Publicidad
Consumidores: el proletariado del siglo XXI Opinión

Consumidores: el proletariado del siglo XXI

Publicidad
Alicia Gariazzo
Por : Alicia Gariazzo Directora de Conadecus
Ver Más


El objetivo principal del golpe de Estado en Chile el 11 de septiembre de 1973 fue terminar con el avance de los trabajadores, quienes desde los años 60 ganaban cada vez más derechos. Por ello, se destruyó el movimiento sindical y político de obreros y afines, física y legalmente, y se instauró en 1980 una Constitución que prohibía el apoyo del Estado a cualquier iniciativa que perjudicara los intereses de los grandes capitales privados. Su ideólogo, Jaime Guzmán, afirmaba que con dicha Constitución aunque los enemigos de la dictadura ganaran las elecciones, gracias a ella no podrían nunca aplicar sus ideas. Así, la dictadura instaura un Estado que no puede inmiscuirse en la economía, que debe gastar poco por la exigencia de mantener un superávit estructural, salvo en lo que requiera la represión, y que debe respetar las necesidades del capital privado viable, es decir, que tenga la capacidad para crecer y desarrollarse. Su carácter solo sería subsidiario. Las primeras tareas fueron privatizar, sacar al Estado de la economía, y eliminar la voz de los que se definían como defensores del “proletariado”.

La Constitución y las privatizaciones permitieron el desarrollo de este modelo neoliberal, que se profundiza cuando en el mundo se disminuyen drásticamente las fuentes de trabajo con el traslado de la manufactura a países donde la mano de obra fuera más barata. A comienzos de los 80, la industria chilena desplaza sus talleres principalmente al Asia, tanto para aumentar la “plusvalía” que se extraía del trabajo obrero como para disminuir el poder cuantitativo de los trabajadores dentro del país. Disminuyen los puestos de trabajo en casi toda la industria, salvo en la vinculada a actividades agropecuarias, como fruta seleccionada, conservas de mariscos y otros alimentos procesados.

Ya antes, desde fines de los 60, con la Reforma Agraria de Eduardo Frei, se elimina el inquilinaje y, por tanto, un cierto número de trabajadores permanentes, por lo que la agricultura comienza a tecnificarse y muchas tareas son asumidas por trabajadores temporales, especialmente mujeres.

La llegada de la democracia a fines de los años 80 no significa un cambio de la Constitución y se cumplen los vaticinios de Guzmán, se intensifican las privatizaciones que luego adquieren la forma de “concesiones”, que no son otra cosa que privatizaciones renovables a 20 años. Todo se privatiza, hasta el agua, los correos y las carreteras, salvo Codelco, empresa que el almirante Merino no permitió que se privatizara a cambio de que parte de sus ganancias fueran a las FF.AA. Las mayores privatizaciones permiten mejorar tecnologías, que ya se venían desarrollando en el mundo, y continúan disminuyendo los puestos de trabajo, lo que es muy significativo en los puertos de Chile que se modernizan drásticamente.

De esta manera, Chile, el país más privatizado de AL, ha aumentado el PIB per cápita y la presencia de los chilenos en la lista de los records de la revista Forbes de los más ricos del mundo, lo que hizo a muchos referirse al «milagro chileno». En Forbes hay 10 familias chilenas multimillonarias, las que incluyen al Presidente de la República Sebastián Piñera, que lo logró cuando terminó el ejercicio de su cargo en el Gobierno anterior. El porcentaje de los chilenos multimillonarios puede llegar a más del 1% de la población chilena, aunque el número exacto se desconoce, porque no sabemos cuántos habitantes somos desde que fracasó el Censo. Pero es claro que somos un país pequeño y que es un éxito participar en dicha lista.

Es por eso que al milagro chileno Piñera lo llama un oasis. Pero no puede haber un oasis con mano de obra desocupada que no cuenta con dinero para hacer nada y que no pueda comprar a los dueños de los negocios. Tal como lo explica muy gráficamente John Le Carré en sus últimos libros, los países del Primer Mundo, para compensar la disminución de puestos de trabajo, impulsaron la industria de la entretención que ocupa gran cantidad de mano de obra.

Así se hizo también en el oasis chileno. Rápidamente se impulsó la instalación de Casinos de Juego a lo largo de todo el país. Luego de haber contado con solo tres o cuatro, Chile instaló casinos en todas las regiones, pudiendo sus concesionarios también importar máquinas tragamonedas que se instalaron en pequeños negocitos en todos los barrios populares, donde hasta hoy se ven mujeres adictas desencajadas jugándose la plata de la comida. A los dueños del oasis no les importó que la industria de la entretención trajera consigo la necesidad de más y más dinero, el desarrollo de adicciones y, por tanto, el surgimiento sostenido del dinero fácil y también del ilegal. No importa de donde venga, lo que vale es que consuman y que aumente la demanda: ¡¡Consumidores vengan a mí!!

Los dueños del oasis aumentan sus precios, primero los ligados al entretenimiento: bares, restaurantes, sitios de veraneo, festivales, y luego en toda la economía, llegando Chile a ser el país más caro del mundo. Esto se verá como una exageración, pero todos los que viajen saben la diferencia hasta en el precio de las medicinas, las diferencias entre los precios que cobra el Jumbo y Falabella en Chile, versus los que cobra en el resto de América Latina. Y así todos contentos, incluso destacando a los chilenos como los más felices de la región. Solo bastaba entretenerlos con los eternos programas de farándula, con una TV al servicio de sus dueños.

En este oasis se observa claramente que en Chile serán los consumidores los que generen grandes ganancias a los productores y vendedores en el mercado interno. Estos cobran altos precios, todos terminan en 990, se concentran en la propaganda con publicidad engañosa y sostienen grandes colusiones con sus pares para que sus regímenes de precios sean intocables. Cuando son acusados de colusión, se retractan, pagan alguna multa, o dicen que la pagarán y se concentran en sus canales de TV a llamar a los consumidores a perseguir un sueño, ganar dinero y llegar a ser ricos.

Los consumidores que no cuentan con dinero fácil o ilegal, reciben ofertas de crédito por doquier. Se aplica en profundidad el modelo Walmart y los supermercados elefantiásicos explotan a los proveedores que deben pagar a los elefantes hasta por la calidad de la vitrina en la que gastan por mostrar sus productos. Además, ofrecen crédito a dos manos a intereses inconcebibles. Los supermercados, farmacias y tiendas de todo tipo ofrecen tarjetas de crédito a sola firma y las cadenas más fuertes también préstamos en efectivo. Los ancianos, cada vez más desprotegidos, reciben a diario por teléfono ofertas de préstamos “ya aprobados” y poseen diversas tarjetas que prácticamente se les fuerza a recibir. Luego serán sus hijos o nietos los que se encarguen de la deuda. Los consumidores pagan a los grandes empresarios por precios y tasas de interés, sea en los bancos o en las grandes tiendas.

Pero la felicidad de los dueños del oasis comienza a desmoronarse cuando aparece con fuerza la Cuarta Revolución Industrial que disminuye aún más, creciente y drásticamente las fuentes de trabajo.

El poder se desvive por ocultarlo, pero es imposible que las noticias no se filtren. Hay que ser especialista para saber que el Sence ofrece cursos gratis para enseñar a cambiar automóviles a bencina o diésel a electricidad o a manejar drones. Hay que leer revistas especializadas para enterarse que en 2045 y, quizás antes, todos los automóviles en Chile serán eléctricos, que actualmente se han importado a empresas multinacionales 100 buses y que ya se han construido cargadores de baterías a lo largo de todo el país. Que se ha regalado el litio al yernísimo Ponce Lerou, pese a que esta riqueza es fundamental en la electromovilidad. Que las mineras están desalinizando el agua para sus tareas con energía solar.

Finalmente, que Chile es un país inmensamente rico, porque tiene más energía solar que la gran mayoría de los países del mundo, tiene energía eólica que ya se puede ver a lo largo del país, que tiene mar que puede desalinizar en toda su geografía, que tiene grandes yacimientos del cobre que requiere la electromovilidad, que junto con Bolivia es uno de los mayores productores de litio del mundo, mineral básico para las baterías que requieren automóviles y otras fuentes de energía eléctrica.

Pero que esto no se puede saber, porque los negocios que ya están haciendo los dueños del oasis son inimaginables. Lo ocultan y hacen la vista gorda de los precios, el sobreendeudamiento, la búsqueda de dinero fácil. No hablan del aumento de la delincuencia por concepto del ingreso de cocaína por la Frontera Norte, alrededor de 80 toneladas, según lo informado por el Subsecretario del Interior Ubilla en 2011 en la Cámara de Diputados (renunciado actualmente en este gobierno desde el mismo cargo). De nada de eso se habla.

Pero, pese a nuestra ignorancia, nos hemos rebelado, sin que todos sepamos muy bien por qué. Por lo pronto, los consumidores tenemos que organizarnos. Debemos rechazar todo tipo de publicidad engañosa y obligar a los vendedores y negociantes a que cumplan la ley.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias