Señor Director:
Los últimos días la agenda comunicacional ha sido absorbida por conceptos como “la nueva normalidad”, “retorno a la normalidad” o “retorno seguro”.
Sabemos que en algún momento volveremos a encontrarnos en los mismos espacios físicos cívicos, laborales o estudiantiles. Pero la pregunta es ¿cómo? y ¿para qué? Las epidemias son emergencias sanitarias de gran impacto, en las que se ve amenazada la vida de muchas personas y pueden ocasionar cuantías significativas de enfermos y fallecidos, por lo que el temor al contagio agrava la situación existente. Generalmente, quedan amenazadas la seguridad y funcionamiento normal de la comunidad y el grado de vulnerabilidad de la población, efectos que ya estamos viviendo en el país. Junto a ello está la incapacidad de muchos que no asumen su responsabilidad con el otro o directamente aprovechan en beneficio propio esta situación de vulnerabilidad.
Las experiencias en afrontar pandemias demuestran que hay temas previos a cualquier reencuentro, como la necesidad de involucrar a las comunidades afectadas antes, durante y después de la epidemia e invertir en la formación y supervisión de trabajadores y estudiantes para el apoyo psicosocial y de salud mental producto de los efectos producidos.
Los virus han evolucionado a lo largo de nuestra historia y desarrollado estrategias para reproducirse dentro de la célula que infectan. En el caso del coronavirus estamos en la etapa de evitar que se esparza, mientras se descubre una respuesta inmunológica. En el intertanto, ¿cómo avanzamos y evitamos su esparcimiento sin que afecte profundamente la vida de la comunidad en el ámbito educacional, económico y de salud mental?
No hay recetas, pero sí recomendaciones, tales como incorporar y mantener una estrecha comunicación y coordinación con las estrategias o plataformas del sector salud y educacional, desde la formulación del plan hasta su implementación; y generar planes de acción integrados para la prevención, control y aislamiento que esta pandemia requiere al interior de cada comunidad educativa.
Estos puntos son fundamentales en la discusión sobre el retorno a clases presenciales. Si no se dan estas acciones, lo que haremos será entregar a este virus cientos de hospederos y agravar una situación, en vez de controlarla, mientras buscamos la solución sanitaria.
En esta necesidad de volver a la educación formal, una educación reglada institucionalmente, regulada por ley y planificada porque sigue un orden hacia la entrega de certificados o diplomas, podríamos abrirnos a otras alternativas educativas. Por ejemplo, apuntar a que los estudiantes mejoren sus habilidades cognitivas, memoria, de razonamiento y opinión crítica.
En este sentido, la mejor forma de responder a este desafío del retorno es relevar la educación en valores, no solamente necesaria para la convivencia con otras personas, sino también porque los valores influyen en cómo interpretamos los eventos y, por ende, en nuestra salud emocional ante situaciones tan críticas como la que estamos viviendo y viviremos el resto del año.
Nuestra forma de convivencia cambió y ese es el mayor desafío para los maestros y estudiantes frente a un posible reencuentro presencial, por ello en este tiempo también es importante fomentar la sociabilidad y la promoción cultural, utilizando las herramientas tecnológicas disponibles que llegaron para quedarse.
José Albuccó, académico de la Universidad Católica Silva Henríquez