capital de largo plazo y mejor calidad.
Sin duda, las palabras de Fink resuenan con más lógica que nunca en Chile, tras la ralentización de las inversiones y cuando las empresas locales y extranjeras ven con escepticismo el escenario económico local, a corto y mediano plazo.
Si hasta hace un tiempo el activismo de los CEO era visto como algo a “evaluar”, hoy la líquida y violenta realidad nos obliga a que sea un “desde”, que no puede esperar. No entender que, tras el estallido social, las empresas necesitan resetear su modelo de reputación y gestión, es no entender nada.
Hoy es un imperativo que los altos ejecutivos incorporen valores como la empatía, transparencia, y entiendan, como dice Fink, la relevancia de sus stakeholders tanto en sus modelos de gestión como en sus conversaciones de directorios y comités de gerentes. De nada sirve a las empresas tratar de seguir comunicando “lo bueno que son y lo bien que lo hacen”, cuando los hechos demuestran que, aparentemente, no se les cree, quiere y/o escucha.