El filósofo francés Pierre Hadot parte de un supuesto sencillo en su edificación filosófica: no sabemos vivir, dice. La vida no es una obviedad. Y como no sabemos vivir, entonces vamos inventándonos formas y esquemas. Ante la pandemia del coronavirus, distintas formas de vivir (o sobrevivir) se despliegan sobre el mundo: Europa ha decidido cerrar fronteras y declarar estados de excepción. En América Latina pasa algo parecido y las curvas de morbilidad (tasa de contagio) continúan en alza.
En Asia, en cambio, están poco a poco controlando el virus. El mundo observó cómo los chinos levantaban hospitales en una semana y cómo los ciudadanos obedecen el autoritarismo del gobierno. En Corea está controlada la catástrofe y jamás han decretado un estado de excepción.
Las sociedades se han entregado a una serie de mecanismos de control digital impuestos desde el Estado: escáneres de celulares, cámaras de reconocimiento facial, bases de datos de rostros, etcétera. Solo en China hay más de 200 millones de cámaras de seguridad, una por cada siete habitantes. La meta es superar los 300 millones de dispositivos de videovigilancia antes de 2020.
El Estado entrega y quita puntos en función del comportamiento digital de sus ciudadanos. El internet, controlado por el Estado, no es una forma de libertad, al contrario: fue hecho para que las autoridades controlaran y vigilaran a la población. Li Xing define el caso chino como Estado-civilización. Los chinos, como Hegel o Rousseau, conciben al Estado como una comunidad ética, ven en el Estado un acuerdo moral y civilizatorio. Por lo tanto, “el estado goza de mayor autoridad natural, legitimidad y respeto, visto por los chinos como guardián, custodio y encarnación de su civilización”.
En una nota publicada en el diario El País , el filósofo Byung-Chul Han ha dicho que “toda la infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia”. Da ejemplos: «Cuando alguien sale de la estación de Pekín es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón, reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano el sistema sabe quién iba sentado dónde en el tren”.
Tras controlar la pandemia, los chinos ahora regalan insumos a distintos países del mundo, incluso empresas chinas –Alibaba Group, por ejemplo– alineadas con el Estado, se ofrecen para enviar distintos productos. En Chile, se reúnen por videoconferencia autoridades chinas con representantes del (des)gobierno.
Slavoj Žižek dice que “hoy se suele oír especular respecto a que el coronavirus podría conducir a la caída del régimen comunista en China, de la misma forma que (como el mismo Gorbachov admitió) el desastre de Chernobyl fue el evento que gatilló el fin del comunismo soviético. Pero aquí está la paradoja: el coronavirus también nos obligará reinventar un comunismo basado en la confianza en las personas y en la ciencia”.
¿Estará Žižek haciendo alusión al comunismo chino y su totalitarismo digital? ¿Se estará gestando una estrategia geopolítica sobre el mundo que surja tras este virus? Dice el mismo Byung-Chul que después de esto “China podrá vender su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo”…
Se ha repetido que este virus es una oportunidad para replantearnos todo este proyecto civilizatorio montado sobre la tierra. La oportunidad viene en el formato de crisis y alimentada por el pánico global. Naomi Klein hablaba de los estados de shock como oportunidades para implementar nuevas formas de vivir (en terminología de Pierre Hadot) sobre las sociedades. Da varios ejemplos de cómo después de desastres climáticos (los shocks) se han adoptados medidas que resultarían imposible con un funcionamiento “normal” de la sociedad.
Así como el coronavirus ha justificado los estados de excepción y el control digital sobre las sociedades, el cambio climático, al alterar el medio, también podría convertirse en un pretexto para decretar estados de excepción y una serie de dispositivos de control gubernamental. Un mundo amenazado y en pánico facilita el que la gente renuncie voluntariamente a sus derechos y libertades a cambio de seguridad. Una tesis similar es la del ecofascismo, concepto que hace referencia a una crisis severa que actúe como pretexto para que gobiernos autoritarios actúen en nombre de la normalización.
Al igual como sucede con el control digital sobre las sociedades acrecentadas por el coronavirus, para analizar los efectos del cambio climático se dispone de una serie de diversos dispositivos de vigilancia: satélites, modelos climatológicos y otros productos de la Big Science. Juntos, estos dispositivos conforman una especie de biopolítica del cambio climático donde el Estado vuelve a tener un rol fundamental.
Bruno Latour habla de un “nuevo régimen climático”, caracterizado por el retorno del Estado en clave nacionalista, los impedimentos en el libre tránsito humano y el auge en las desigualdades ya existentes. En este sentido, durante mucho tiempo se dijo que el cambio climático sería un factor unificador porque afectaría a todos por igual. La realidad es menos auspiciosa. Philip Alston, relator especial de la ONU para la Pobreza Extrema y los Derechos Humanos, en un informe sobre la crisis climática, dice que “nos arriesgamos a vivir un escenario de ‘apartheid’ climático, donde los ricos pagarán para huir de las canículas, del hambre y de los conflictos, mientras que el resto del mundo quedará abandonado a sus consecuencias».
¿El coronavirus nos está mostrando destellos de un futuro posible, con sociedades distópicas, aún más divididas entre ricos y pobres, jóvenes y ancianos, un mundo cuantificado, controlado y vigilado o, por el contrario, podremos anteponernos y preparar un mejor futuro en esta tarea de no saber vivir?
Hace unos años, Edgar Morin escribía una nota (Elogio de la Metamorfosis) donde anunciaba que estábamos en una era de metamorfosis social. Decía Morin que “cuando un sistema es incapaz de resolver sus problemas vitales por sí mismo, se degrada, se desintegra, a no ser que esté en condiciones de originar un metasistema capaz de hacerlo y, entonces, se metamorfosea”. Da el ejemplo de una mariposa. “La oruga que se encierra en una crisálida comienza así un proceso de autodestrucción y autorreconstrucción al mismo tiempo, adopta la organización y la forma de la mariposa, distinta a la de la oruga, pero sigue siendo ella misma”.
Tal vez la humanidad esté un poco en eso, recluida por un virus y el miedo global, esperando renacer de una forma distinta, pero no olvidando lo que fue: ¿o se permitirá que un totalitarismo digital como el chino sea el que vigile y controle a la humanidad en nombre de las catástrofes climáticas?…
Continúa Morin: “Estamos en los comienzos, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Pues ya existe, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, o de la reforma de vida. Estas iniciativas no se conocen unas a otras; ninguna administración las enumera, ningún partido se da por enterado. Pero son el vivero del futuro”.
Ya existen nuevas forma de vivir y convivir, el problema es que esas formas aún no tienen un mundo donde ponerlas en práctica. Tampoco hay líderes que señalen el futuro o allanen el camino. Así, desaparece la idea del político como aquel que, con su visión, se anticipaba a la sociedad y daba luces de cómo sería el mundo. Al contrario, la humanidad avanza más rápido que la política, que se dedica a gestionar, a controlar y vigilar, pero no a dar luces del mundo que será: Trump quiere volver a hacer a América grande, China está construyendo la nueva ruta de la seda, Putin habla que quiere reconstruir la Unión Soviética, Piñera se resiste a modificar su dogma neoliberal.
Todos miran al pasado, sin percibir que la humanidad ya está con un pie en el futuro. Ahí está la tensión de la cual el virus nos está precaviendo: entre el mundo que fue y el mundo que será, perfectamente retratado en el Estado comunista-capitalista-digital de los chinos.