Es una afirmación de Perogrullo, pero no por eso menos cierta, que la excepcionalidad que supone esta pandemia generada por el COVID-19 ha visibilizado muchas situaciones que, al extremarse, no permiten ya ninguna forma de evasión: desde la desigualdad indignante en el acceso al sistema de salud, una de las razones de la rebelión popular que se inició el 18 de octubre de 2019, pasando por el absurdo implicado en la acción de entregar a la especulación financiera los fondos con los que los trabajadores debiéramos pasar los últimos días de nuestras vidas, hasta la hiperflexibilización del mercado laboral, perfeccionada en el laboratorio nacional del neoliberalismo, que nos tiene a todos preocupados por mostrarnos productivos, mientras afuera el mundo que conocemos se hace trizas –y sí, lo sé, estoy sonando apocalítpica-. Otra de las cosas que esta pandemia ha puesto en primer plano, y de la que me quiero ocupar en esta columna, es el carácter arbitrario de las fronteras.
La arbitrariedad de las fronteras trazadas entre los Estados-nación, las fronteras geopolíticas, son un hecho de la causa para quienes nos ocupamos de los temas migratorios. Los regímenes de control de las migraciones internacionales operan a partir de esa arbitrariedad, estableciendo distinciones y jerarquías de acceso. Así, mientras que para los turistas, los ejecutivos de empresas transnacionales, las personas altamente calificadas, los funcionarios internacionales –es decir, “los extranjeros”-, las barreras se relajan, para los otros, los migrantes, los muros se levantan.
Esa arbitrariedad tiene una doble faz en sus efectos: por un lado (el de los extranjeros), como decía Bauman, “el ‘acceso a la movilidad global’ se ha convertido en el más elevado de todos los factores de estratificación”, y el cruce de la frontera es una de las expresiones principales de ese lugar privilegiado en la jerarquía. Por el otro lado (el de los migrantes), la frontera actúa como un filtro que genera otra forma de precarización, pues como dice Sandro Mezzadra, el propósito de la frontera en ese caso no es bloquear el paso, sino producirlo en condiciones de una irregularidad que es funcional al capitalismo contemporáneo. ¿Por qué?, porque ofrece una mano de obra de segundo orden, más barata, “menos demandante” en términos de derechos, por la fuerza de la necesidad enfrentada al condicionamiento de la indocumentación (causada por el propio Estado).
Entre las varias cosas a las que la pandemia causada por el COVID-19 le ha echado luz –una luz tan nítida que resulta ineludible-, una es justamente esa arbitrariedad. Ahora sí se hizo necesario bloquear las fronteras para todos, en un gesto biopolítico que, por su excepcionalidad, también se vuelve obvio. Y al hacerlo, al impedir que pasen todos, se volvió evidente que también hubiera sido posible, en los tiempos pre-pandemia, decidir que pasaran todos: ¿qué justifica la decisión de que unos puedan pasar y otros no, si no es el carácter discriminador inmanente del Estado?
Pero que la masividad de este gesto (el cierre de las fronteras) no llame a engaño, porque las consecuencias desiguales de esa frontera geopolítica tienen una persistencia pertinaz[1]: haberla atravesado supone, al menos hasta ahora, haber adquirido un estatus que priva del derecho a tener derechos, o los mismos derechos que aquellos que, por esa arbitrariedad consustancial de la frontera geopolítica, tienen aquellos que se consideran “por naturaleza” ciudadanos de ese Estado. Eso supone, en términos concretos, un acceso restringido al sistema de salud, cuando no nulo –una de las razones por las que, por ejemplo, la población latinoamericana es de las más afectadas por la pandemia en los Estados Unidos-; implica tener trabajos informales y precarios, los primeros afectados por el impacto de esta crisis sanitaria; significa no acceder a las medidas de apoyo excepcional que los Estados implementan para “sus” ciudadanos; supone estar más expuestos al contagio por las condiciones de hacinamiento en que viven muchos migrantes en Chile, en una combinación perversa entre los efectos de la ley de extranjería vigente y la desregulación del mercado inmobiliario; o significa simplemente no tener acceso a una cédula de identidad que permita acceder a la movilidad restringida de una comuna en cuarentena, entre muchos otros accesos para los que el carné es una llave. Y es esa, básicamente, la gran especificidad de esta precariedad, respecto de la que, por supuesto, experimentan muchos “nacionales”.
Pero hay otra dimensión de la arbitrariedad de las fronteras, distinta de la que alude a su discrecionalidad, con la que quisiera cerrar esta reflexión, corriéndome de la perspectiva apocalítpica. Es la arbitrariedad de las fronteras en el sentido de su construcción histórica (o “en” la historia). Es cierto, como ha escrito Sergio Caggiano, que no por arbitrarias las fronteras dejan de ser poderosamente eficaces, y el modo en que la dimensión de extranjeridad agrega factores de precariedad a la posibilidad de enfrentar la pandemia es el ejemplo más claro de esa afirmación. Pero, por otro lado, Alejandro Grimson ha señalado que esa sedimentación poderosa de las fronteras –su sedimentación histórica- también pone en evidencia su humanidad, su construcción cotidiana y, por lo tanto, su contingencia, historicidad y fragilidad. Aunque mi realismo desencantado me llama a juicio, sería posible pensar, con una apuesta –quizás ingenua- por la esperanza, que esta crisis pandémica que estamos atravesando podría conducirnos a un cuestionamiento sin retorno de las fronteras, de esas que ponen filtros en los límites imaginarios de los Estados, y de todas las fronteras que terminan traduciéndose en desigualdad.
[1] Véanse, por ejemplo, estas noticias sobre la situación de los refugiados en Grecia (https://www.lavanguardia.com/internacional/20200404/48287397351/coronavirus-campo-de-refugiados-lesbos-impacto-grecia.html?utm_term=botones_sociales_app&utm_source=social-otros&utm_medium=social&fbclid=IwAR3thFKd-YwOGmqLzZY1mU-v-banYpM2dOMBfLA0Rc6H1nq4TZfw35Mv2eU), o de los migrantes en Chile (https://www.elmostrador.cl/destacado/2020/04/09/migracion-en-tiempos-de-excepcion-con-o-sin-papeles-de-identidad/).