Los atributos de la adaptabilidad y la resiliencia como componentes de nuevos diseños para abordar las crisis ecosistémicas, que se han acentuado en estas dos décadas del siglo XXI, significa comprender que las fórmulas, estrategias, modelos y políticas impuestas y adoptadas dentro de una concepción de desarrollo económico y democracia representativa requieren de transformaciones de fondo y soluciones de diseño pragmáticas e innovadoras para Chile.
No existen los actores racionales unitarios, como plantea la teoría de negociación y lo demuestran las últimas votaciones en el Congreso Nacional sobre el retiro del 10 % de los ahorros del mercado obligatorio que existe en Chile bajo el cartel de AFP. Chile deberá adaptarse para migrar a un real sistema de seguridad social que sea adecuado, efectivo, sólido, solidario y sostenible.
Chile abordará pronto un proceso constituyente que defina las nuevas reglas del juego mediante la elaboración de una carta de navegación adaptativa para una travesía contracorriente propia de este siglo XXI, con sus crisis pandémicas, económicas, de legitimidad institucional, migratorias, tecnológicas y -la madre de todas las crisis- el cambio climático planetario. Todos estos escenarios de alta dynaxity (dinámica y complejidad) e incertidumbre requieren de adaptabilidad ecosistémica como pocas veces ha experimentado la civilización humana.
La adaptabilidad ecosistémica puede ser transitoria o gradual, pero es urgente y necesaria en cada organización, comunidad y sistema humano. Lo evidente es que ya está ocurriendo en distintas latitudes y ámbitos, como el energético y el caso de Islandia, con un 100 % de energías renovables disponible para sus habitantes y variadas experiencias en materia de sostenibilidad y soberanía alimentaria agroecológica o de educación flexible multimodal, así como experiencias de servicios sanitarios integrales, por nombrar algunos casos de adaptabilidad ecosistémica.
En la política nacional e internacional, los líderes políticos comenzarán a articular nuevas poéticas y prácticas discursivas más afines a la adaptabilidad ecosistémica, como lo demuestran las recientes declaraciones del presidente español Pedro Sánchez en el EUCO. Al respecto señaló: “Necesitamos un fondo de recuperación que transforme nuestras economías para hacerlas mucho más resilientes, verdes, digitales e inclusivas, donde la cohesión territorial y social sea uno de los principales objetivos.”. Interesante poética para tiempos de crisis ecosistémicas.
Las organizaciones de todo tipo tendrán que adaptarse. Una universidad tendrá que adaptarse dentro del sistema universitario y su adaptabilidad tendrá que ser coherente y congruente con los ecosistemas educacionales, culturales y productivos, para que su razón de ser y su estar en este mundo sean viables. Las empresas tendrán que convertir sus instalaciones pesadas en equipaje liviano, bolso de mano incluido, para emprender cual Mercator nuevos negocios aún no descubiertos. Lo propio debiera ocurrir con los hospitales, las escuelas y todo tipo de organizaciones privadas, sociales, culturales y, por cierto, los gobiernos e instituciones públicas.
El gobierno tendrá que generar gobernabilidad y gobernanza, poniendo mayor énfasis a nivel de codiseños virtuosos e implementaciones de políticas interministeriales, incluyendo estrategias de cobranding para comunicar sus propósitos y metas. Las fuerzas armadas tienen que migrar de sistemas tierra, aire, mar a ecosistemas de la defensa nacional integrados, desplegando estrategias de innovación colaborativa tecnológica y de su capital humano, más adaptativas a una concepción de defensa y seguridad científico-militar. El Congreso Nacional tendrá que resolver estrategias de inteligencia institucional en sus procesos legislativos, que tal vez se orienten a un diseño de sistema unicameral, más cercano a los ecosistemas de las iniciativas ciudadanas para la co-construcción de soluciones legislativas.
La racionalidad económica y política que ha primado en el debate que se abrió en el Congreso Nacional sobre el retiro del 10 % de los ahorros abre un escenario que solo se gesta, aunque de manera diferenciada, en situaciones de crisis de legitimidad institucional sistémica. Pasó en 1891 entre el Congreso y el Gobierno, ocurrió en la crisis de 1973, previa al golpe de Estado, y está sucediendo hoy en clave invertida Gobierno vs. Congreso producto de la crisis pandémica.
Las marcas históricas 1891 / 1925 / 1973 / 1980 / 2019 – 2020, nos hablan de un país donde las élites han impuesto, por más de dos siglos, una forma de comprender la independencia como nación, el Estado como órgano de poder, la república como sentido de pertenencia y civismo y la democracia como expresión del poder ciudadano de formas bastante restringidas y sesgadas. Ese Chile no da para más. De ese Chile se cansó fundamentalmente la ciudadanía. Se tiene presente lo que hicieron los gobiernos anteriores en defensa del modelo económico y la democracia protegida impuesta con sus leyes y decretos generadores de mayor desigualdad.
La ciudadanía sabe que un proceso constituyente es apenas un punto de partida para nuevos desafíos país, donde la adaptabilidad ecosistémica pondrá a prueba nuestros niveles de resiliencia. Estamos recién aprendiendo a vivir en situación de confinamiento y desconfinamiento ante la primera pandemia global del siglo en curso, con incertidumbre económica, sincerando relaciones afectivas, organizacionales y comunitarias, reconociendo violencias por desactivar. También sabemos que desactivar décadas de individualismo, consumismo, endeudamiento, desigualdad, indignidad y humillación son parte de un distrés (estrés negativo) progresivo del cual hay que hacerse cargo a propósito de nuevos aprendizajes sobre resiliencia y adaptabilidad.
Chile tiene una riqueza considerable para abordar la adaptabilidad ecosistémica que se nos viene. Con el tiempo nos podemos volver ágiles en prevención y gestión de crisis y podríamos transformar violencias en paz sostenible, donde los conflictos manifiestos se aborden con diálogo y negociación y los conflictos latentes se reconozcan de manera preventiva y proactiva.
La ciudadanía tiene entre sus miembros a vendedores ambulantes, científicos de clase mundial, artistas creadores e intérpretes, comerciantes, deportistas, pescadores artesanales, obreros de diversos rubros, campesinas, artesanas, emprendedores y empresarias a escala, servidores públicos, dueñas de casa, expertas en economía violeta o sensible, creativos e innovadores que desafían los límites de la economía naranja o creativa, recicladores y nuevas generaciones de profesionales de distintas especialidades e interdisciplinas que se inscriben en las prácticas de la economía circular y la economía ecológica. En jerga histórica, “aún tenemos patria, ciudadanos”.
Parafraseando las nuevas poéticas o prácticas discursivas, tenemos que transformar nuestras economías y democracias para hacerlas más resilientes, adaptativas, verdes, naranjas, violetas, digitales e inclusivas, donde pasemos de la cohesión territorial a los hábitats sostenibles y de la cohesión social a la innovación colaborativa ecosistémica como nuestros principales objetivos.