Lo que ocurre en la Araucanía me recuerda las insurgencias en Kenia en los 50 y de Rodesia en los 60 y 70. Me recuerdan esas rebeliones no porque en ambos casos había minorías blancas en el poder y grupos rebeldes que buscaban o bien la independencia o hacerse del poder, sino porque hay grupos insurgentes organizados que buscaban lograr el control y deshacerse de quienes ellos estimaban eran usurpadores o los ilegítimos propietarios de las tierras que antes eran territorios de ellos, es decir, territorios mapuche.
Comienzo de esta forma esta columna, porque si queremos llegar a algún tipo de solución en La Araucanía tenemos que partir por entender la naturaleza del conflicto y sus razones. Si no partimos identificando correctamente por qué La Araucanía está en llamas o al borde de un conflicto mayor no podremos darle solución al problema y, lo que es peor, terminar con un desastre y con mucho que lamentar en un Chile que no tiene espacios para más problemas.
Convengamos que para el pueblo mapuche buena parte de sus reclamaciones deben ser muy justas. No he visto grandes manifestaciones de personas de origen mapuche en contra de las acciones de grupos organizados insurgentes, lo que me hace suponer que no se oponen o, en el peor de los casos, están a favor de la violencia como una forma de lucha que busca derrotar a los que estiman son sus enemigos.
Muchos de los agricultores de origen no mapuche también piensan que están en lo correcto y que su causa es sumamente justa y correcta. Llevan años trabajando el granero de Chile y se sienten parte de esa zona. No son millonarios o personas que se estén aprovechando del resto, siendo su único pecado estar en un lugar que otros también reclaman para sí. Ellos no ocasionaron este problema y hoy también son victimas.
Lo anterior me lleva a pensar que cualquier solución que implique el uso de la fuerza por parte del Estado de Chile no va a lograr tener buenos resultados. Una pacificación 2.0 de La Araucanía es algo que está completamente fuera de lugar, más aún en los tiempos que corren. Soluciones que impliquen medios militares solo harán que La Araucanía estalle en llamas y no conozco de ninguna situación de este tipo en el mundo en donde hayan ganado los que ejercían el poder o representaban al Estado.
Tan erróneo como pensar que una Pacificación 2.0 pueda tener éxito es pensar que el problema se soluciona enviando tropas de las instituciones armadas y que con eso el problema está solucionado. Ojalá fuera así de simple, pero la experiencia internacional demuestra lo contrario, más aún cuando se enfrenta una situación en que un pueblo, el mapuche, cree tener buenas credenciales que justifican sus demandas.
Si es que miramos la experiencia internacional en la materia, el uso de fuerzas militares solo ha tenido éxito en un par de lugares, y eso ha sido cuando ha existido voluntad política, muy buena inteligencia, y fuerzas militares entrenadas para labores de contrainsurgencia. El caso de texto es el de los británicos en Malasia en los 50, pero incluso en ese caso, en donde tuvieron éxito en controlar la insurgencia, la independencia llegó igual unos pocos años después. Hay abundancia de casos en que las cosas anduvieron mal, partiendo por los ejemplos de la derrota de USA en Vietnam, o los problemas por usar estrategias inadecuadas en Iraq o Afganistán, las que llevaron a que el ejército de ese país tuviera que reformular su estrategia para enfrentar rebeldes en conflictos de baja intensidad.
El único caso reciente de relativo éxito es el de Colombia, en donde después de un largo conflicto se llegó a una paz que de vez en cuando pasa sustos. La gran diferencia de ese caso con el chileno es que la asociación de los grupos guerrilleros con carteles de narcotráfico puso a la opinión publica en su contra, lo cual es algo que se debe observar, ya que, si algunos grupos violentistas que operan en La Araucanía deciden financiarse asociándose al narcotráfico, su justificación y bandera de lucha se verá afectada en forma permanente y quedarán en la retina del público como simples delincuentes.
Por eso es que recomiendo partir por identificar correctamente la naturaleza del conflicto y entender que este en particular requiere de soluciones políticas profundas, las que incluso pueden pasar por algún grado de autonomía del pueblo mapuche o bien por soluciones como las que en Nueva Zelanda se escogieron para darle el lugar que les correspondía a los maoríes, ya que, de lo contrario, el problema va a resurgir una y otra vez, desgastando a unos y otros, e incluso pudiendo generar un conflicto mayor si es que una de las partes se pasa de rosca.
Se que ir adelante con conversaciones con el pueblo mapuche también puede generar iniciativas independistas en Rapa Nui u otros pueblos originarios, pero no hay que tener miedo a sentarse a conversar. Si hay que tener miedo a cualquier solución que solo contemple el uso de la fuerza, la cual por cierto tendrá el problema de base de no tener un amplio apoyo político como tampoco la inteligencia adecuada y que, por lo demás, solo podrá temporalmente dejar la sensación de haber solucionado el problema, pero que en lo más profundo solo le dé más fuerza al deseo de independencia de aquellos que Alonso de Ercilla y Zúñiga identificó en su obra La Araucana como:
“La gente que produce es tan granada,
Tan soberbia, gallarda y belicosa,
Que no ha sido por Rey jamás regida
Ni a extranjero dominio sometida.”
Hora de enfrentar nuestro pasado y de enfrentarlo en forma tal que todos ganemos, ya que, de no hacerlo de esa forma, todos vamos a perder. Hora de ponerse en el lugar del otro y de entender que las soluciones no pasan por el uso de la fuerza o simples soluciones económicas. A los no mapuche pregunto: ¿qué harían si fueran mapuche? Quizás la respuesta está en el ejemplo de Nueva Zelanda, un país que ha sabido darles el lugar que corresponde a los pueblos originarios. Quizás la respuesta pasa por decidir quiénes queremos ser y cómo lo hacemos para que todos los chilenos, independientemente de su origen, sientan que Chile es suyo y que los identifica y no excluye o discrimina.
Yo me inclino por una solución del tipo neozelandesa, la que es inteligente y lógica, que implica trabajo y un esfuerzo cultural tremendo, pero que políticamente no tiene el riesgo que implica dar autonomías a regiones del país sin una cultura federativa o que, años después de tratar de avanzar por la senda de la regionalización, no ha podido demostrar avances frente a la centralización de Santiago.