Publicidad

Apruebo: ¿falacias o realidades?

Publicidad
Por: Marcelo Brunet


Señor Director:

El día de ayer Tomás Fuentes, cientista político con quien coincidimos no solo en cuanto correligionarios y dirigentes de Renovación Nacional, sino también en muchas posiciones políticas, publicó en este medio una columna denominada “Las falacias del «Apruebo» desde la opción «Rechazo»”. En ella, sobre tres premisas, pretende desacreditar la opción de aprobar una nueva constitución desde la lógica de la centroderecha democrática y moderna, acusándolas de “falacias”.

Con Tomás compartimos el mismo ideario político y constitucional, pero divergimos en la forma en la que debe plasmarse el mismo: él cree, de buena fe, que es posible modificar la vigente Constitución, y yo creo que es necesario que ese modelo se consolide en la Constitución de 2022. Creo necesario, por lo mismo, hacer un contrapunto a lo que él llama “falacias” y que yo, en cambio, sostengo que son realidades.

Su primer argumento es que es falso que las encuestas indicarían que existe una aplastante mayoría a favor de una Constitución completamente nueva. Tal argumento, como se puede apreciar, se funda en una discusión que no aborda el fondo del asunto. La pregunta de fondo no debería ser quién puede ganar o no el plebiscito, sino si es o no relevante cuestionarse la efectividad de un resultado, cuando este resultado está ligado a principios.

Quienes creemos en una centroderecha democrática, liberal y moderna no podemos condicionarnos para tomar posición política solo por quien esté o no del lado del “apruebo o del “rechazo”. No podemos permitirnos ser acomodaticios en nuestros principios. Y la esencia democrática del sector obliga a escuchar la voz de la ciudadanía, que se manifestó en las reformas que prometimos en la campaña presidencial del año 2017 y en esos dos millones y medio de personas que salieron a las calles, con cacerolas y consignas de cambio, pidiendo igualdad de trato y fin a los abusos de al menos generaciones políticas criadas a la sombra de la Constitución de 1980.

Por lo tanto, es irrelevante si una u otra opción tiene más posibilidades de ganar: quienes estamos en política debemos estar donde nuestros principios nos lo indican, lo que no es, necesariamente, donde estén las mejores opciones de ganar. No se ve bien ser hincha de un equipo una temporada y del archirrival a la siguiente. La alternativa distinta es, citando a Sergio Diez, oportunismo y deslealtad.

En segundo término, señala la columna que quienes voten “Rechazo” también quieren cambios y defienden el legado de la dictadura. Tal premisa es discutible: los que votan rechazo no parecen haber querido hasta la fecha hacer tales cambios, para qué decir hasta antes del 18 de octubre.

No es necesario ni siquiera reproducir las múltiples votaciones en las que se han negado a hacerlo. Todos las conocemos. Basta con evidenciar que el mismo quórum que dicen que no permitirá avanzar en una Nueva Constitución, de 2/3, es el mismo que deberían buscar en la Cámara y en el Senado para hacer los cambios que se les demandan.

No se entiende por qué, si antes no lo hicieron, ahora querrían o podrían hacerlo.

Tampoco es riguroso afirmar que cambios sociales que se requieren no se demorarán necesariamente por un proceso constituyente. La mejor lección es que los políticos después del 18 de octubre han legislado como nunca, con un nivel de producción legislativa nunca visto desde el retorno a la democracia.

No se entiende por qué no podrán caminar y mascar chicle a la vez. Más aún si no todos ellos, o ninguno, dependiendo del resultado del plebiscito, integrarán la Comisión a cargo de la Nueva Constitución. No olvidemos que votamos para ellos para aprobar leyes para todos, y no para hacer una Carta Fundamental. Para eso elegiremos una Convención.

Tercero, afirma la columna que un hipotético triunfo del “rechazo” garantizaría por sí misma la paz social y la gobernabilidad, es decir, el fin a la violencia. Otra inexactitud. En primer término, porque la afirmación parece pretender mezclar, en forma errada, la violencia con el proceso constituyente, cosa que no es así necesariamente. La demanda de derogación de la Carta Fundamental por otra nacida en democracia no nació el 18 de octubre. Se venía gestando hace años. Es cosa de leer “Desiguales” del PNUD. Sé que Tomás, como buen cientista político, debe haberlo hecho.

Por lo mismo muchos estimamos que le puede realmente devolver la tranquilidad a una sociedad desencantada de su política es, precisamente, un nuevo pacto político y no el rechazo al mismo. Una especie de “renovación de votos” en el matrimonio entre la ciudadanía y la política. Un simbolismo republicano de esos que dan segundos aires a las relaciones. Pero eso requiere sacrificios: uno de ellos, la constitución.

Por eso no basta con ofrecer “rechazar para reformar”, lo que en si mismo no pareciera tener mucho contenido. ¿Reformar qué? ¿De verdad ahora quieren un nuevo pacto político? ¿Los mismos que defendieron por años todo lo establecido? Además, la mejor forma de reformar legítimamente nuestro sistema institucional no es por medio de seguir parchando un traje viejo, sino por medio de un proceso fijado democráticamente por el Congreso.

Por cierto, vale aclarar, no es en absoluto el que la izquierda extrema pretendía, este no se dará con el plebiscito. A diferencia de la falacia de la “hoja en blanco” que algunos partidarios del “rechazo” enarbolan, la realidad es que los límites al poder constituido son claros.

La nueva Constitución puede no estar siendo solicitada por expertos. Probablemente quienes la piden ni siquiera la han leído. Quienes lo hacen intuyen que se requiere un nuevo pacto político. Hablo de aquella gente que lo haya pasado mal en la vida, los que no son de los mismos colegios de siempre, con quienes en estos 30 años hayan tenido que juntar moneda a moneda para poder tomar la micro o con quienes no siempre les haya sido fácil llegar a fin de mes. Esos que no han surgido por el mérito de sus padres o abuelos, sino por esfuerzo propio. En suma, los que no son los winners de siempre.

Propongo que en lugar de perder el tiempo buscando falacias donde no las hay, busquemos consensos y acuerdos. Chile nos los va a agradecer. Porque es lo que la ciudadanía nos está pidiendo a gritos a los políticos y en especial a la centroderecha.

Marcelo Brunet, abogado RN.

Publicidad

Tendencias