El personal sanitario está teniendo una mayor carga laboral, enfrentan grandes cambios en el funcionamiento de sus lugares de trabajo y en las tareas habituales, a veces deben tomar decisiones tan difíciles como la priorización de atención a pacientes. Están más expuestos al contagio y se preocupan por la posibilidad de transmitir la infección a su familia y/o circula cercano.
El compromiso y vocación los hace cumplir sus labores de atención en las comunidades, sin embargo, tienen miedo y están estresadas y estresados.
Está claro que en un escenario de pandemia hay efectos inevitables en la salud mental, por ejemplo, aquellos “normales” como ansiedad, rabia, angustia, nerviosismo, insomnio, falta de concentración, entre otros.
Pero mientras más prolongado el tiempo de distanciamiento social, aislamiento y falta de previsión de un plazo de término para el cambio de rutina, más grave la situación, lo que puede acarrear la aparición de posibles trastornos adaptativos, duelo, depresión, alteraciones ansiosas y por estrés agudo o postraumático, abuso de sustancias, suicidio, entre otros.
En tiempos de miedo e incertidumbre, cuando las amenazas a la propia supervivencia y la de los demás se convierten en un problema de la vida diaria; la salud mental no pude esperar y se debe ir en paralelo con preservar la vida de los pacientes.
Por lo anterior es importante abordar el componente como eje transversal prioritario que impregne todas las actuaciones en la situación de emergencia para el abordaje efectivo de la pandemia y la disminución de sus consecuencias a corto, mediano y largo plazo.
Es fundamental una coordinación de los distintos actores que participan en la respuesta, así como un adecuado financiamiento, para brindar con suma urgencia el cuidado de la salud mental de trabajadoras y trabajadores de salud y cuidar a quienes nos cuidan.2