Opinión
Si tuviera que definir en palabras simples lo que es innovar, diría que es llegar a mejores resultados logrando impacto por medio de procesos diferentes a los convencionales. Justamente eso es lo que está demandando la sociedad chilena en este ámbito de acción. Es decir, cambios sustanciales para generar impactos diferentes en el país a través de la innovación.
Suena lógico y de sentido común, pero sabemos que este es el menos común de los sentidos. Por lo mismo, es bastante complejo cuando comenzamos a tratar de implementarlo. Requiere reflexión, estudio y objetivización de las creencias en búsqueda de resultados medibles (data-driven management). No se puede tratar de llegar a puertos diferentes solamente recorriendo un camino distinto. El escritor italiano Carlo Dossi decía que los locos abren los caminos que luego recorren los sabios. Sin embargo, esos nuevos caminos hay que trazarlos, pavimentarlos y señalizarlos para que sean transitables, y eso lo puede ejecutar solo un emprendedor de alto impacto.
A nivel nacional estamos viviendo un proceso social en que toda la gente tiene algo que decir y entregar un mensaje. Un momento en donde muchos actores comienzan a generar conocimiento, con debate, análisis crítico, propuestas y miradas de futuro transformadoras. Es un momento propicio para implementar nuevas políticas y proponer nuevos marcos conceptuales. Es un tiempo ideal para innovar, y hoy más que nunca necesitamos intraemprendedores y emprendedores con hambre de hacer las cosas de manera distinta. Un Estado posibilitador puede entregar las condiciones necesarias, pero no necesariamente suficientes para crear un país desarrollado. Creo que serán los habitantes de nuestro país, a través de una nueva ética ciudadana, quienes serán los llamados a liderar con nuevas ideas, iniciativas o proyectos de negocios.
En esa línea surge una pregunta ¿De qué manera generamos una cultura de innovación para que más chilenos sean parte de procesos productivos de alto valor?
Creo fuertemente en el desarrollo de las artes liberales como motor de ecosistemas ricos en emprendimiento e innovación de alto valor. Para ello es clave estimular la producción y consumo de cultura diversa. Aumentar la inversión en I+D de forma sostenida en el tiempo. Promover el intercambio de jóvenes chilenos con colegios y universidades extranjeras, junto con hacer obligatorio desde kínder el aprendizaje del inglés. Y, por último, la construcción de industrias productoras de tecnología en ámbitos donde tengamos algún tipo de ventaja competitiva potencial para creación de negocios adyacentes.
Creo que el gran desafío para superar esta crisis social, y aprovechar las energías para generar cambios en la sociedad en general, es llevar la innovación a ellos. Acercarlos a nuevas tecnologías, nuevos modelos conceptuales, mostrar cómo funcionan los procesos en diferentes industrias, ayudarlos a potenciar sus ideas y emprendimientos de forma colaborativa, que vean que Chile no solo puede ser productor de commodities, sino que también una fuente de conocimiento de exportación.
Podemos cambiar el país, cambiar las condiciones de mercado y la calidad de vida de millones de chilenos, pero para ello primero tenemos que cambiar cada uno de nosotros, moviéndonos hacia una nueva ética ciudadana donde el “cómo voy yo ahí” se reemplaza por el “cómo te ayudo ahí”. Cambiar el “no quiero contar mi idea porque me la pueden copiar”, por el “quiero contarles mi idea para potenciarla”, y desterrar el “no estoy ni ahí” por el “cómo colaboramos juntos aquí”. Solo así podremos construir una nación con valores ciudadanos plenos, que más allá del mero desarrollo económico también logre el desarrollo humano.
